“A
24 años del 4F…”
Por Alfredo Alejandro Cabrera
La Fuerza Armada Nacional de Venezuela, la
F.A.N. (si, sin la B), fue en un momento un sinónimo de orgullo para los
venezolanos. Hubo un tiempo en el que tomar el camino del guerrero no solo no
era mal visto, sino incluso era algo honroso para las familias. De nuestra
intervención en El Salvador hasta el muro de contención contra la guerrilla y
el contrabando, pasando por nuestra breve crisis de Caldas, los castros
venezolanos eran merecedores de respeto.
Desde su nacimiento en 1911, nuestras fuerzas
armadas regulares, enterrando el pasado de las tumultuosas montoneras, se
abrieron paso en la pugna por la institucionalidad. Al servicio de Gómez
primero, más no a su capricho, y luego manteniendo los regímenes andinos hasta
el 18 de octubre de 1945.
A partir de ahí nuestra política entra en un
agitado ciclo de golpes de estado e insurrecciones militares. Para citar los
más relevantes, el 24 de octubre de 1948 le costó el poder a Rómulo Gallegos, y
el 23 de enero de 1958, a Marcos Pérez Jiménez. El 19 de abril de 1960 y el 4
de mayo de 1962 asediaron al fundador de la democracia, Rómulo Betancourt y
finalmente, veintiocho días después, un 2 de junio de 1962, con trescientos
muertos, cerramos por treinta años ese oscuro capítulo de nuestra historia.
Los gobiernos democráticos de la república civil
(1958-19998) lucharon por someter la vena rebelde de nuestros soldados y los
transformaron en amparo de nuestra constitución. Los militares se convirtieron
en el sostén de nuestras instituciones y en la garantía de nuestra integridad
política y territorial.
Un funesto mes de febrero de 1992, justo se
cumplen veinticuatro años, un movimiento nacería en un parto violento que cobro
otros tantos centenares de muertos. Presos sus líderes, inspiraron a otros que
meses después seguirían su ejemplo. Y apenas seis años después, por vía
política y con el aval de un sistema democrático, el movimiento del 4F llegó al
poder.
Nuestra vida política sufrió una transformación
radical e inexorable, administrada conscientemente durante diecisiete años,
pero impuesta, al fin y al cabo. Las F.A.N. fueron sometidas al proyecto
bolivariano, y tuvieron que honrar a otros héroes. El movimiento inicio un
cambio de timón en nuestro componente militar.
Los avances de casi un siglo de
institucionalización fueron prácticamente erradicados. La Fuerza Armada dejó de
ser una instancia apolítica y no beligerante para convertirse en el brazo
armado del partido de gobierno. Dejaron de respaldar instituciones para adorar
a un líder magno.
Pese a que la concepción de unos militares, de
cualquier ser humano de hecho, completamente apolíticos es producto de nuestra
propia inmadurez política, es imperdonable que se haya doblegado a las F.A.N. a
una ideología. De árbitros imparciales pasaron ser jueces y partes en juicio
sin sentido.
Las montoneras modernas están en los cuarteles y
las guerras civiles en los medios de comunicación. Un nuevo caudillo surgió de
entre las cenizas del atraso y nos trasladó a una versión distorsionada del
siglo XIX. Y la integridad, el honor y el patriotismo real, sin chauvinismos,
fueron los hijos de este Cronos criollo.
Como decía antes, un militar es una persona y
más aún un ciudadano. Los romanos mismos no exigían que los militares se
desentendieran de la política, pues todo romano tenía derecho a participar.
Nunca debió limitarse su derecho al voto, ni su inalienable identidad política.
Pero debimos enfocar nuestros esfuerzos en educar a nuestros soldados.
Es menester establecer un Rubicón cultural, que
exija a los militares activos colgar el uniforme para entrar activamente en la
política. Y hacerle entender a los efectivos de la F.A.N. que el cumplimiento
de su deber trasciende cualquier partidismo o tendencia, y que sirven a todos y
cada uno de los venezolanos.
Debemos exaltar el valor de la institucionalidad
como el valor supremo de los hombres y mujeres que están llamados a la defensa
de nuestra república. El único punto que comparto con los de aquel febrero, es
que es la hora de que exista una unión cívico militar. ¿Pero que entendemos por
cívico militar?
La misma distinción es parte fundamental del
problema. ¿No es, acaso, todo venezolano nacido del lago al delta, una vez
alcanzada la mayoría de edad, un ciudadano? ¿Existe una distinción entre
ciudadanos porque algunos se dediquen a las armas u otros al derecho? Entonces,
¿no somos todos civiles? Pues si nos guiamos por la R.A.E. (2016), todo
ciudadano es civil.
Todos somos venezolanos, y como tal, tenemos los
mismos derechos y deberes. Y debe ser nuestra prioridad la de la defensa máxima
de nuestros intereses, nuestra república y nuestra democracia, privando la
institución sobre el caudillo y el todo sobre la parte. Tengo el anhelo
profundo, como joven, como ciudadano, como venezolano, que retomemos el camino
del entendimiento, de la igualdad, y sobre todo, de la institucionalidad, para
que nunca más un febrero pueda sangrar a la nación…
Alfredo Alejandro Cabrera
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