"¡Gracias a Dios fue
solo eso!"
Por Silvia E. Rodríguez Schwartz
Siempre nos gusta un buen relato, lástima que este no sea de
los bonitos. Es una señal de alerta más, una muestra más, otra puerta abierta a
la corrupción.
Nuestro Aeropuerto de Maiquetía, otrora lugar generador de
emociones sabrosas, de placeres con derecho, de viajecitos trabajados y
sudados, augurios de libertad, se ha convertido en un pesar, un infierno, otra
alcabala, un dolor.
Hace muy pocos días, la señora Amanda, de 60 años, y su
mamá, de 84, viajaban a saludar a su familia en Europa, porque pueden, porque
lo trabajaron, lo sudaron, y lo añoran desde esta, su segunda o casi primera
patria, en la que también generaron progreso, empleos, bienestar y ganancias
para el país.
A la salida:
Una tropa de GNB no paraba de interrogar y perseguir a las
dos “presas fáciles”: ¿a dónde van? ¿por
qué viajan? ¿por cuánto tiempo? Amanda, todavía esperando que este fuera
solo un detallito de unos guardias guapos, comenzó a responderles que en ningún
país del mundo preguntan tanto, a lo que la guardia respondió: “¡Es que esto es
Venezuela!”, siempre querré saber si eso era un motivo de orgullo para ellos, o
un reconocimiento de lo excepcional que han vuelto al país.
La guardia no dejaba de preguntar ¿por qué viajan, pues?
¿para qué? Amanda, ya empezando un poquito a perder su paciencia y su felicidad
por el merecido descanso por venir dijo: “Vamos a ver y a ver supermercados
llenos de comida, después a pasear, a tomar café con leche en alguna plaza, a
caminar por las calles y a comprar Alka Seltzer”.
Acto seguidísimo, al entrar al área de embarque, fueron
llamadas por sus nombres a través del altoparlante, “dirigirse a la bodega”,
allí les indicaron que tenían que ponerse un chalequito fosforescente para que
dos policías procedieran a la revisión de su equipaje. Subieron las maletas a un
mesón, y comenzó el vía crucis: ellos a sacarle todos los regalos, bolsitos,
ropa, pertenencias, desordenadamente y a los trancazos, apurados, buscando y
buscando…
Alrededor de ½ hora
después, ya desistiendo, le preguntaron a Amanda si traía “algo más”. Amanda,
que usa la cabeza, además de para el sombrero, les dijo: “señores, es que la
droga no está allí, está justo saliendo en este momento de Maiquetía en aviones
militares” A lo que un policía por ahí escondidito asintió con complicidad,
mientras el guardia explicó, casi ofendido, que solo “cumplían órdenes…”
El recibimiento:
Amanda y su mamá vienen con 6 horas de diferencia,
literalmente molidas, con deseos grandes de llegar “a puerto seguro” y
descansar. Amanda, aquejada de un dolor de espalda fuerte y su mamá, con
dificultad lógica para moverse, emprenden la tarea de recoger por sí solas las
maletas. Cuando están a punto de lograrlo, se acerca un joven con “chaleco de asistencia”
llevando una silla de ruedas y le pregunta a Amanda si requiere ayuda para su
madre. En otra ocasión quizá no, pero este era un buen momento para aceptar tal
ayuda. Al hacerlo, el joven advierte que
“mejor así, les conviene más, porque si montamos a su mamá en silla de ruedas,
ni la revisan…” Palabras mágicas= todo
lo contrario: al pasar por la máquina de rayos X la mujer representante
del Seniat y otro empleado las hacen
pasar al cuarto de registro. Siguen
obedeciendo.
En el cuarto de registro, el joven que llevaba la silla de
ruedas le pregunta “¿no tendrá un billetico extranjero para darle a la del
Seniat?” Amanda dice que no, no le sobró ninguno, solo algunas monedas. El
joven dice “mmmm, pero esas no las quieren ellos…”.
Al cabo de 45 minutos, que no se mueve nada, Amanda y su
mamá, cansadas, irrespetadas, hastiadas,
le dicen al joven de la silla que lo único que tienen disponible para darles
son Bs. 10.000. Él se retira a “negociar” y regresa diciendo que es muy poco,
que las cosas están muy difíciles, la vida muy dura…
Mientras, están registrando a otros pasajeros, unos
británicos, que, obligados por la ignorancia e ingenuidad con respecto a la
realidad actual del manejo de los asuntos en Venezuela, están sacando billetes
de dólares. Amanda les pregunta cuánto les están pidiendo y ellos dicen que
$750 por cada uno.
Ella, Amanda, venezolana de nacimiento, triste, furiosa y
avergonzada por vivir en carne propia la forma en que están recibiendo a los
visitantes en nuestra Venezuela, les sugiere que les den solo lo mínimo,
alrededor de $ 100 y que denuncien en su país lo vivido. Les ofrece disculpas,
con la vergüenza del venezolano honesto y solidario, que por decencia trata de
sacarle las patas del barro a las marramucias de su propia gente.
Paralelamente, una funcionaria le pide a Amanda las facturas
de sus compras. -¿Aunque Cadivi no me
haya otorgado dólares? -Sí, hay que mostrarlas.
Amanda comienza con paciencia de cirujano y control de lama
a buscar las facturas de todo lo que, con su propio dinero, había gastado en el
viaje.
La muchacha revisa y revisa y revisa facturas, como quien
oye llover, solo por hacer presente su cuota de poder, mientras el joven de la
silla le anuncia a Amanda al oído que “está bien, con los 10.000 las dejamos
ir…¡ah! y perdone lo malo”
En fin, todo un teatro bien montado, el de la silla de
ruedas es el bueno del cuento, el gancho atrapa pendejos, el montar al viejito
en la silla es señal inmediata para los compañeros: “a este hay que pararlo”,
obvia y generalmente, a las personas mayores, enfermas, cansadas, que solo
esperan de su trayecto por Maiquetía, una decente parada antes de llegar a
descansar sus huesos.
Este es el hombre nuevo creado por la revolución, este es el
nido de víboras entrenadas durante 17 años para vejar, insultar, maltratar,
robar, mentir, trampear y agredir.
¿Cuánto sacarán esos empleados al día para mantener en pie y
en pleno progreso su industria miserable y bien estructurada en la puerta de entrada,
sello y cara de nuestro país?
¿Qué tan aprendida está la lección de que nos convirtamos
cada vez más en una isla, a la que ni turistas querrán ya visitar después de
perder la virginidad en Maiquetía?
Y lo más triste es que las dos mujeres, al llegar por fin a
su casa y cerrar la puerta de entrada, lo que atinaron a decir y lo que les han
dejado ya sentir fue : “¡Gracias a Dios fue solo eso lo que nos hicieron!”.
“Yo ya no entiendo
nada. Robo, miento, engaño y la gente sigue sin respetarme.” Serie de T.V. “The
A Team” Stephen J. Cannell
Gracias amiga por describir tan acertadamente lo que sufrimos los viajeros honestos en Maiquetia, porque los deshonestos salen por la rampa 1...
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