EDITORIAL (02/10/14): Historia Real “Una tonelada de
humanidad dentro de medio gramo de acetaminofén” /
Recordando al artículo “El Colibrí” de Laureano Márquez. El venezolano es un ser lleno de humanidad
y ni este comunismo, tan extranjero como criminal, nos va a quitar ese amor tan
natural por el ser humano. Aquí un ejemplo a imitar. Aquí una historia real que
nos envió un lector de este reporte de prensa:
“Habiendo circulado tanto por diferentes sitios en urbanizaciones y
barrios, sin encontrar unos gramos de acetaminofén para dárselo a mi hijo quien
tiene una de estas fiebres que hoy plagan a Venezuela, camino a mi humilde urbanización
clase media o media clase, como le decimos ahora, me detuve en una pequeña
frutería para calmar mi ansiedad y de alguna forma darme un placer, de esos que
son tan pocos, en estos días de comunismo destructor. Apenas nos quedan unas
pastillas para un par de días, lo cual nos ubica en el grupo elitesco de los
privilegiados. Sin embargo, el tratamiento exige al menos 5 días, si es que no
deben ser 7. Compré un juguito de guanábana, de esos tan nuestros y sentándome
en un murito que se arropaba bajo la sombra de un frondoso árbol, noté que al
final de un solitario pasillo asomaba un letrero que decía: “Farmacia”. Terminé
el delicioso jugo y caminé hasta el sitio. Me encontré con una tienda de imagen
muy sencilla y con más de la mitad del espacio de los anaqueles vacíos. Detrás
del mostrador estaba una señora quien además de saludarme amablemente, me pidió
esperar un momento. Agradado por su trato me disculpé diciéndole: “señora
disculpe, pero no es para quitarle tanto tiempo, ¿acaso en esta farmacia también
borraron del diccionario la palabra acetaminofén?” Había una cliente que siguió diciendo: “¡Eso
es verdad! ¡Que desgracia, esto es una desgracia!”. Saliendo la cliente, se me
acercó la farmaceuta y me preguntó: “¿de 500 miligramos?” - ¡Si claro! contesté
sorprendido. No terminaba acabar mi muy grata sorpresa, cuando ella sacó una
bolsita de papel, anotando “acetaminofén 500 mgs – Vence el 8/2015”. Al
instante sacó un frasco grande con letras en inglés y dentro de la bolsita
vació una buena cantidad de cápsulas. La cerró con una grapa y me dijo: “¡Tenga! ¡Esto no es nada! Esto
me lo dio un amigo que se quiere mantener anónimo; vive en Estados Unidos y
sabe que aquí no se consigue. Me entregó unos frascos para que donara las
cápsulas de acetaminofén a las personas que lo necesitaran.” De pronto
me faltó el aire y casi se me salen las lágrimas de agradecimiento. Besando la
bolsita y poniéndola en mi corazón, rebusqué energías para serenamente decirle
dos veces: ¡Dios lo bendiga y la bendiga! ¡Dios lo bendiga y la bendiga! Puede decirse muy rápido, pero
al salir de esa farmacia besé esa bolsita dos veces más, sintiendo que allí no
sólo llevaba el tratamiento que iba curar a mi hijo, sino que por encima de
todo llevaba varias toneladas de amor por la humanidad. Se me confirmó otra vez
aquello que tanto he escuchado: el hogar de Dios es nuestro corazón.” … (Fin del correo)
Se
preguntó a quien escribió este correo si se podía decir a que farmacia acudir
caso de necesitar “acetaminofén”, pero para cuando ya nos contestó, dijo que en
la misma ya se había agotado.
Que no sólo quede una lección en
este mensaje, sino una invitación a quienes viajan o viven fuera de Venezuela y
tienen recursos para imitar este gesto de amor. Si buscan en su corazón, allí
encontrarán las buenas ideas para ser útiles. El corazón define el “que hacer”;
la razón, el “cómo”. ¡Ser útil es el mayor privilegio que Dios puede darnos!
(A continuación se vuelve a publicar el artículo “El Colibrí” …)
* “El Colibrí" Por Laureano Márquez / “Hay una fábula que
cuenta la historia de un incendio en la selva. Los animales todos huían
despavoridos; hasta el inmenso elefante corría a toda
prisa en dirección contraria a las llamas. El mono, cual Tarzán, saltaba de
árbol en árbol agarrándose de las lianas. Con mejor visión panorámica, observó
a un pequeño colibrí que
volaba a un lago cercano, recogía el agua que podía en su piquito y regresaba
hacia el incendio. En uno de los viajes de vuelta, el mono detuvo al colibrí
para increparlo por su extraña actitud: —Pero bueno, piazo e colibrí… ¿Tú crees
que con esa ñinguita de agua que cabe en tu minúsculo piquito vas a apagar el
incendio de la selva? Y el colibrí respondió (no sé muy bien cómo podía
hablar con el piquito lleno de agua, pero la fábula es así): —Es verdad; quizá no pueda apagar
el incendio, pero mi única opción es cumplir con mi deber.” … (continúa)/ Abrir: http://laureanomarquez.com/escritos/editorial-tal-cual/el-colibri/
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