“NOTAS DESDE LONDRES”
Por Cinzia De Santis
“La imperdonable ceguera de la
izquierda europea”
Murió Castro
y los sospechosos habituales se rasgaron las vestiduras. Desde Corbyn en el
Reino Unido hasta Hollande en Francia, alabar al monstruo recién fallecido se
convirtió en una competencia de sandeces. Que el líder del partido laboral
británico llore sobre la tumba de Fidel era de esperarse. Corbyn es un
dinosaurio político, ejemplar viviente de una especie que debería haberse
extinguido hace tiempo si no fuera porque la izquierda ha perdido la capacidad
de renovarse y él es uno de los pocos “duros” que quedan. Que Hollande farfulle
disparates tampoco causa sorpresa, lo ha hecho durante todo el tiempo que ha
sido presidente de Francia, un cargo que le queda grande y en el cual tuvo un
desempeño mediocre y desacertado.
Castro fue
un dictadorzuelo astuto y cruel que supo manipular magistralmente la
pusilanimidad de la izquierda europea. Entendió que al representar la farsa del
eterno revolucionario, del David caribeño contra el Goliat norteamericano, todo
se le perdonaría. Entendió que a estos izquierdosos de pacotilla, en un
ejercicio de cobardía histórica, les convenía escudarse detrás de los Castro y de
otros como ellos para disculpar su inconfesable aburguesamiento. Mientras el
comandante peleara contra el imperio y ellos lo apoyaran con furia, podían
seguir tomando café en Montmatre, atiborrarse de cerveza en los pubs de Londres
y viajar a países exóticos. ¿Cuántos de los que hoy lloran al comandante
aceptarían vivir en un país sin libertades políticas, con restricciones para
viajar, para disentir, para emprender?¿Cuántos de los dolientes aceptarían los
fusilamientos de disidentes, las golpizas recurrentes a las Damas de Blanco,
los salarios de miseria? El cinismo y el doble estándar es nauseabundo. Para
estos izquierdosos de ultratumba está bien que el pueblo de una islita del
Caribe sufra durante 58 años todo tipo de escasez; está bien que se alcen efigies
con la imagen de un brutal carnicero como el Che Guevara cuyo único mérito fue
ser fotogénico; no causa sospecha que ningún cubano de piel oscura ocupe cargos
importantes en el gobierno. Porque la solidaridad social, los derechos humanos y
el antirracismo son valores que se aplican solo a los países desarrollados. La
conclusión sobreentendida es que el pueblo cubano no está a la altura, es de
segunda clase, y por lo tanto no importa lo que tenga que sufrir con tal de
sostener la falacia castrista. Lo que importa es la retórica antiimperialista,
la fachada de una república, la excusa para seguir soñando con un modelo que
nunca funcionó y nunca funcionará.
En política
exterior, Castro fue el agitador social más habilidoso y globalizado en la
historia reciente. Las guerrillas latinoamericanas tienen mucho que agradecerle
a Fidel y compañía. Pero su gran logro fue apoderarse de Venezuela. Con un
intento fracasado de invasión en 1967, el dictador cubano pudo poner sus garras
sobre el Dorado apetecible al final de su vida gracias a Chávez. Su “hijo
espiritual” le ofreció el país en bandeja de plata, dándole un último respiro a
la revolución cubana a costa del sufrimiento del pueblo venezolano. El único
acierto de Castro en materia de política exterior fue apoyar a Nelson Mandela
cuando el resto del mundo lo repudió. Y aún así, su apoyo fue armado, cuando ya
la lucha de Mandela había superado esa etapa.
¿Y qué decir
—objetó una Lady británica con la que tuve una confrontación sobre el tema— de
las grandes mejoras que llevó a cabo la revolución cubana en materia de salud y
educación? Mi respuesta fue muy sencilla: ¿y es que acaso el Reino Unido y
Europa en general no tienen salud pública y educación gratuita sin necesidad de
fusilamientos, cárceles y farsas electorales?.¿Por qué los cubanos tuvieron que
pagar un precio que ustedes no pagaron? Bueno, dijo ella, es que en
Latinoamérica o es eso o es una dictadura de derecha. Tratando de controlarme
para no decirle que ese era el argumento más estúpido que había escuchado, le
contesté que hay muchas alternativas al simplismo dictadura-izquierda-derecha, que
en la misma Latinoamérica había ejemplos de progreso social sin el costo
abrumador que habían pagado los cubanos. Sin saber que decir, me dio la espalda
y siguió sorbiendo su champaña.
A Castro la
historia no lo perdonará, y tampoco perdonará a aquellos que cerraron los ojos,
la boca y las orejas ante la hecatombe cubana. Como dijo Zoe Valdés en un
artículo reciente: “Por el único por el que he sentido pena es por el Diablo,
se quedará sin empleo en el infierno”
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