EL DRAMA DE LA ESCASEZ Por Carlos Canache Mata
En el
otoño de 1789, a comienzos de la Revolución, Francia vivía una grave situación
financiera y una gran escasez de víveres.
Como lo recuerdan los historiadores Malet e
Isaac, había algo “parecido a la desesperación”, lo que ocasionaba que “el
pueblo se peleaba a las puertas de las
panaderías”. Fue tan tensa la situación que el 5 de octubre una muchedumbre,
integrada por alrededor de ocho mil mujeres a las que se sumaron millares de
hombres, se puso en marcha desde París y llegó a Versalles, sede del Palacio
Real, con la consigna de “pan y resolución de los problemas”. Al amanecer del día siguiente, 6 de octubre, la
muchedumbre tomó el Palacio y se
llevaron en una carroza a Luis XVI y la familia real, cantando y
diciendo que traían a París al panadero y la panadera.
Ese es uno de los tantos episodios que la historia recoge sobre los extremos a
que se puede llegar cuando el hambre acecha. Políticas económicas equivocadas y
no decidir rectificaciones a tiempo (Luis XVI se negaba a las reformas
propuestas por Turgot, Necker y Calonne, sus ministros de Hacienda) conducen a
situaciones-límites, insostenibles, que están por debajo del umbral de
gobernabilidad.
El régimen que impera en Venezuela desde
hace 16 años está aferrado a un modelo económico que ha causado el desastre
actual. Aquí, el desabastecimiento de
bienes básicos crea el ambiente para que el pueblo también se “desespere” y se
“pelee”, no sólo por el pan (caso de la harina de maíz precocida), sino por la
mayoría de los bienes de consumo masivo, y que ahora, con la caída de alrededor
del 50% del ingreso petrolero, hacen compras mayores por el temor, nada
irracional, de que cada día que pasa será más difícil adquirirlos.
Las colas kilométricas que hay a las puertas
de los supermercados y abastos, tanto en los privados como en los del sector
público, que el gobierno atribuye a una supuesta “guerra económica” de sus
también supuestos adversarios, son el resultado de una política cambiaria con
una moneda sobrevaluada que desalienta la producción interna, golpeada además
por las expropiaciones de fincas y de industrias; son el resultado de un
control de precios que inhibe al capital privado a invertir para producir
bienes que después venderían con pérdidas; son el resultado de que el país, por
la crisis petrolera, va a disponer de bastantes menos divisas para las
importaciones a que obliga nuestra economía monoproductora; son el resultado,
en fin, de la infeliz gestión económica de un régimen incompetente y corrupto
que, por si fuera poco, también malversa y regala dinero y recursos a sus compinches del
exterior.
El drama de la escasez se presenta y
representa todos los días. El escenario son los anaqueles comerciales vacíos.
Los actores, en busca de tablas de salvación, somos los venezolanos. Entre
tanto, el régimen agoniza, y sobrevive y marcha por inercia.
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