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lunes, 9 de noviembre de 2015

¿Se acuerdan cuando decir "palabra de honor" valía algo?


Armando Martini Pietri: 
¿Se acuerdan cuando decir "palabra de honor" valía algo?

  
Hoy en día la palabra empeñada sigue siendo el compromiso mayor de un ciudadano en buena parte del mundo. En los países orientales darse la mano o empeñar la palabra tiene valor de compromiso total. En las naciones regidas por el derecho anglosajón (Inglaterra, Escocia, Estados Unidos, Australia, Canadá, etc.) facilitar la palabra o chocar las manos, tiene igual valor judicial que un contrato firmado y registrado en nuestros países.

Pero el gran valor de honrar la palabra viene de los tiempos cuando el cumplimiento del compromiso asumido por la palabra empeñada se consideraba como una de las grandes virtudes que poseía una persona, pues bastaba con que de “boca” se asumiera la obligación para que fuese cumplido con la misma fuerza como si fuese por escrito; e incluso más. Uno de los grandes juristas del “ancien regime” en Francia, Antoine Loysel, dijo: “que a los bueyes se ataban por los cuernos y a los hombres por las palabras”.

En Venezuela el valor de la palabra empeñada también era más que un documento, se respetaba, era sagrado. Esa fue la enseñanza y ejemplo de abuelos y padres. Hoy en día siguiendo la costumbre todos decimos: "te doy mi palabra", pero son ya demasiados los que parecen decirlo sólo como una expresión, como una costumbre ignorando las consecuencias reales de su acción. Después de todo no sólo estamos en el país de los políticos que vociferan promesas a diestra y siniestra sellando compromisos como si fueran chorros de agua, sino donde mentarle la madre a otro ya no es una ofensa personal sino una simple forma grosera pero no como para matarse en defensa de honor alguno.

Tanto en la política como en lo privado la firmeza de la palabra se ha degradado, se ha devaluado, y ése es un síntoma tan doloroso como alarmante, somos una sociedad puesta de rodillas, de ciudadanos desaprensivos que priorizan el dinero y los beneficios por encima de los principios y no han tenido freno para usar su palabra engañando y estafando, eso además de zánganos los convierte en delincuentes. Lo peor es que no son menos sino que aumentan cada día, para vergüenza e intranquilidad de todos nosotros. Jóvenes que venían del estudiantado y de las ilusiones, ingresan a los partidos pero no los refrescan, no los renuevan, se adaptan a ellos y terminan hablando y actuando igual que los políticos de siempre que en sus comienzos criticaron. Solo una muestra del pantano en el cual estamos estancados.

Venezuela está obligada, exigida y hasta forzada en rescatar valores y principios, las buenas costumbres, la ética, la moral, la decencia y honestidad que deben ser reivindicadas en lo público y privado, exhibiendo al país a quienes sin piedad ni misericordia irrespetan la palabra empeñada.

A pesar del tiempo, desconocimiento e irrespeto a la palabra dada, todavía en nuestro derecho civil de las obligaciones el principio imperante es el del consensualismo, lo que significa que desde que dos o más personas se ponen de acuerdo para un negocio jurídico, inmediatamente surge una obligación, de donde resulta que el acreedor tiene el derecho de exigirle a su contraparte que es el deudor del cumplimiento de ese convenio o compromiso. En principio la necesidad de papeles sólo se exige como un requisito para la prueba de la existencia de la obligación. Pero hágase la pregunta, ¿en esta Venezuela revolucionaria de hoy haría usted cualquier negocio sin firmar un papel?

Antes se consideraba la seriedad, formalidad, responsabilidad y compromiso de un hombre en la medida en que respetaba la palabra que había empeñado. ¿Y ahora? Lo que parece valer es cuánto estás dispuesto a pagar.

En estos tiempos de campañas electorales los políticos utilizan como estrategia principal hacer promesas públicas y algunos de ellos, son tan descarados que ofrecen hasta lo imposible para ganar unos cuantos votos; lo que es de mentecato y contraproducente porque al no cumplirlas, comenten delito y violación a las leyes al plantear “ofertas engañosas” y consecuencia deberían ser sancionados de manera severa y ejemplar. Obviamente, ese castigo no existe, a menos, por ejemplo, que Estados Unidos pague o autorice intercambios, o que los medios se atrevan a hacer denuncias o algún alto jefe gubernamental o del partido de Gobierno tenga intereses específicos.

Ciudadanos con derecho al sufragio no debemos ni podemos dejarnos conquistar por promesas engañosas o con pocas probabilidades de éxito porque aquellos que las hacen además de engañar al no cumplir con la palabra empeñada son irresponsables, farsantes, embaucadores, mentirosos y sin duda se constituyen en delincuentes –al menos- electorales.

Venezuela merece mejor y tendrá mejor.  

@ArmandoMartini




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