Para la reunión en
A.D.
Miércoles 27 de
enero de 2016.
SOBRE
LA LEGITIMIDAD HISTÓRICA
DEL
PARTIDO ACCIÓN DEMOCRÁTICA
Germán Carrera Damas
Escuela de Historia
Facultad de
Humanidades
y Educación, U. C.
V.
Agradezco a la Presidencia del
Partido Acción Democrática el haberme invitado a exponer ante Ustedes algunas
sumarias ideas acerca de cuestiones que me han interesado e interesan de manera
primordial. Como ciudadano, por estar comprometido con la que he denominado La Larga marcha de la sociedad venezolana
hacia la Democracia. Como
historiador de oficio, por dar cumplimiento al que concibo como el deber social del historiador.
Hace algún tiempo, en una reunión
semejante a esta, a la que también había sido honrado como invitado a hablar, dije,
refiriéndome a Rómulo Betancourt, que él no sólo había creado un Partido para
instaurar la Democracia sino que había promovido la formación de un pueblo para
ese Partido. Quise, al afirmarlo, recordar que tan esforzado campeón concibió e
impulsó la correlación orgánica entre pueblo y partido.
Desde el inicio de mi memoria
política, así fue. Guardo el vivo recuerdo de haber estado con mi padre en las
gradas del Nuevo Circo de Caracas en la tarde-noche víspera del 18 de octubre
de 1945. Hoy puedo decir que he
alcanzado cierto grado de comprensión histórico-crítica del asunto. Así es
porque mi entendimiento se ha enriquecido, gracias al estudio y al desempeño
del honroso encargo, que me hiciera la Fundación
Rómulo Betancourt, de estudiar estos asuntos componiendo mi obra titulada Rómulo histórico.
Me permito recordar estos hechos
porque me ayudarán a enfocar debidamente la consideración de un planteamiento
hecho por un destacado líder de este Partido. Le escuché decir algo así como
que el historicismo ha sido superado.
Confieso que al escucharlo me alarmé. En el momento no podía menos que
contrastar tal afirmación con el esencial cultivo del conocimiento histórico de
que dio pruebas el fundador de este Partido. Pero, superado el estado de alarma
que se apoderaba de mi conciencia de historiador de oficio, pude llegar a una
comprensión, no sé si ponderada o simplemente generosa, de lo escuchado.
La explicación consiste en que cabe
diferenciar entre el historicismo y
la conciencia histórica. El historicismo se nutre de dos preceptos
tenidos por sabios: uno es el de que la
Historia maestra de la vida; y
el otro es su correlativo el de que la
historia se repite; ambos son tributarios de la concepción de la Historia como conocimiento del pasado. En cambio, la conciencia histórica se corresponde
con la percepción del tiempo histórico,
como la dimensión propia del funcionamiento de la dialéctica histórica de continuidad y ruptura. Lo que compromete a
enfocar críticamente la dinámica de lo
presente, entendida como la expresión de la conjunción de los tiempos
cronológicos denominados pasado, presente
y futuro, en la conformación del
que valdría denominar presente histórico.
Y me pregunto si no será este último, justamente, el tiempo presente de la
política.
Permítanme
que intente explicarme. Invocaré, para ello, dos conclusiones que corren en la
última página de mi obra mencionada. Están referidas al hecho de que …”a los
aportes de quienes en Venezuela, y fuera de ella, cultivaron la aspiración de
democracia, fue capaz [Rómulo Betancourt]
de darles la sistematización, teórica y operativa, que se tradujo en una
exitosa hazaña sociopolítica: la fundación de la República liberal democrática en Venezuela, enmarcada en la que él
denominó la revolución democrática o evolutiva.” Tales conclusiones son:
“En primer lugar, y atendiendo al
funcionamiento institucionalizado de su Revolución
democrática: ¿no contribuyó Rómulo Betancourt, de manera determinante, a la
creación de las condiciones socio históricas que condujeron a la instauración
de la democracia moderna en Venezuela, mediante el establecimiento de un
régimen de inspiración socialista –socialdemócrata-, propiciando la
alternabilidad en el desempeño del Poder público de dos vertientes del
socialismo, representada la social democracia por el partido Acción
Democrática, y el social cristianismo por el partido COPEI?
“En segundo lugar, y
atendiendo a la inauguración de la vigencia, en 1946-1948, de los instrumentos
políticos e institucionales requeridos para la instauración de un régimen
sociopolítico genuinamente republicano, integrado en la República liberal democrática: ¿no fue Rómulo Betancourt el eje de
la instauración definitiva, en Venezuela, de la República popular representativa, originariamente contemplada en la
Constitución de la República de Colombia, alias Gran Colombia?”
Admito que debo solicitar comprensión,
de parte de quienes me escuchan, por el puntual recordatorio que he considerado
necesario ofrecer, acerca de la noción de tiempo
histórico. Pretendo justificar el haberlo hecho porque lo estimo procedente
para contribuir a la comprensión crítica informada de lo que sigue.
* * *
* *
Quizás sea una de las más exigentes y
comprometedoras responsabilidades del historiador la que consiste en esforzarse
en percibir, en los actores históricos, la presencia de valores, -y hasta de
creencias-, de las cuales sus portadores parecen no haber estado conscientes. Lo
así dicho no es un precepto metódico; tampoco sólo una aspiración profesional:
es un requisito de la comprensión de los histórico, cuya satisfacción es factor
de su recta y cabal interpretación; y por lo mismo de su cristalización como conciencia histórica.
Para estos efectos me permitiré
proponer una tentativa definición de la conciencia
histórica: es punto de partida y meta
de la presencia histórica del Hombre, correlacionados esos extremos en su
continuidad por la actuación sociopolítica de su gestor y servidor. Definición
que podría desagregarse del siguiente modo:
En el individuo-sociedad:
la conciencia
histórica es el fundamento de la conciencia
nacional;
la conciencia nacional es el fundamento de conciencia social;
la conciencia social es el fundamento de la
conciencia política,
y la conciencia política revierte sus efectos en la conciencia histórica.
Lo que significaría, para el individuo-sociedad, la satisfacción
existencial de sus necesidades intelectuales y espirituales de procedencia, de pertenencia y de permanencia, enmarcados en
el proceso de participación inherente
a su condición simbiótica.
Pretendo que tal circuito, así
caracterizado, explicaría la conducta social no ya de los individuos sino
también de los ciudadanos que forman Nación, particularmente en el ámbito del
ordenamiento sociopolítico republicano.
Marcándose, de esa manera, la
diferencia con lo que acontecía entre nosotros bajo el régimen sociopolítico
monárquico absoluto; -y aun durante el frustrado intento de institucionalizar
la monarquía constitucional, a partir de 1812-, cuando la conciencia histórica se confundía, expresa o tácitamente, con la Voluntad Divina. Situación que fue objeto
de remedo con la figura monarcoide
del Dictador, -disfrazado de gendarme necesario, de hombre de la circunstancia o de buen gobernante, en el ámbito de La República liberal autocrática-, hasta
que un grupito de arrojados jóvenes, predecesores de Ustedes, tildados de alucinados por los sensatos
patentados, pusieron por obra la instauración de la hoy asediada República liberal democrática; enfrentando
para ello los vestigios de la Monarquía, vigentes
como mando y sumisión padecidos por una débil sociedad entonces mantenida en
estado de atraso generalizado.
* *
* * *
En el 6 de
diciembre de 2015 los venezolanos probamos, con nuestra conducta electoral, que
la Democracia está hoy más fuerte que nunca en nuestra sociedad. La prueba fue
aportada mediante el ejercicio conscientemente libre y responsable de La soberanía popular por quienes podemos
recordar la Democracia.
El ejercicio inaugural de ese
principio, que en su plena y moderna acepción es de muy reciente implantación
en nuestra sociedad, marcó el inicio de la transición desde la República liberal autocrática,
instaurada a partir de 1830, y la República
liberal democrática, cuya instauración fue inaugurada en 1945-1948; y no,
como hoy se pretende, a partir del 23 de enero de 1958.
El grado de arraigo social del
principio de La soberanía popular ha quedado demostrado por la superación,
socialmente creativa, de las circunstancias adversas que han envuelto su reciente ejercicio. Hoy es
permitido concluir que la Democracia asciende desde la sociedad. Dejó de ser
recuerdo, anhelo o sueño. Dejó de ser convocatoria de individuos o grupos. Se
ha vuelto un pueblo que reivindica, con creciente lucidez y tenacidad, su
derecho de ciudadanía.
Este acontecimiento es, a su vez,
demostración de que los venezolanos no sólo hemos persistido en el sentido
apuntado, sino que lo hemos hecho, creativamente, 152 años después de haberla
emprendido, en la que he denominado La
larga marcha de la sociedad venezolana hacia la Democracia, convocada en
virtud del Decreto de Garantías
dictado por el General Presidente de la República Juan Crisóstomo Falcón, en el
18 de agosto de 1863, cuyo considerando reza: “Que triunfante la revolución
deben elevarse a canon los principios democráticos proclamados por ella y
conquistados por la civilización, a fin de que los venezolanos entren
[Subrayado por G.C.D,] en el pleno goce de sus derechos políticos e individuales.”
* * *
* *
Mas el cumplimiento del Decreto de Garantías debía significar la
instauración del Poder civil,
consubstanciado con el ejercicio de La
soberanía popular. Lo que a su vez
suponía el funcionamiento de un Estado enmarcado en un ordenamiento
sociopolítico liberal democrático. Esto fue procurado mediante el Decreto No.
216, de la Junta Revolucionaria de
Gobierno de los Estados Unidos de Venezuela, que promulgó el Estatuto Electoral
destinado a normar la elección de diputados a una Asamblea Nacional
constituyente. De sus considerando, uno reviste muy alta significación. Reza:
“Que la consulta electoral sincera a la ciudadanía venezolana, restituyéndosele
al pueblo la soberanía que le usurparon anteriores regímenes, debe ser regulada
por un Estatuto que garantice plenamente la pureza y la universalidad del
sufragio”.
Lo que se correspondió con lo afirmado
por Rómulo Betancourt, Presidente de la
mencionada Junta, en el discurso pronunciado en San Cristóbal, en el 14
de diciembre de 1946, refiriéndose a los objetivos fundamentales de la
revolución que se iniciaba: …”Y sobre todo, primero que todo y antes que todo,
devolver al pueblo su soberanía usurpada”… Con lo que se daba curso al Punto
VIII del Programa estipulado en el Plan de Barranquilla, fechado en el 22
de marzo de 1931: “Convocatoria dentro de un plazo no mayor de un año de una
Asamblea Constituyente, que elija gobierno provisional, reforme la
constitución, revise las leyes que con mayor urgencia lo reclamen y expida las
necesarias para resolver los problemas políticos, sociales y económicos que
pondrá a la orden del día la revolución.”
Por
consiguiente, el Estatuto para la
elección de representantes a la Asamblea Nacional Constituyente, publicado
en la Gaceta Oficial en el jueves 28 de marzo de 1946, contempla en su Artículo
2º: “Son electores todos los venezolanos
mayores de dieciocho años, sin distinción de sexo y sin más excepciones
que los entredichos y los que cumplan condena penal, por sentencia firme que
lleve consigo la inhabilitación política”. A estos venezolanos, así
calificados, se les convocó a participar, libre y soberanamente, en la
formación del Poder público
mediante elecciones que …”se realizarán
por sufragio universal, directo y secreto”…(Art. 1º), con la participación de
todas las corrientes políticas, y conducidas por autoridades electorales
genuinamente autónomas.
De manera poco estruendosa, la
instauración inaugural del Poder civil se
manifestaba como la puesta en marcha de cambios históricos que representarían
el más profundo y trascendental reordenamiento sociopolítico del todo social
venezolano. Al mismo tiempo que se completaba la sociedad reconociéndole sus derechos políticos a la
mujer, y por los mismo abriéndole las puertas a la plena participación social,
se puso por obra la conformación de la estructura de poder interna de la
sociedad republicana, mediante la ampliación de la ciudadanía, la consiguiente
participación plena de la sociedad en la vida política y el ejercicio efectivo
de su participación políticamente organizada en el diseño, la instauración y el
funcionamiento de un genuino régimen sociopolítico liberal democrático.
En síntesis, con lo así actuado se
satisfacían, al cabo más de un siglo, los requisitos del ordenamiento
sociopolítico republicano moderno enunciados por el ilustre jurista y prócer
independentista Francisco Javier Yanes en su Manual político del venezolano, publicado en Caracas en 1824;
destinado a instruir en el ejercicio de la ciudadanía republicana a los hasta
entonces fervorosos súbditos de nuestra Corona; pero no menos que a los
comprometidos en orientar y dirigir la realización de las tareas inherentes al establecimiento
de una república moderna liberal.
* * *
* *
Echadas estas bases jurídico-institucionales,
en el marco de las cuales habría de desenvolverse el recién legalizado Partido del pueblo, procedía adelantar
la formación del pueblo que éste habría de orientar y dirigir en la
instauración del Poder civil, representado
por La República liberal democrática,
producto del ejercicio pleno y libre de
la constitucionalmente rescatada y enriquecida Soberanía popular. No puedo
extenderme sobre esta cuestión, por ser merecedora de un tratamiento amplio,
documentado y extenso. Me limitaré, por consiguiente, a mencionar una decisión
que estuvo orientada hacia la formación de las bases socioeconómicas de una
sociedad democrática.
No hubo precipitación revolucionaria en
esta determinación. Ya en el 11 de febrero de 1939, Rómulo Betancourt había
publicado un artículo titulado “¿Qué se espera para industrializar a
Venezuela?”, en el cual expuso el fundamento de la Corporación Venezolana de
Fomento, decretada en el 29 de mayo de 1946: “Considerando: que la experiencia de
países americanos de economía similar ha revelado que las llamadas
Corporaciones de Fomento han servido para cumplir con éxito una labor semejante
a la requerida en Venezuela.”
El mencionado Decreto marcó la realización de
una sostenida política dirigida a desarrollar los sectores sociales llamados a
ser fundamento de un genuino régimen sociopolítico democrático: la clase media
y la clase obrera, organizadas en
partidos políticos inclusivos y en específicos gremios y sindicatos, como
actores principales en el escenario de una actuación concertadamente
planificada de los dos grandes sectores de la economía nacional, el privado y
el estatal.
Lo que se correspondía con la
redefinición del ejercicio y la finalidad del Poder público.
Ejercido, ese Poder público, a la par de su formación, debía serlo como la
culminación de una generalizada y perdurable instancia de pedagogía política,
orientada hacia la consolidación de la mentalidad ciudadana; basada en el fortalecimiento de la nacionalidad
global, superando el regionalismo. Ello capacitaría la sociedad para invocar el
precedente histórico de la guerra de Independencia, como estímulo heroico para
alcanzar la independencia económica,
definida como la tercera Independencia,
después de la nacional, representada por la ruptura del nexo colonial; y la política, constituida por la instauración de la
República liberal democrática, en curso desde el 18 de octubre de 1945.
* * *
* *
Para los fines de valorar el significado
histórico de los precedentes en las cuestiones aquí tratadas sumariamente,
añadiré que en el extenso borrador de mi obra mencionada, -que puede ser
consultada en la página web de la Fundación
Rómulo Betancourt-, observo que …”Para reformular el Proyecto nacional era
necesario retomar la versión de éste contenida en la Constitución de 1864,
denominada Federal, que cerró la fase de definición inicial de dicho Proyecto;
y seguir por la vía anunciada en el Decreto
de Garantías dictado por el Gral. Juan Crisóstomo Falcón, en Caracas, en el
18 de agosto de 1863. Rómulo Betancourt no se refirió expresamente a estos
precedentes histórico-ideológicos, pero queda claro que estableció una relación
funcional entre la realidad del pacto
federal y la viabilidad de la Democracia. Así es posible deducirlo de su
obra política global, en correspondencia con lo expuesto en un artículo
titulado “Los ingresos fiscales de los estados venezolanos, índice de la
deformación y amenaza de bancarrota de la economía nacional”, publicado en el 5
de mayo de 1939”…
La edificación, así iniciada por Rómulo
Betancourt y sus llamados hermanitos, ha seguido el curso de todos conocido,
justamente en correspondencia con La
Larga marcha de la sociedad venezolana hacia la Democracia. El transcurso
de ésta vive hoy una crisis de desarrollo, la cual fue prevista, diagnosticada y
recetada políticamente por la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado
(COPRE), instituida por decreto presidencial del Dr. Jaume Lusinchi, fechado en
el 17 de diciembre de 1984.
Lo que si bien parecería abonar en
favor de la creencia en la repetividad de la Historia, dado el asedio de que es
objeto actualmente la descentralización político-administrativa, instaurada
durante la República liberal democrática siguiendo las recomendaciones formuladas por
la mencionada Comisión, es en realidad manifestación de la vigencia de la dialéctica histórica de continuidad y
ruptura en el curso de La Larga
marcha de la sociedad venezolana hacia la Democracia.
Caracas,
enero de 2016.
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