ALLÁ NO HAY QUESO TELITA por José Domingo Blanco (Mingo)
Una querida comadre, octogenaria ella, se lamenta y horroriza del
estilo de vida que llevamos. Se espanta de solo ver cómo estamos viviendo los
venezolanos. “Te puedo asegurar que esto es algo nunca visto, Mingo”, remarca
para dejar por sentado su rechazo a lo que sufrimos y que, en la plenitud y
lucidez de sus ochenta y pico, no justifica. Por supuesto, achaca las culpas de
este empobrecimiento acelerado al despilfarro de los quince años de gobierno y
a la mediocridad de quienes lo ejercen, “que ni primaria aprobada deben tener,
porque al menos los bachilleres de antes salían bien preparados”. Mi comadre, se
compadece de nosotros porque “a tu edad, Mingo, Elías, con su trabajo, lograba
llevarnos de vacaciones todos los años, teníamos casa propia, comprada con un
crédito que fue pagando mes a mes y cada
cinco años también cambiábamos de carro, que también compraba a crédito”. ¡Caramba
que distantes estamos de esa Venezuela y qué lejos estamos de la vida que Elías
le dio a su familia! Pienso. Mientras, la oigo consciente de que su lamento y
compasión son el calvario nuestro de todos los días, compartido por miles de
venezolanos. La frustración, el desasosiego, el hastío, la depresión y sobre
todo el miedo, son esos malos atributos, muy contagiosos, contra los que,
pareciera, no haber repelentes en estos momentos.
Pero, a pesar de todo, a pesar de cuan negro luce el panorama, sigo
bregando y apostando a esta tierra de
queso telita...La tierra de mis Tiburones de La Guaira. No, no es masoquismo:
lo que me hace estar en Venezuela son las ganas de verla levantarse de sus
cenizas. Los deseos de reconstruirla junto con tantos otros compatriotas cuando
superemos esta pesadilla que nos acogota. Sobre todo, ver que regresen los que
se fueron, y aprovechar su experiencia adquirida para edificar un país que
luzca una nueva cara de progreso.
Es verdad que el precio del barril de petróleo sigue bajando. Y que, cuando
pensamos que ya estábamos tocando fondo, aparece la pala retroexcavadora para
seguir abriendo el hoyo por el que seguimos hundiéndonos. Es típico que los economistas,
cuando se acerca este último trimestre del año, siempre nos dan sus proyecciones
para el venidero. De un tiempo para acá, el pronóstico nunca es esperanzador.
Las cosas van mal y se pondrán aún peor según los expertos –esta suerte de
profetas de una realidad que huele a desastre. Todo parece indicar que están
muy lejos los días en los que se resolverán la escasez y la inflación.
Razones para irse de Venezuela, en este momento, hay de sobra. Sin
duda. Es más respeto a quienes tomaron la decisión porque es válido apostar por
un futuro mejor, que no aparece por ninguna parte en nuestra geografía. La vida en otros países, contada por
los venezolanos que se fueron, no suena a vacaciones, folleto de viaje, turismo
ni diversión. Para salir adelante, les toca apretarse los pantalones. Recuerdo
que hace poco, en otro artículo que escribí, les pedía a esos centenares de
compatriotas que regresaran, como en aquella época de la Fundación Gran
Mariscal de Ayacucho. ¿Recuerdan? Los muchachos se iban, estudiaban y
retornaban para derrochar talento de sobra en la patria. Estoy consciente de
que hoy no está nada fácil regresar.
Y cuando hago mención del queso telita, por cierto –aunque también pude
citar a mi amada isla de Margarita, el Salto Ángel, el ají dulce, Los Roques,
la cachapa, nuestros quesos blancos, la arepa pelada o el chocolate y paremos
de contar- lo hago porque hace poco me tropecé en el CCCT con un viejo amigo
que tenía tiempo sin ver porque, como muchos otros, se había marchado del país.
Lo vi pidiendo una empanada y un jugo de guanábana en un concurrido local de
ese centro comercial. Me sorprendió encontrarlo porque la última vez me había
dicho que se iba, a pesar de sus años, convencido por los hijos de que este ya
no era un buen lugar para permanecer. Por supuesto, le pregunté por qué había
regresado. Me respondió tajante: “porque estoy muy viejo para vivir en un país
donde no hay queso telita, vale” y le metió tremendo mordisco placentero a esa
empanada rellena con su razón para retornar.
También recuerdo que hace unos meses, tuve la oportunidad de realizar
unas entrevistas a tres exiliados cubanos que vivieron la represión y los
desmanes de los primeros años de Fidel Castro. Todos coincidían que, si bien al
inicio, comulgaban con el cambio que proponía Castro, no hizo falta que pasara
mucho tiempo para que se dieran cuenta en qué depararía la nación en manos de
Fidel. Luego de cumplir con sus condenas, abandonaron Cuba y vinieron a parar a
Venezuela, a la que rápidamente asumieron como propia. A todos les hice la
misma pregunta: ¿qué les recomendarían a los venezolanos que sentimos que vamos
directo al comunismo? Todos, sin excepción, respondieron: “qué no se vayan del
país. Qué se opongan a este régimen, que a todas luces, se perfila como Castro-comunista”.
Obviamente, mi pregunta, después de escuchar estas respuestas, era obligatoria:
¿pero, ustedes lo hicieron? Ustedes se fueron de Cuba”. “Por eso sabemos lo que
estamos recomendando: no debimos marcharnos nunca. Quizá la dictadura cubana no
sumaría tantos años”.
@mingo_1
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