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viernes, 10 de octubre de 2014

EDITORIAL (02/10/14): Historia Real “Una tonelada de humanidad dentro de medio gramo de acetaminofén” /

EDITORIAL (02/10/14): Historia Real “Una tonelada de humanidad dentro de medio gramo de acetaminofén” / 
Recordando al artículo “El Colibrí” de Laureano Márquez. El venezolano es un ser lleno de humanidad y ni este comunismo, tan extranjero como criminal, nos va a quitar ese amor tan natural por el ser humano. Aquí un ejemplo a imitar. Aquí una historia real que nos envió un lector de este reporte de prensa:  
Habiendo circulado tanto por diferentes sitios en urbanizaciones y barrios, sin encontrar unos gramos de acetaminofén para dárselo a mi hijo quien tiene una de estas fiebres que hoy plagan a Venezuela, camino a mi humilde urbanización clase media o media clase, como le decimos ahora, me detuve en una pequeña frutería para calmar mi ansiedad y de alguna forma darme un placer, de esos que son tan pocos, en estos días de comunismo destructor. Apenas nos quedan unas pastillas para un par de días, lo cual nos ubica en el grupo elitesco de los privilegiados. Sin embargo, el tratamiento exige al menos 5 días, si es que no deben ser 7. Compré un juguito de guanábana, de esos tan nuestros y sentándome en un murito que se arropaba bajo la sombra de un frondoso árbol, noté que al final de un solitario pasillo asomaba un letrero que decía: “Farmacia”. Terminé el delicioso jugo y caminé hasta el sitio. Me encontré con una tienda de imagen muy sencilla y con más de la mitad del espacio de los anaqueles vacíos. Detrás del mostrador estaba una señora quien además de saludarme amablemente, me pidió esperar un momento. Agradado por su trato me disculpé diciéndole: “señora disculpe, pero no es para quitarle tanto tiempo, ¿acaso en esta farmacia también borraron del diccionario la palabra acetaminofén?”  Había una cliente que siguió diciendo: “¡Eso es verdad! ¡Que desgracia, esto es una desgracia!”. Saliendo la cliente, se me acercó la farmaceuta y me preguntó: “¿de 500 miligramos?” - ¡Si claro! contesté sorprendido. No terminaba acabar mi muy grata sorpresa, cuando ella sacó una bolsita de papel, anotando “acetaminofén 500 mgs – Vence el 8/2015”. Al instante sacó un frasco grande con letras en inglés y dentro de la bolsita vació una buena cantidad de cápsulas. La cerró con una grapa y me dijo: “¡Tenga! ¡Esto no es nada! Esto me lo dio un amigo que se quiere mantener anónimo; vive en Estados Unidos y sabe que aquí no se consigue. Me entregó unos frascos para que donara las cápsulas de acetaminofén a las personas que lo necesitaran.” De pronto me faltó el aire y casi se me salen las lágrimas de agradecimiento. Besando la bolsita y poniéndola en mi corazón, rebusqué energías para serenamente decirle dos veces: ¡Dios lo bendiga y la bendiga! ¡Dios lo bendiga y la bendiga! Puede decirse muy rápido, pero al salir de esa farmacia besé esa bolsita dos veces más, sintiendo que allí no sólo llevaba el tratamiento que iba curar a mi hijo, sino que por encima de todo llevaba varias toneladas de amor por la humanidad. Se me confirmó otra vez aquello que tanto he escuchado: el hogar de Dios es nuestro corazón. … (Fin del correo) 
Se preguntó a quien escribió este correo si se podía decir a que farmacia acudir caso de necesitar “acetaminofén”, pero para cuando ya nos contestó, dijo que en la misma ya se había agotado. 
Que no sólo quede una lección en este mensaje, sino una invitación a quienes viajan o viven fuera de Venezuela y tienen recursos para imitar este gesto de amor. Si buscan en su corazón, allí encontrarán las buenas ideas para ser útiles. El corazón define el “que hacer”; la razón, el “cómo”. ¡Ser útil es el mayor privilegio que Dios puede darnos! 
(A continuación se vuelve a publicar el artículo “El Colibrí” …) 
* “El Colibrí" Por Laureano Márquez /  “Hay una fábula que cuenta la historia de un incendio en la selva. Los animales todos huían despavoridos; hasta el inmenso elefante corría a toda prisa en dirección contraria a las llamas. El mono, cual Tarzán, saltaba de árbol en árbol agarrándose de las lianas. Con mejor visión panorámica, observó a un pequeño colibrí que volaba a un lago cercano, recogía el agua que podía en su piquito y regresaba hacia el incendio. En uno de los viajes de vuelta, el mono detuvo al colibrí para increparlo por su extraña actitud: —Pero bueno, piazo e colibrí… ¿Tú crees que con esa ñinguita de agua que cabe en tu minúsculo piquito vas a apagar el incendio de la selva? Y el colibrí respondió (no sé muy bien cómo podía hablar con el piquito lleno de agua, pero la fábula es así): —Es verdad; quizá no pueda apagar el incendio, pero mi única opción es cumplir con mi deber. … (continúa)/ Abrir: http://laureanomarquez.com/escritos/editorial-tal-cual/el-colibri/         

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