“No sé si las de otras patrias
tendrán una significación tan profunda como tiene para los venezolanos nuestra
bandera nacional. Fue de cumbre en cumbre, cual águila tricolor, señalando los
pasos de la Campaña Admirable. Ondeó en los campos de batalla y, ensanchándose,
supo unir corazones y voluntades que hicieron nacer nuevas patrias donde se
conoció por primera vez la palabra libertad. Brilló igual en los pendones de
Carabobo que en la improvisada lanza de un centauro de Páez y se sublimó de
gloria cuando su rojo se confundió con la sangre de Atanasio Girardot que la
clavaba en Bárbula.
Por eso, cuando suenan las dianas
y veo izar mi bandera al alba o descender marcialmente al crepúsculo, bendigo
el nombre de Francisco de Miranda, creador de esa tela que es más orgulloso y
procero espejo de mi patria”.
Esta composición, con la que
decidí arrancar mi artículo de hoy –por cierto, el artículo con el que quiero
despedirme de ustedes por este año- la escribí cursando quinto grado de
primaria en el Colegio San Agustín de El Valle, a solicitud de mi maestro Justiniano
Martínez. El profesor Justiniano nos puso esta tarea, que también fue asignada a todos los alumnos del
colegio, para que participáramos en una especie de concurso con el que celebraríamos
el Día de la Bandera. Un jurado, conformado por distintos maestros, seleccionó mi
composición como la ganadora: ¡y tuve que aprendérmela para recitarla en un acto
especial! Sin duda, me la aprendí. Tanto, que nunca más la olvidé y hoy, casi
cincuenta años después, la recuerdo perfectamente -de principio a fin- como el
día que me tocó proclamarla ante el auditórium. También recuerdo que estaba muy
nervioso – ¿quién, a los diez años, no lo estaría?- y muy emocionado cuando me
entregaron el programa del acto y vi mi nombre impreso. Henchido de orgullo,
por mi composición y por mi bandera, la proclamé a viva voz. ¡Qué respeto nos
inculcaban por los símbolos patrios y por nuestra Venezuela!...La otra
Venezuela: la de la bandera de siete estrellas. La del escudo con el caballo
galopando a la derecha. La que emergía como referencia para el resto de los
países de América Latina. Sin numeritos rojos… sin exceso y abuso del rojo. Una
Venezuela de poderes independientes y respeto por la vida.
Hoy recordé, con mucha nostalgia, mi composición sobre la bandera. Me
descubrí repitiéndola con la misma entonación que lo hice otrora; sólo que con
la voz más gruesa. Pero, hoy mi discurso no estaría cargado de loas. Los años y
las experiencias hacen mella. Me he vuelto crítico –y mucho- de las atrocidades
que, con impunidad, cometen y se comenten en nuestra tierra…Estoy convencido de
que mis palabras no estarían impregnadas de hazañas y relatos valientes de los
héroes que “hacen patria” o dicen hacerla. Mi discurso sería un llamado a la
conciencia de un país, que yace adormecida. Una sacudida carajeada, sustentada
por la rabia, por la indolencia con la actuamos. Nuestra nación se hunde y no
hacemos nada por sacarla a flote. Mis frases serían una carajeada al gobierno y
a la dirigencia opositora para que, de una vez por todas, dejen el juego y se
pongan a trabajar por Venezuela. ¡Qué dejen las ambiciones a un lado y halen al
país hacia el progreso; pero, eso sí: que nos convoquen a todos con
autenticidad! Entromparía a los gremios, a los grupos mayoritarios y
minoritarios. Le haría una convocatoria a la República entera, porque el
llamado sería para trabajar para y por el beneficio de Venezuela. Intentaría
hacer entrar en razón a los que me escuchan, como lo hago con mis hijas cuando
hacen algo que pudiera estar errado. Estoy cansado de la gente que sólo aspira
el poder por el poder–y aferrarse a él como parásitos y pedigüeños- sólo para
enriquecimiento propio. ¿Acaso no es el deseo de muchos: lograr, por fin, una
nación encaminada, bien gobernada e inmaculadamente administrada? Quiero ver a
mis compatriotas haciendo país y no colas para abastecerse. Quiero a mi familia
y a las familias que se dividieron y se fueron regresando a Venezuela. Quiero
reconstrucción y progreso. Seguridad y calidad de vida. Quiero ver la cara de
mis amigos, de mis vecinos, de toda la gente con la que me cruzo, cargada de
sonrisas y esperanzas. Quiero el país que todos merecemos. Una Venezuela de primer
mundo, enrumbada hacia nuevos derroteros. Un país sano de espíritu y fuerte de
corazón, que busca incesantemente, todos los días, un mañana siempre mejor.
Arroparnos con la bandera, cobijados con la emoción que significa ser
venezolanos. Entonces, y sólo entonces, el cielo de Venezuela será mi bandera y
la tuya. Y mi bandera, siempre será mi discurso.
Qué estas navidades nos traigan momentos de reflexión, reconciliación,
madurez, sindéresis y tolerancia. Retos colectivos cargados de esperanza y compromiso
con los cambios que urgen. 2015 se vaticina como un año crucial –para no decir
difícil. De nosotros depende la Venezuela que queremos.
Mis queridos lectores…nos reencontraremos, con el favor de Dios, en
enero.
@mingo_1
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