Armando
Martini Pietri:
No es lo mismo mandar que tener auctoritas
El
término “autoridad” del latín auctoritas, significa lo
mismo en los más usados idiomas actuales -el italiano autorità, el
francés autorité,
el inglés authority, el alemán autorität- se refiere al conjunto de
la calidad típica de una institución de una sola persona a la que las
demás personas se someten voluntariamente para lograr ciertos objetivos
comunes. En otras palabras, se acata lo que dice, pide o interpreta la persona
que tiene autoridad sin pedirle explicaciones. No se le cuestiona, se hace lo
que afirma que hay que hacer
Ejemplos en la historia sobran.
Hay personajes como Simón Bolívar y José Antonio
Páez que se ganaron la auctoritas por su empeño, su convicción, su
perseverancia; como Ángela Merkel en Alemania; como Charles De Gaulle en
Francia; como Adolfo Hitler en la Alemania desesperanzada de la década de los
años veinte y treinta; como Juan Domingo Perón en Argentina; como Franklin
Delano Roosevelt y antes que él, su pariente Teddy Roosevelt, entre muchos
otros nombres.
Henry y Edsel Ford, Enzo Ferrari, Gianni Agnelli,
John D. Rockefeller, Bill Gates, Steve Jobs, Chung Ju-Yung, fundador del
consorcio surcoreano Hyundai, Soichiro Honda, creador de la corporación de esa
marca, para sólo citar unos pocos innovadores y creadores de empresas y
desarrollo socioeconómico.
En la Venezuela de los últimos 50 años los hombres
con auctoritas son mas bien pocos, pero con indiscutible influencia
en el país e incluso en el continente, y todos civiles, como fueron los casos
de Rómulo Betancourt y de Rafael Caldera –éste un poco menos por su discutida
actitud respecto al manejo del partido que fundó y los hombres que formó para
sucederlo-, Jóvito Villalba, quizás el más bondadoso porque en verdad nunca
quiso ejercer la autoridad que todos le reconocían, y aunque luego la perdió
por circunstancias personales y de su partido que ahora no vamos a discutir,
Carlos Andrés Pérez.
Todos civiles, porque con muy contadas excepciones,
la auctoritas militar se engendra en los conceptos de mando y de disciplina
instantánea. Tuvo, por ejemplo, Eleazar López Contreras, porque aunque tuvo
todo el poder, supo iniciar la transformación de Venezuela hacia la democracia.
Marcos Pérez Jiménez tuvo autoritas dentro del mundo militar, en el
civil tuvo poder basado en la fuerza militar, que es diferente. El primer
militar profesional en Venezuela que tuvo comando, pero
también auctoritas por si mismo, tanto en el mundo militar como en el
civil e incluso en el internacional, se llamó Hugo Chávez Frías.
También en la empresa privada hemos tenido en
Venezuela figuras con auctoritas, como Lorenzo Mendoza, el heredero y
actual presidente ejecutivo de Empresas Polar; Diego Cisneros, creador de la
cadena de embotelladoras Pepsi Cola que expandió hasta desarrollar el todavía
existente Grupo Cisneros; Henrique Pérez Dupuy, por muchos años hasta su muerte
la voz máxima de la banca privada venezolana; Guillermo Villegas Blanco y
Manuel Socorro, los dos más importantes promotores de la industria
cinematográfica nacional; William Phelps, impulsor de la radio, la televisión y
la industria alimenticia nacionales; Luis Gonzalo Marturet, artífice de lo que
hoy es Fedecámaras y su ya larga y perseverante historia; la tuvieron gigantes
del emprendimiento, la innovación y la conciencia social del empresario como
fueron Alejandro Hernández y Eugenio Mendoza; o el creador y la puesta en
marcha del concepto de que un buen comerciante no sólo podía ser banquero sino
además mejor porque entendía las expectativas y las necesidad del ser humano
común, como fue Salvador Salvatierra; entre muchos otros de una lista larga
imposible de incluir toda en un artículo.
Venezuela ha sido país de emprendedores algunos de
los cuales siguen luchando en defensa de la libertad y valores de la iniciativa
privada.
Algunos insignes pensadores llegan a la conclusión de que la base de la
autoridad hay que buscarla en la libertad y en la igualdad de todos los
individuos. Contra todas las formas de absolutismo. Y otros teorizan sobre el
concepto de autoridad como una emanación de la voluntad popular. En la práctica
podríamos afirmar que se trata de un flujo emocional mutuo entre el líder en
quien las personas reconocen su autoridad, y esas personas que sin necesidad de
que les explique nada aceptan su opinión y sus decisiones. Confían en ellas,
porque confían en él.
Rómulo Betancourt, por ejemplo, no fue el padre de la democracia sólo
porque fundara un gran partido político, sino porque entendió que un partido se
haría grande si se convertía en representante creíble y activo de todas las
personas, de todos los sectores socioeconómicos, de todas las religiones, del
campo y de las ciudades, alrededor de una misma doctrina general y amplia. Por
eso aquella Acción Democrática creció en el país con fuerza de incendio, era el
partido de trabajadores, industriales y del campo, de oficinistas y técnicos,
de profesionales y empresarios. Ésa fue la gran creación de Rómulo y décadas
después, cuando su partido empezó a perder esa potente amplitud, comenzó a
venirse abajo. Copei sólo logró acercarse a esa dimensión realmente nacional y
masiva cuando dirigentes para entonces más jóvenes, liderizados por Luis
Herrera Campins, empezaron a abrir el compás socialcristiano.
Ese mismo concepto lo entendió, desde su propia
perspectiva militar y tergiversadamente historicista bolivariana, Hugo Chávez
Frías. Levantó banderas en defensa de todo el pueblo cuando ya los mensajes de
AD y Copei eran estériles, pero además las enalteció y las explicó, con esa
fuerza emocional imposible de razonar, que llaman carisma. No las levantaron
quienes se alzaron en armas con él, meros altavoces fríos. Fue Chávez quien,
como Betancourt en sus tiempos –sin pretender compararlos- fue interpretado
como un mito por las grandes mayorías del país.
Betancourt murió y su partido poco a poco fue
dejando de ser el mismo. Tuvo continuidad con Raúl Leoni y después cierto
relevo con Carlos Andrés Pérez quien tenía el carisma pero se dejó envolver por
otras apetencias hasta que éstas se lo tragaron.
Hugo Chávez Frías murió y su partido, todo el mundo lo ve, está dejando
de ser el mismo. Un problema grande del PSUV es que así como en Acción
Democrática pareció haber relevos que Betancourt dejó actuar, en el chavismo
Chávez no pudo o no supo formarlos. Betancourt tuvo compañeros de partido,
Chávez tuvo y mantuvo hombres y mujeres obedientes.
Chávez ordeno un sucesor porque no tenia remplazo, la vida y su propia
personalidad no le dio tiempo de constituirlo. Chávez fue un líder con
auctoritas que dilapidó su poder en ambiciones y lo ató a errores de
apreciación. Es inevitable preguntarse si la auctoritas de Hugo
Chávez se hubiera mantenido impertérrita con un país en ruinas y un pueblo
asfixiado por la pobreza y el desabastecimiento.
No hay que analizar encuestas para darse cuenta de
que en la Venezuela de 2015 ya no hay auctoritas. Un primer síntoma
–quiero suponer que hay alguna parte pensante en el chavismo, y que esa fracción
dio alaridos de alarma- se produjo cuando Nicolás Maduro todavía envuelto en el
incienso de Hugo Chávez sólo pudo ganarle las elecciones presidenciales a
Henrique Capriles, con todo el poder en la mano, por poco más de 200.000 votos.
En dos años de mando, sentado cada día más sobre
las bayonetas –mala práctica, dijo en su momento Napoleón Bonaparte, que de
auctoritas, poder y bayonetas sabía-, ha dedicado largas a la vez que opacas
horas a prometer, denunciar, revelar, llamar, indicar, sin que haya logrado
mostrar auctoritas, ni siquiera en aquellas breves y lejanas semanas de
repunte en popularidad con el famoso “dakazo”.
Las consecuencias son impredecibles; la anarquía comienza a surgir con
rapidez inusitada, la sociedad se defiende de los delincuentes y comienza a
hacer justicia por propia mano, son muy pocos los que creen en la dignidad y eficiencia
de las policías y demasiados los que miran con desconfianza y falta de fe a los
militares. A los políticos chavistas, no les ve ni escucha nadie. Las
instituciones cuando son utilizadas y sus representantes se dejan usar en
beneficio de una parte y no en favor de todos los ciudadanos; como debe ser y
es lo correcto, conservan mando pero pierden su autoridad. Los políticos del
país son intermediarios de la sociedad pero los de hoy perdieron su auctoritas.
Las innumerables promesas incumplidas, la mentira, la demagogia, el engaño, la
doble integridad, la doble disertación, la falta de probidad, el menoscabo de
principios éticos, la deshonestidad, el deterioro moral, la complicidad, la
confabulación tramposa, el desprecio al ciudadano, han acabado con la
credibilidad política y social de quienes nos gobiernan o pretenden hacerlo.
La mayoría de la clase política y sus dirigentes han perdido auctoritas
y eso es demasiado grave como para ignorarlo.
@ArmandoMartini