Lo bonito sería poder escribir un artículo de comienzos
de año deseando lo mejor para los lectores y subrayando las expectativas para
los doce meses que comienzan, como es costumbre; un par de críticas, algún
consejo pedante, una que otra fastidiosa opinión de cómo cree el autor que
deben hacerse las cosas y que, por supuesto, no se le habría ocurrido a nadie
sino a él.
Pero con este Gobierno, este fanatismo político en base a
una ideología que tiene ya cerca de 40 años de demostraciones de rotundo
fracaso, estos Ministros que se empeñan en hablar de los temas que desconocen
–los de sus especialidades y competencias, mire usted- porque creen
ingenuamente que hablando convencen, y este Presidente enamorado de largas
conversas por televisión, que se pega un larguísimo viaje en avión cubano y
cargado de abrigos y bufandas, a buscar dinero donde, si tuviera expertos a su
servicio, le habrían dicho que no lo encontraría porque los chinos nunca han
sido botarates, es prácticamente imposible escribir con optimismo y
certidumbre.
Los chinos tienen 3.000 años haciendo política,
aprendiendo a ser imperio desde que consolidaron más o menos sus fronteras y
acostumbrándose a obedecer al mandatario de turno. Lo que nunca aprendieron, ni
siquiera con sus grandes pensadores, fue a ser derrochadores, al contrario. Los
chinos después que sepultaron a Mao
Zedong
conocido como Mao Tse-tung y sus equivocaciones se han dedicado a crecer
con un concepto moderno. No les interesa conquistar territorios, compran
fuentes de riqueza. Lo hacen chequera en mano y por supuesto, imponen sus
condiciones.
En el caso venezolano no importa cuántos acuerdos de
cooperación firmen para hacer felices primero a Chávez y ahora a Maduro
–cooperar es ayudar, no necesariamente poner plata de inmediato- lo que les
interesa esencialmente es asegurarse el petróleo que necesitan para su propio
desarrollo. Lo bueno para ellos y malo para nosotros es que los chavistas ya han
recibido muchos millones de dólares más que el petróleo que garantiza esos
dólares; entonces que el Presidente Maduro les ofrezca garantías de suministro
a cambio de nuevos billones de dólares, no los impresiona, eso ya lo tienen y
de sobra.
De manera que el aparatoso, frio y abrigado viaje en el
enorme avión de Cubana de Aviación sólo ha servido de momento para que los
chinos, como siempre muy amables y
sonrientes, le digan a Nicolás Maduro que vendrán en una semanas a ver en qué
pueden invertir. Pero respecto al cheque que esperaba traerse el Presidente
para aguantar al menos hasta las elecciones parlamentarias, los chinos se
hicieron los suecos. En términos coloquiales, los locos.
Como se hicieron los chinos los parlamentarios psuvistas,
con su abanderado Diosdado Cabello, con lo de las exigencias de la Constitución
para elegir las dirigencias de los poderes públicos. El recurso fue simple,
como no tenían los votos necesarios para escoger personas dispuestas a
respaldar todo lo que el chavismo requiriese y sin chistar, y los opositores se
creían lo de que sin ellos nada se podría, pues unos y otros trancaron el
dominó y dejaron la solución en quienes pueden y quieren. Asunto resuelto, una
parafernalia constitucional para que todo siguiera igual –incluyendo las
ausencias de diputados opositores que dicen que les cuesta mucho conseguir
pasajes, y Enrique Mendoza que no necesita pasajes pero no le da la gana de
asistir a la Asamblea ni explica para qué quiso ser diputado.
Como tampoco explican mucho los dirigentes de la Mesa de
la Unidad Democrática (MUD), que, por lo visto –y por sus silencios- querían
escoger sus candidatos a diputados mediante acuerdos entre amigos, pero han
descubierto que hay una creciente exigencia –presión- de sus electores reales y
esperados de que los candidatos a nuevos diputados, y a repitientes, se ganen
sus curules voto a voto y no por pactos por arriba. Como en los -¿cuántos son,
en realidad?- partidos reales y ficticios ya tienen acuerdos adelantados, se
ven forzados a anunciar vagamente que se utilizarán los dos métodos: elecciones
primarias y consensos –siendo estos los acuerdos preestablecidos.
De manera que como todo sigue igual, al revés del
Gatopardo todo cambiará, por la razón de siempre: los chavistas ni tienen
dinero para cumplir lo que insisten en ofrecer ni tienen la menor idea de cómo
resolver el problema, mientras buena parte de la oposición sigue creyendo que
todo se arreglará con elecciones.
Nadie parece saber qué piensa, qué espera ni, sobretodo,
qué está dispuesto a hacer el pueblo venezolano, que es el principal
perjudicado. Y es allí donde está el verdadero y gran peligro.
@ArmandoMartini
No hay comentarios:
Publicar un comentario