LO
QUE HAY QUE HACER
Por Carlos Canache Mata
Estamos en presencia de un gobierno que agoniza, en espera de su
obituario. Es un gobierno que no tiene voz propia, los ventrílocuos están en
Cuba. Cumpliendo las instrucciones que se le imparte a distancia, ordenó a la
Sala Constitucional del TSJ que, poniéndose “rodilla en tierra”, dictara el 21
de este mes una sentencia contentiva de siete nuevas limitaciones a la Asamblea
Nacional, entre otras, la prohibición de poder sesionar sin previa convocatoria
con 48 horas de anticipación, la prohibición de poder modificar el orden del
día de sus sesiones, y, el colmo, la prohibición de aprobar leyes sin el previo
informe favorable del Poder Ejecutivo sobre la viabilidad económica de tales
leyes. Sólo falta que se envíe a la Guardia Nacional a poner candados en las
puertas y rejas del Capitolio.
Al insólito atropello institucional, se suma la amenaza de un “colapso total del sistema económico”, como
lo acaba de advertir un alto vocero del Fondo Monetario Internacional. Para
resumir, en pocas palabras, hasta dónde llega el fracaso gubernamental de
Maduro, bastaría con recordar que, apenas en los últimos tres años, la pobreza
ha crecido del 23% al 73% de los hogares
venezolanos, según el estudio conjunto realizado por la UCV, la UCAB y la
Universidad Simón Bolívar.
Ante ese sombrío panorama, me preguntaba ¿qué hacer? en el artículo de
la semana pasada, y ahora paso a la respuesta que prometí dar hoy.
La oposición democrática debe persistir en transitar los caminos anunciados
para cambiar a Maduro y el régimen que lo sustenta, habiéndose dado preferencia,
de momento, al referendo revocatorio y la enmienda constitucional. Pero, si la
Sala Constitucional y el CNE, al alimón, siguen obstaculizando con sus trácalas
esos mecanismos para que el pueblo exprese su voluntad este mismo año, si se
cierran esas vías de escape, entonces, in extremis hay que recurrir a los
mecanismos, también constitucionales, previstos en los artículos 333 y 350 que
nos obligan y mandan a “colaborar en el restablecimiento” de la efectiva
vigencia de la Carta Magna y a “desconocer” cualquier autoridad “que contraríe los valores, principios y
garantías democráticos o menoscabe los
derechos humanos”. Es decir, la presencia
masiva y rotunda del pueblo en la calle presionaría, de manera
incontenible, la renuncia presidencial y la convocatoria, según el artículo 233
de la Constitución, a nuevas elecciones dentro de los treinta días consecutivos
siguientes. Ese derecho de resistencia (ius resistendi) a la opresión es lo que
Maurice Hauriou llamó el “ultimum remedium”. El 11 de abril de 2002 una inmensa marcha popular condujo a la
renuncia de Chávez, “la cual aceptó”, que no firmó, por el error de no haberse
aceptado su exigencia de irse a Cuba.
Así restituiríamos la democracia, con su división de poderes, y los
nuevos enterradores de Montesquieu tendrían que responder ante la justicia
nacional e internacional.
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