“In facie ecclesiae,
pastoris”
por Armando Martini Pietri
De acuerdo a las normas de la Iglesia, que no son cualquier cosa, ése es
el trabajo de los pastores, que son los obispos. En la Iglesia moderna los
obispos han retomado su misión de pastores y a la vez el sentido contemporáneo
de auténticos ejecutivos, especialmente desde el Pontificado de Juan XXIII,
cuando resurgió el concepto y la misión verdadera definida por Jesús, la de los
pastores: no sólo difusores de la buena nueva, también cuidadores de los rebaños
de almas. ¡A la vista de la iglesia, el pastor!
La acepción de Monseñor, del francés “Mon Seigneur”, mi señor, de
tiempos medievales cuando los obispos eran señores de lo espiritual, lo
eclesiástico y lo material, jefes inapelables que sólo respondían al Santo
Padre. Lo de Monseñor ha quedado en adjetivo de respeto, la
responsabilidad es del Obispo, el pastor. Por eso pueden ser más que
mediadores, y ése es su trabajo en el proceso de diálogo. No están para decidir
e imponer. Son facilitadores, que deben cuidar sus rebaños y evitar que se
atropellen. Cuando asoman sus hocicos y fauces la manada de lobos, su
responsabilidad es agruparlas, cuidarlas y ahuyentar las fieras.
Si alguna resulta oculta bajo piel falsa, su labor es quitarle el
antifaz y echarla afuera por las buenas o a palos. La historia está repleta de
extorsiones, difamaciones, miedos, chantajes que indebidamente pudieran
reflejarse y sesgar el juicio. Los pastores deben establecer correctivos que
permitan un balance justo y equilibrado. Los entrometidos disfrazados son
resbaladizos, sutiles y deben ser expuestos.
La Iglesia Católica experta de más de 2.000 años de pastorear y
facilitar pláticas que arreglan entuertos y diferencias. Es cierto que tuvo
épocas de vacilaciones, y que muchos dejaron de serlo seducidos por el poder y
la riqueza, tiempos vergonzosos cuando el poderío espiritual se abrió al
terrenal y dio bases a todos los pecados. Hoy, rescatadas las virtudes eclesiásticas,
los pastores tienen sabiduría y experiencia para reconocer pecadores encubiertos.
Y precisamente de pecadores está lleno el diálogo.
Manipuladores especialistas de profesión que son el mal personificado en
humano, la maldad se nota, transpira por los poros, pero no todos saben o
quieren reconocer los síntomas. La solución no será fácil ni rápida, el año
puede ser corto, pero el aguante y el infierno que se vive desbordarán al
conformismo, complacencia, pasividad y tolerancia. La necesidad y el hambre se
impondrán; que Dios se apiade de sus ovejas dispersas de llegar a ocurrir.
No hay que dejarse enceguecer por los tesoros del Vaticano, son más
museo que erario monetario. Prelados y sacerdotes han vuelto a sus raíces, ser
pastores auténticos, comprensivos, buenos dialogadores y eficientes
facilitadores. Es simplón, incluso comprometido, juzgar a la Iglesia por
denuncias pretéritas. En el siglo XXI para alcanzar ser el más modesto párroco,
mucho se sacrifica y estudia. En los seminarios no cuentan calificaciones en la
raya ni exámenes de reparación, a diferencia de la política que, aunque exija
mujeres y hombres de inteligencia y preparación, permite se cuelen majaderos y
malintencionados con buena oratoria.
Algunos políticos –más bien, politiqueros- que se tamizan por mucho,
lesionan la nobleza de la profesión y laceran al país, ejercen la política como
perversa práctica, artistas de la simulación y del uso amplio, abusivo e
indiscriminado, de la mentira. El
diablo tratará por todos los medios de enchufar su cola roja. No se olvide que
incluso se atrevió a tentar al hijo de Dios.
El demonio anda siempre vigilante donde interviene la Iglesia para
conservar sus almas negras conquistadas, y al acecho de las que sucumban a la
prepotencia del poder enfrentada a la sordera del creído, combinación funesta
que retrasará, entorpecerá la solución. La envidia y ambiciones se desbordan
con premura, un apaciguado a tiempo es vital para adelantar en corto plazo, lo
que hoy parece improbable, para no utilizar el término funesto de imposible. El
embeleso y la farsa deben erradicarse.
Que lobos redacten para que corderos firmen, no debió permitirse, es
inaceptable. Desde siempre la contraprestación por un servicio prestado es cotidiano,
significa que los que costean mandan y cuando hay repartidera de emolumentos,
el asunto es delicado y en esta circunstancia, inconveniente. El ejercicio
descarado de métodos poco ortodoxos de dominio, es inmoral. La presencia
influyente de otras latitudes, es impúdica y deshonesta por aquello de la
soberanía.
Vigilar esos coletazos, y apartarlos, es parte del encargo pastoral,
tanto como iluminar algunas mentes que a veces se ponen toscas o, aún peor,
pierden sus capacidades de oír, pensar y decidir, otras tienen la peculiaridad
que sólo oyen lo que esperan oír. La Iglesia, aunque trate de eludir su
fracaso, previendo no mancillar el nombre del Papa, podría fracasar, así como
pretenden los que se creen sagaces de no asistir para evadir el fiasco. Del
éxito, todos se beneficiaran, del chasco muy pocos.
El buen pastor cuida la integridad de sus ovejas, y no puede permitir
que unas sean más lanudas que otras. Los sacerdotes no han recibido tan profunda
e intensa formación para ser sólo títeres, es de suponer y esperar que los que
han aceptado la labor de facilitar entendimientos, lo tengan claro. Es
diabólico sentir el agobiante espanto de reunirse con los secuestradores de un
familiar querido. Mal presagio, peor sentimiento.
No es cuestión de si el Papa Francisco es comunista, como dicen algunos,
o kirchnerista, como señalan otros. Lo que cuenta es, a quienes envió para
conducir sus corderos, no es en beneficio particular. Se comenta de izquierdas
y derechas, entienden lo mismo solo con túnicas diferentes, en el fondo se
agazapa la realidad; son análogos. ¿Quién o quiénes son los que tienen la
temeridad y osadía de equipararse al todo poderoso y seleccionar los que
seguirán infligidos? Sólo Dios merece tal “honor” que con seguridad
privilegiaría a los enfermos y torturados, no a los amigos y menos débiles.
El trabajo pastoral es a favor de los treinta y tantos millones de
ovejas. No es una tarea fácil y aún menos rápida. Es una faena de paciencia
infinita y de vigilancia permanente, al estilo de la Iglesia que no en balde
tiene siglos de historia activa, más de las veces silenciosa pero eficiente.
Para tranquilidad o intranquilidad de la feligresía, en el ambiente ha reinado
la cordialidad.
Engañar y engañarnos es pecado. No es cristiano mentir. En el diálogo el
poder lo tiene el régimen y quienes lo adversan están en desventaja. No se puede
ocultar, menos aun, negar. Hacerlo sería majadero, irresponsable y gravísimo.
Estar consientes de ese hecho incontrovertible permite establecer estrategias y
escudriñar, dentro de la adversidad, ventajas. Tampoco se tiene un plan
para el día después; hay que hacerlo y darlo a conocer, mientras se trabaja día
a día.
Respetados Monseñores: ni a favor ni en contra, la imparcialidad es
clave. Su compromiso es cuidar el rebaño y sin duda las ovejas son las débiles,
inexpertas, llenas de contradicciones y temerosas.
Pastores de la Iglesia, sepan que no está representada la mayoría del
rebaño, sólo unos pocos; los lobos nos acechan desde dentro y desde afuera,
estamos a merced, todos pueden resultar perjudicados. Conscientes de que nada
se acordará, estamos indefensos y es la fe cristiana lo único que nos queda
como esperanza. Ocurrimos con desespero, solicitamos fortaleza, escuchen
nuestras oraciones que ya rezamos con desespero; el infierno está aquí, sus
llamas arden y queman. ¡Qué Dios nos bendiga!
@ArmandoMartini