“COMUNA: CAÑA, PARRILLA Y ANARQUÍA” por Mingo (José Domingo Blanco)
El pasado martes, en mi programa de radio, estuvo como invitada la doctora
Isabel Pereira. Hablamos de las comunas. Para ella, el Estado comunal es el fin
del Estado democrático plural. Alertó sobre las consecuencias de su aplicación
y cómo podría representar el fin de la familia y del individuo, para
sustituirlos por un colectivo represivo y sin rostro. Casi finalizando la
entrevista, un oyente, desde Antímano, llamó al estudio. Sin identificarse, le
dijo al productor que en la populosa parroquia estaban contentos con las
comunas porque ahora tienen “caña, parrilla y anarquía” y, sin esperar
respuesta, trancó el teléfono. El
comentario me pareció tan infeliz. Reflejo de la realidad que viven estas
comunidades -que están a merced de delincuentes y colectivos empoderados por
el régimen- que andan armados y a sus anchas, amedrentando
a la gente decente y trabajadora, para que no se atrevan a contravenir sus
mandatos, o subvertir este nuevo “¿orden?” repleto de antivalores. ¿Qué es lo
que ha logrado este régimen con el venezolano? Porque la expresión “caña,
parrilla y anarquía”, para mí, no es más que la caricatura de una sociedad –o
de un grupito que a punta de violencia, pistolas, balas y muerte logra
imponerse y someter a haraganes de oficio- despreocupada por su porvenir, sumida en la
vagancia y en el ocio absoluto, sin aspiraciones de alcanzar un nivel distinto
y mejor.
Pero, qué se puede esperar de un régimen mediocre, cuyos líderes han
pregonado que para subsistir “necesitan que los pobres sigan siendo pobres” o
“que no los sacarán de la pobreza porque no quieren que se vuelvan escuálidos”.
Quizá eso explique el por qué de la
“caña, la parrilla y la anarquía” que según este oyente del programa se
promueve en su comuna. Me pregunto si Nicolás, cuando anunció el nuevo sistema
presidencial de gobierno con el que pretende hacer avanzar el Estado comunal e
instaló el Consejo Presidencial de las Comunas, fue eso lo que ofreció: cervecitas,
ron, carne y anarquía pa'tirar p'al techo.
Hace poco se publicó la noticia. Según, con
el nuevo sistema presidencial de gobierno, al que Maduro quiere llamar “el
sacudón”, la intención es “gobernar con el pueblo, desde los diversos sectores
sociales; que el pueblo sea presidente”. Y transcribo las palabras de Nicolás: “Esa
es la consigna: el pueblo al poder, a ejercerlo. Ya basta que la burguesía
ponga un pelucón en el poder, a un títere de los intereses económicos. Vamos a
ir perfeccionando (el sistema). Usted tiene que ser presidente. Plantéese
frente al espejo: ¿por qué no puedo ser presidente?”. Y la respuesta es muy
simple Nicolás, porque tú eres el mejor ejemplo de cómo una persona con muy escasa
preparación, lleva a un país a la quiebra. Con fantasías y cuentos de hadas no
se construye una nación. Mucho menos inoculándole al pueblo “pajaritos
preñados”. Tener aspiraciones es válido; pero, para ello, también hace falta
estudiar, prepararse, nutrirse y adquirir conocimientos, habilidades y
herramientas. Aquí, en Venezuela, sobran ejemplos de personas muy valiosas, trabajadoras
como nadie, venidas de abajo, pero que lograron lo que tú, y la pandillita que
te acompaña no han conseguido: sacarse el rancho de la cabeza. ¡Esos
venezolanos humildes; pero trabajadores, lo lograron! Hoy son prósperos y, en
algún momento, cuando en nuestro país había democracia, se respetaban las
garantías y la propiedad privada, todo lo apostaron y construyeron en nuestro
país.
Resulta de todo esto -y es evidente que la revolución
no puede esconder más- es que su pretensión radica en ensalzar lo chabacano, lo
mediocre, lo vulgar, lo orillero. Incluso, la propaganda del régimen se ha
encargado de hacer ver que eso es lo popular. Y con el cuento del drama de la
pobreza, ha habido una campaña sistemática para atacar a la democracia
venezolana. Una cosa es la justicia social y otra cosa es lograr la
depauperación de toda la gente que conforma la sociedad. Este desgobierno, a
través de su maléfica propaganda, inyecta mensajes para enaltecer la pobreza.
Esta revolución mercadea que la pobreza es chévere. Y nos la impone: es
evidente que cada día todos somos más pobres.
Lo lamentable es que en la Venezuela de hoy
se necesita trascender esos planos de pobreza. Ya sabemos que hay núcleos de personas
inteligentes y de buena voluntad; pero, no consiguen los cauces para incorporar
al ser. Tiene que existir un grupo que, con criterio, exponga los escollos que
hicieron que el comunismo haya fracasado en todas las naciones donde intentaron
imponerlo. Y siempre llego a la conclusión de que ese grupo existe; pero, tiene
miedo porque al promover sus ideas, cree que podría ir en contra de los pobres
y perder sintonía con esa gente que es la que, al final de cuenta, la que más
les importa. Existe una masa de dolor y de necesidades que esta revolución la
hace cada vez más grande. Lo trágico es que no vemos, por ahora, una alternativa
a este desgobierno con respecto al tema de la pobreza, porque evidentemente no
se puede regresar a lo que había antes de Chávez, que hizo implosión. Soy un
convencido de que el espíritu de insurgencia debe estar basado y apalancado en
un criterio válido que saque a la gente de la indigencia. Ese drama de los desposeídos,
que se resume en la frase “caña, parrilla y anarquía,” después de ya casi medio
siglo de democracia, pareciera que es poco lo que la sociedad civil venezolana
ha aprendido en términos de valoración de la misma pobreza y de las más genuina
generación de un sentido de contribución y compasivo frente a ella. Antes de
Chávez había pobres y olvidados. Hoy, con Maduro, hay más pobres; pero,
reconocidos. ¡Qué daño nos ha hecho el caudillaje que a todas luces colma la
escena de las expectativas colectivas! Porque en esta revolución se confunden
la inclusión y el desprecio, gracias a los lineamientos que impone la
maquinaria comunista.
@mingo_1
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