"Crónica
de una represión anunciada"
Por María Herrera
Con gran indignación hemos asistido
esta semana a otro penoso y lamentable episodio de abuso y agresión de este
gobierno, esta vez perpetrado por efectivos de la FAN en la cárcel de Ramo
Verde, hacia Lilian Tintori y la madre de Leopoldo López, la señora Antonieta
Mendoza, quienes se encontraban haciendo una visita al líder opositor. Los
desagradables hechos, ocurridos el domingo 17 de enero, no están aislados. El
pasado 15 de enero, funcionarios del Sebin, vestidos de paisano, pero
debidamente identificados con sus credenciales y armados, irrumpían en el
domicilio del ciudadano Pablo Jiménez Guaricuco, conocido articulista del
portal pro-chavista “Aporrea”. Jiménez admitió que imaginaba que el motivo de
la requisa nocturna del Sebin en su casa se debía al tono crítico de su última
publicación en dicho portal titulada: “En Venezuela parece que no hay
presidente ni en tv”. Ese mismo día el autor publicó otro artículo titulado:
“Por escribir en Aporrea te pueden aporrear”.
Por si esto fuera poco, el pasado martes 19, se filtró en las redes un
audio que presuntamente pertenece al viceministro de política interior, Jahid
Muñoz, donde afirmaba frente a un grupo de personas: “Nosotros vamos a la calle a revertir ese resultado electoral y a
convertirlo en una victoria política (..) Vamos a defender al pueblo, vamos a
pelear con los malandros que ponen al pueblo a hacer cola, vamos a lograr, en algún momento, meter preso al malandro de Lorenzo Mendoza”. Todos estos hechos, que se producen después del
rotundo fracaso electoral sufrido por Maduro y el chavismo en últimas
elecciones, no deberían sorprendernos y digo que no debería
sorprendernos porque si hay algo que ha caracterizado al régimen chavista desde
sus inicios, es el hecho de que siempre ha cumplido sus amenazas.
Desde que Chávez asumió el poder en
1998 su gobierno siempre se caracterizó por el mismo modus operandi: el líder
anunciaba las cosas que iba a hacer a voz en cuello y tono amenazante y después
las cumplía una a una, ya se tratara de meros caprichos o de grandes
arbitrariedades y todo sucedía cuando uno menos se lo esperaba. Al igual que
aquella historia de la rana que se cocina a fuego lento y sin darse cuenta, la
gente, por su parte, también reaccionaba siempre de la misma manera. Los venezolanos nunca daban crédito a los
discursos altisonantes del difunto y pensaban: no, que va, eso aquí en
Venezuela nunca va a pasar. De ese modo, todo iba ocurriendo lentamente y la
gente se iba “acostumbrando”. Desde la aniquilación de la oposición, el
secuestro del congreso, el TSJ, el CNE y todas las demás instituciones; pasando
por la destrucción de Pdvsa, sin mencionar el cierre de Radio Caracas y otros
medios impresos; las múltiples expropiaciones, además de todos los exiliados y
los “políticos presos”, como él los llamaba, a lo largo de todos esos años
fuimos viendo como Chávez siempre conseguía llevar a cabo todo aquello que se
proponía y que previamente nos había anunciado. Otro rasgo característico del
galáctico era su capacidad para sacar provecho de las crisis con el fin de
afianzar sus objetivos. Objetivos que no eran otros que atornillarse en el
poder y profundizar, para hacer cada vez más irreversible, su tan cacareado
proceso. De esta forma, no solo iba apuntándose diariamente a su favor los
medios necesarios para lograr sus objetivos, sino que con cada reacción en
contra aprovechaba para justificar la neutralización de sus enemigos y
radicalizar aún más sus acciones.
Acostumbrados como estábamos durante
décadas a escuchar a los políticos hablar y hablar sin hacer nada, Chávez nos
tomó a todos por sorpresa. El era un animal distinto y siempre lo fue. Y la
verdad sea dicha, todo se le puede criticar, excepto el hecho de que sí era
capaz de pasar de las palabras a la acción y eso parece que todavía nos deja
perplejos.
El heredero, al que no le asisten ni
el carisma ni la sesera de su predecesor, tampoco le faltan su audacia, ni su
vocación mediática y dictatorial, por no mencionar su capacidad destructiva,
renglón en el cual, -todo hay que decirlo- no solo ha superado en forma
exponencial a su mentor, sino que ha alcanzado unos límites que podríamos
caracterizar de “Ripley-escos”. El perfil, más precario pero decididamente más
ideologizado de Maduro, se complementa con el rasgo heredado del difunto de
avisar lo que va a hacer y acto seguido pasar a la acción, sumado a la
habilidad, -o la creencia- de que debe usar todos los escollos y los problemas
que encuentra en el camino para radicalizarse más.
En su discurso de Memoria y Cuenta
ante el recién inaugurado parlamento de mayoría opositora, Maduro repetía una y
otra vez el trillado concepto de la guerra económica. Y nosotros, hartos de
escuchar la misma cantaleta, desestimamos una vez más las palabras del señor
heredero y otra vez olvidamos el detalle de que tanto su antecesor como él no
han descansado nunca hasta volver hechos todo aquello que sale por sus
bocas. Pero por si esto fuera poco,
olvidamos el añadido de que a la hora de enfrentar problemas y obstáculos su prioridad
es siempre utilizar la coyuntura para volverse más radicales. De tal manera
que, con su disco rayado de la “guerra económica”, Maduro nos lanza aquel
strike: su Decreto de Emergencia Económica. El cual, ¡oh sorpresa!, no es otra
cosa que una nueva vía de radicalización socialista que busca valerse de la
crisis para desproveernos –más si cabe- de nuestros derechos y libertades
económicas, estatizar más la economía, debilitar más la empresa y la propiedad
privada y continuar dilapidando y otra vez sin control alguno, el tesoro
público.
No menos importante, y disfrazado
entre frases repetitivas y un somnoliento discurso de pretensiones
conciliatorias, Maduro dejó caer de pronto ante los diputados de la oposición,
la siguiente perla: “No se confíen, que a
ustedes les gusta confiarse y después viene el 13 de abril.” Esta frase
pasó desapercibida, pero no era la primera vez que Maduro hablaba de Abril tras
su derrota en las parlamentarias. El 9 de diciembre declaró públicamente que “tras el triunfo
de la derecha en la parlamentaria -había- dos caminos posibles: o deriva en una
contrarrevolución fascista o deriva en una revolución renovada, popular, rumbo
al socialismo”. Maduro afirmó
entonces lo siguiente: “Los tiempos
exigen de nosotros ubicar estratégicamente al enemigo principal y sus aliados
engatusados en distintos cargos. Pero no perdamos de vista, ni por un
segundo, que la batalla principal es contra la derecha fascista y
contrarrevolucionaria. Esas propuestas, deberán estar inspiradas en el espíritu
del 4 de febrero de 1992, que reavivó la esperanza de los venezolanos; así como
en la gesta heroica del pueblo afianzó el camino de la Revolución Bolivariana,
el 13 de abril de 2002”.
En medio aquel alboroto, distraídos
por la inmediatez del tema económico y por el brillante discurso de réplica a
cargo de nuestro nuevo presidente de la Asamblea Nacional, perdimos de vista
que Maduro, mucho antes de su discurso de Memoria y cuenta ente la Asamblea, ya
nos había lanzado su primer strike: la contrarrevolución. Y esto es
precisamente a lo que me quiero referir aquí.
Maduro ha dicho y sostiene que la
nueva mayoría en el congreso, -que en realidad es el producto de una votación
popular-, es un triunfo de la contrarrevolución y que eso es temporal. En su
lenguaje, Maduro sustituye la palabra oposición por contrarrevolución, lo cual
equivale a decir que todos los venezolanos que no apoyamos al partido de
gobierno y que votamos por la opción de la MUD somos contrarrevolucionarios. El
término contrarrevolucionario, data de finales del siglo XVIII en el marco de
la Revolución Francesa y define a todo aquel que no apoye la revolución, en
este caso anti-monárquica. En el contexto estrictamente socialista, el término
fue usado durante la Revolución Bolchevique en Rusia, liderada por Waldimir
Illich Lenin. Lenin fue un hombre que en su tiempo tuvo acceso a la educación y
que desde muy pequeño, tras ver como ahorcaban a su hermano mayor por
subversivo, se preparaba con todos sus medios para organizar una revolución contra
el régimen imperial ruso. Una vez depuesto el Zar y tras él el gobierno que le
sustituyó, Lenin, a la cabeza de los Bolcheviques, asumió el poder en Rusia y
se instaló en el Kremlin. Desde allí, de forma soterrada dictó la orden de
asesinar a toda la familia imperial. En medio de una sangrienta guerra civil
entre el ejército rojo de los bolcheviques y el ejército banco de los zaristas,
Lenin escribió de su puño y letra el decreto conocido como “Terror Rojo”, que
literalmente consistía en sembrar el terror y eliminar a todos aquellos que no
fueran revolucionarios, es decir: los contrarrevolucionarios. Este decreto se
basa en el principio de que el fin justifica los medios. Las dimensiones de la
purga y las innombrables atrocidades que se cometieron bajo el terror rojo son
historia y no son objeto de este escrito. No obstante, con ello pretendo poner
en perspectiva el alcance del término en cuestión, el cual, huelga decir, no
puede usarse a la ligera y Maduro no lo hace.
Nosotros, sin embargo desestimamos una
vez más a Maduro y su discurso desfasado. Todavía y después de 17 años de
dominación, no entendemos el mensaje. No nos ha bastado Brito, ni la jueza
Afiumi, ni los estudiantes muertos, ni la Tumba, ni los líderes opositores y los
estudiantiles perseguidos y requisados por el Sebin, ni los diputados
golpeados, vejados e inhabilitados, ni los estudiantes presos, ni Leopoldo
López, ni Ledezma, ni los casi 80 presos políticos que hoy tenemos, para
entender, no solamente el carácter eminentemente represor de este régimen, sino
el hecho de que siempre ha utilizado y utilizará las coyunturas adversas para
radicalizarse aún más y que, en este sentido, no es casualidad el lenguaje de
corte leninista empleado por Maduro en su discurso en este caso. No se trata solamente
aquí, que bajo argumentos absurdos Maduro pretenda, como ha dicho, rechazar la
Ley de Amnistía, ni tampoco de sus ansias de aplacar la frustración que siente
al tener a un congreso y al pueblo en contra, sino que ahora siente y está
convencido que la nueva situación le da pie para extremar y radicalizar más su
posición y para ello está dispuesto a utilizar todas las armas que le quedan a
su disposición y estas son precisamente todas las fuerzas represoras del
Estado, incluyendo al Sebin, las cárceles y como no, la FAN, de la cual por
cierto, y no se nos olvide, todavía es Comandante en Jefe. Guerra avisada…
María Herrera
20/01/2016
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