En días pasado tuve oportunidad de encontrarme con un artículo bastante desagradable que se intitula DE BETANCOURT A CHAVEZ: FIN DE UNA ERA, cuyo autor es el señor Eduardo Guzmán Pérez. Desde hace varios meses he sostenido en mis opiniones la necesidad de revisar críticamente nuestra historia contemporánea del siglo XX, quizá con la pretensión de ir entendiendo el por qué llegamos a este abismo del siglo XXI y con el deber irrenunciable de exigir de la generación pasado el mea culpa de lo que sucede. Sin embargo esto no nos excusa de seguir hundidos en este abismo. Si estamos en él es porque los venezolanos de este tiempo así lo han querido.
Puede sonar altisonante para algunos historiadores u opinadores de oficio que un joven menor de treinta años pretenda alzar su voz en esta materia, pero es mi deber como venezolano responder con energía el artículo precitado aunque con ello deba descender a las nefastas catacumbas intelectuales del señor Guzman Pérez. Mis artículos consecuentes no son de oficio, son un grito desde el exilio que busca empatía porque como muchos miles yo me niego a dejar de creer en la tierra que heredaré a mis hijos y donde, además, están mis muertos. Mi palabra es de forma permanente es una desesperada profesión de fe en el futuro y en el pueblo venezolano.
Yo no conocí a Rómulo Betancourt, cuando nací él ya había fallecido. Pero esto no me niega el derecho de reconocerlo como el líder indiscutible y trascendental del siglo XX. Una afirmación que alejo, en primer lugar, de una alabanza ciega. Es el simple reconocimiento que la misma historia le ha dado y le seguirá dando a Betancourt. Para los jóvenes que nos hemos exiliado, voluntaria o forzosamente, Betancourt es la figura eximia que alienta el destierro porque su época no es tan diferente a la que me ha tocado vivir.
Dice el señor Guzmán: « ¿qué hizo Rómulo, el primer Chávez del siglo XX?, veamos: Perseguir a los opositores, hacer un gobierno, sectario y demagógico, expropiar bienes de los medinistas y gomecista, encarcelar, allanar residencias de madrugada de los medinistas, desterrar gente, pecular, formar bandas armadas adecas (Colectivos) y enjuiciar con un Tribunal ad-hoc y si apelación, a quien le diera la gana y desterrar opositores y quien le daba la gana». Me permitiré, al respecto, hacer las siguientes consideraciones, en base a mis estudios político-históricos:
1. Rómulo fue la piedra angular de la generación de 1928. Nada más profano sería desmeritar el sentido, el valor y la trascendencia de aquella generación de muchachos que se alzaron contra el gomecismo, cuyo trasfondo histórico fue el alzamiento contra el personalismo, contra el caudillismo que hasta entonces era lo que nos había dominado desde 1812, tras el fracaso de la I República.
2. Con el famoso pacto de 1930, suscrito por Betancourt, Leoni, Montilla y Aristeguieta, la flamante generación sentencia el final del militarismo. Luego vendrá el Plan de Barranquilla, un año después en 1931. Y una década después la fundación de Acción Democrática, un partido «nacido para hacer historia», como sucedió. El 18 de octubre de 1945 un golpe militar clásico derroca a Medina Angarita con la ayuda civil de Acción Democrática, lo que revela el carácter decidido de Betancourt a conducir a este país a la democracia y el orden y además consagra lo anteriormente dicho: el carácter histórico trascendental de AD.
3. A raíz de ese golpe militar, Betancourt, ya en el Gobierno, promulgará el EstatutoElectoral, el documento más importante de nuestra historia después del Acta de Independencia, como sentencia el profesor Carrera Damas, un hombre de sobrada solvencia moral.
4. Pese al abrumador apoyo popular en su segundo mandato presidencial,Betancourt optó por no reelegirse, aunque en 1973 el pueblo así lo hubiese hecho.
5. Y el hecho que quiero resaltar aquí con mayor ahínco es la honestidad de Rómulo Betancourt. Después de 1948 y 1973 Rómulo mantuvo su mismo nivel de vida, un hecho que para el momento llamó mucho la atención, considerando que Venezuela era el país más rico de la región.
6. Betancourt sembró la democracia e impidió con su talante de estadista, gobernante y auténtico venezolano, el surgimiento del comunismo en Venezuela a mediados del siglo pasado. Si así no hubiese sido el drama de La Habana lo hubiésemos padecido desde entonces.
Finalmente se remata el artículo resumiendo que, por obra de Betancourt, «se inicia el festín de la corrupción y bochinche democrático. Con ellos Venezuela perdió el rumbo y vea Ud. lector donde llegamos. ¿Triste historia verdad?».
La democracia es libertad. Somos libres para bien o para mal, éste es el grandioso secreto de la libertad. Si algo podemos celebrar los venezolanos es que desde 1958 hasta 1999 gozamos de libertad, una libertad desenfrenada sí, pero libertad: el don más preciado de la existencia que en Venezuela hemos perdido por culpa del régimen totalitario de Maduro y de su infernal antecesor. Por ser libres se permitió la llegada de un personaje tan abominable como Hugo Chávez, cuyo perfil no tiene ni remotamente punto de comparación con Rómulo Betancourt. Esa frase tan cruda del “festín de la corrupción y bochinche democrático” no condujo a Venezuela al abismo en el que hemos sido enterrados hoy. Betancourt es a Venezuela, lo que Felipe Gonzáles fue a España. Y lo que Adenauer a Europa. En pocas palabras, el gran estadista del angustioso siglo XX venezolano.
La pérdida de rumbo de nuestro país durante la mal llamada IV República, es un debate sin duda muy interesante que algún día debemos dar, pero estoy fielmente convencido que no con personas como Eduardo Guzmán Pérez, quien debería lavarse la boca antes de polemizar sobre Rómulo Betancourt.
Antes de finalizar este artículo, quiero dejar constancia que no tengo afinidad política con Acción Democrática, que hoy acaso son cenizas de lo que, gracias a Betancourt, a Leoni, a Pérez, a Ruiz Pineda, a Barrios, fue en positivo para el país. Pero no me avergüenza autocalificarme como “Romulista” a mis veintisiete años de vida.
Robert Gilles Redondo robertgillesr@gmail.com
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