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viernes, 19 de junio de 2015

"DE LA CERTIDUMBRE Y LA ASERTIVIDAD EN LA POLITICA"

A LA NACIÓN VENEZOLANA

"DE LA CERTIDUMBRE Y LA
ASERTIVIDAD EN LA POLÍTICA"
  
Comunicado del “GRUPO TERTULIA DE LOS MARTES” (Grupo ciudadano merideño promovido por exRectores de la ULA)

MERIDA JUNIO 2015
     
      Los venezolanos que en Mérida y desde hace diez años hemos mantenido en La Tertulia de los Martes una luz encendida por la democracia, sometemos a la opinión de  nuestros compatriotas esta reflexión sobre la situación política nacional, sus antecedentes y su perspectiva:
1.- El régimen de la llamada revolución bolivariana ha llegado a los dieciséis años y medio de haber sido instaurado. Varios indicadores  del tablero de observación de la dinámica social del país señalan hoy su agotamiento político. Comienza a correr su etapa terminal. Esta última no es una frase de ocasión. La experiencia histórica muestra que cuando el inmanente espíritu represivo de todo régimen autoritario se exacerba, se descubre y pasa a ocupar el primer plano de la escena política bajo la forma de diversos tipos de violencia, es porque los argumentos democráticos o pseudodemocráticos que acostumbraba emplear se le han acabado y la capacidad de compensarlos mediante las manipulaciones administrativas del gobierno y las dádivas se han hecho más difíciles. Ha llegado entonces la hora de pensar con la más grande seriedad en su relevo. En la transición, podríamos decir apelando a un término de la politología que el lenguaje coloquial ha puesto de moda en los últimos tiempos. Este esfuerzo recae directamente de manera inexcusable en las personas, grupos y organizaciones que constituyen la dirigencia nacional. Estamos hablando, en Venezuela, de una responsabilidad que toca ya a las puertas de la oposición democrática.
      A lo largo de estos últimos dieciséis años y medio, los distintos sectores democráticos del país han tratado de articular una oposición efectivamente unida capaz de lograr el cambio de la situación  política nacional. No ha sido fácil cumplir esta tarea pero hoy puede decirse que, en medio de diferencias conceptuales (que algunos llaman estratégicas) y desacuerdos tácticos de personas y de organizaciones partidistas, se ha logrado materializar una alianza electoral estable. Esta coalición  ha llegado incluso a acordarse, al menos en el papel, en la caracterización de la vía para el cambio que está planteado en Venezuela. Ha anunciado que la ruta para el restablecimiento de la institucionalidad democrática debe ser pacífica, democrática, constitucional y electoral. No es inoportuno ni exagerado sostener que, en buena medida, los tropiezos y desvaríos de la oposición en la construcción de esta unidad electoral que se ha mantenido desde el año 2006, tuvo  mucho que ver con las dificultades de los sectores democráticos para identificar con precisión la naturaleza política del régimen actual, más allá de llamarlo autoritario de manera genérica. Reconocer este hecho nos permite afirmar que la unidad electoral es indispensable para derrotar democrática y electoralmente al régimen, pero resulta insuficiente a la hora de determinar lo que corresponde hacer a partir del momento en que la oposición empiece a ocupar una parcela de poder que vaya más allá del ámbito de las alcaldías y de las gobernaciones de estado que actualmente controla.
     
      A estas alturas del juego político estamos pensando, obviamente, en la posibilidad real de que la oposición obtenga la mayoría en las próximas elecciones para renovar la Asamblea Nacional. La Asamblea Nacional es el Poder Legislativo de la República. Puede decirse que es el segundo de los tres poderes fundamentales del Estado y el marcador del sistema de pesos y contrapesos característico de un verdadero sistema democrático. Ante tal hipótesis  se impone la obligación de tener claro, desde ahora, lo que se puede y se debe hacer en el parlamento de un régimen que a partir de enero de 2016 podría expresar la grave contradicción entre un Poder Ejecutivo que fundamenta sus actuaciones y su conducta en cartabones  ideológicos y políticos no democráticos y un Poder Legislativo cuya mayoría habría recibido el mandato electoral de restituirle al Parlamento Nacional su majestad constitucional, de allanar el camino para restablecer  la democracia en el país y al mismo tiempo promover las condiciones para que se pueda desarrollar un verdadero diálogo nacional en torno a los graves problemas que tienen en ascuas a nuestra sociedad. Sólo parece haber, o nosotros solo vemos un hilo conductor que apunte hacia el logro de esta posibilidad, actuar de conformidad con y respetar la letra de la Constitución. Y es que ganar la mayoría de la Asamblea Nacional como  importante paso para acceder a los demás poderes del Estado y hacerlo pacífica, democrática, constitucional y electoralmente plantea, entre otros asuntos y así sea por poco tiempo, la cohabitación  del nuevo Poder Legislativo con el actual Poder Ejecutivo, es decir de la oposición democrática con el oficialismo.
      Sobre lo que queremos llamar la atención es que para enfrentar esta nueva categoría de problemas no es suficiente con la preservación de la unidad electoral. Creemos necesario dar el paso hacia la unidad política, vale decir hacia un acuerdo entre las fuerzas democráticas sobre lo que deberían hacer en el Parlamento controlado por ellas, incluyendo en ese acuerdo a los sectores de la alianza que no están representadas en la nueva Asamblea Nacional. Esto significa trabajar en dos planos interrelacionados. Primero, discutir y formular un programa político legislativo común, y segundo acordarse en la orientación de las acciones políticas  que limpiarán y abonarán el terreno para el advenimiento de un gobierno democrático. Dicho de otra manera, vemos con seria preocupación que en una Asamblea Nacional mayoritariamente democrática se repitan los desencuentros de la bancada opositora puestos de manifiesto en el período legislativo que está por concluir, o que se desaten, sin control, las contradicciones personales y grupales que hemos visto en los últimos tiempos en el seno de la oposición democrática. Lo que estamos planteando no significa que se renuncie a legítimas aspiraciones personales de los dirigentes ni que las organizaciones partidistas integrantes de la alianza  pierdan su autonomía organizativa sino, simplemente, que la natural competencia democrática se produzca dentro de los linderos convenidos y en función de la necesidad de favorecer el restablecimiento de la normalidad democrática. De lo que se trata es de no arriesgar el logro de este objetivo.
     Ahora bien, en nuestra opinión hay otra cuestión que añade más  razones sobre la necesidad de pasar de la alianza electoral que es en la actualidad la MUD hasta convertirla en una alianza política verdadera. Venezuela se encuentra en medio del pantano de una crisis histórica y para superarla es preciso tomar consciencia de ella, de su profundidad y de sus alcances. Se requerirá de tiempo, constancia y de algo más importante que revisaremos de seguidas para colocar de nuevo a Venezuela en el camino del progreso y a los venezolanos a mirar el futuro con optimismo.
    2.- El Término crisis tiene una definición precisa en la lengua castellana. En la última edición del diccionario de nuestra lengua (1), se define a la crisis como el “cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados”. El desarrollo de las ciencias ha permitido alcanzar esta precisión. Ellas han ido alimentando una tradición en virtud de la cual las disciplinas más viejas y desarrolladas les prestan a las nuevas y en proceso de consolidación parte de la terminología que ya ha sido probada en sus respectivos campos de estudio e investigación. Hay especialistas, por ejemplo, que sostienen que “el término crisis pertenece originalmente al lenguaje médico. Designa la fase decisiva en la evolución de una enfermedad, durante la cual el organismo ha de soportar agudos dolores o sostener una arriesgada lucha. Esta fase suele ser de corta duración pero angustiosa. Según la etimología (griega), se trata de elegir, y en esa elección puede resultar lo mejor o lo peor” (2).
    A pesar de la claridad de las definiciones muchas veces resulta imposible evitar las confusiones, Por ejemplo, cuando hoy se habla de la crisis de Venezuela mucha gente homologa pura y simplemente esta expresión con la “revolución bolivariana” o el “socialismo del siglo XXI”,  incurriendo de esta manera en una desproporción que no valora debidamente el contenido del tiempo político. Para que nadie se alarme con lo que afirmamos apresurémonos a decir que la crisis de Venezuela ha adquirido características dramáticas en lo político, en lo institucional, en lo económico, en lo ético, en lo social, en lo administrativo y en lo material por las acciones y omisiones del régimen que nació en 1999, pero la crisis que padece Venezuela viene de más atrás y todo parece indicar que todavía seguiremos con ella por un tiempo después que nuestra sociedad haya superado la pesadilla del régimen bolivariano. Esta no es una exageración, es que el conjunto de nuestros males constituyen  una crisis histórica o sistémica como algunos especialistas prefieren llamarla.
    La expansión y el perfeccionamiento de las ciencias sociales nos han acostumbrado a oír hablar de crisis sociales, crisis políticas, crisis económicas y de crisis de las múltiples variaciones y variedades de cada una de ellas. Ahora bien, las crisis históricas son todas esas crisis juntas y más que ellas. Son conmociones   profundas y prolongadas que terminan cerrando épocas y abriendo nuevos tiempos. Pero estos procesos no son espontáneos ni están sometidos a leyes o tendencias fatales. Si los venezolanos de hoy no somos capaces de identificar la verdadera naturaleza de la crisis nacional que atravesamos estaremos condenados a vivir, durante unos cuantos años más, en medio de la mediocridad que poco a poco nos ha ido colocando a la cola de los países de Suramérica, sumidos en esa violencia crónica que es un ácido disolvente de nuestra sociedad y probablemente recorriendo otra vez nuestra trágica historia del siglo XIX con gobiernos que se sucederán de cualquier manera empeñados en exprimir aún más, para beneficio personal, los  recursos de la riqueza nacional. En nuestra opinión el asunto es así de preciso: en Venezuela estamos asistiendo a la terminación de un tiempo histórico. Hay una Venezuela que se acabó.
   Vamos a decirlo de otra manera. La crisis económica que tiene postrada a nuestra sociedad descubrió crudamente su nudo causal a finales de los años setenta del siglo pasado, cuando terminaba su primer mandato el presidente Carlos Andrés Pérez. El rostro más visible de la crisis política que nos tiene atrapados se hizo inocultable cuando los partidos políticos ejes del sistema democrático no supieron que hacer después  del estallido social del caracazo, de los intentos de golpe de estado militares de 1992 y del enjuiciamiento y destitución del presidente Carlos Andrés Pérez al término de su segundo mandato. La otra cara de la crisis política estuvo representada por las ambiciones de poder de grupos empresariales, la obcecación de dirigir al país de connotados dueños de medios de comunicación,  los rencores y facturas de algunas viudas dejadas por el 18 de octubre de 1945 y las aspiraciones políticas de la alta tecnocracia petrolera. Pero la razón más honda de la crisis histórica, como fenómeno de múltiples rostros y de larga duración ha sido el vacío de liderazgo nacional que se ha instalado en Venezuela. Cuando hablamos del liderazgo nacional estamos hablando de hombres y mujeres con nombre y apellido así como de las ideas políticas de esos hombres y de esas mujeres, es decir de su proyecto político. El liderazgo nacional que condujo a nuestra sociedad a la democracia y a su modernización,   nacido de las luchas contra el gomecismo y de las repercusiones del establecimiento de la economía petrolera cumplió su cometido histórico hasta después del restablecimiento del sistema democrático en 1958 pero las estructuras políticas que quedaron no pudieron formar la generación de relevo ni el proyecto requerido por el país para los nuevos tiempos. La clase política que estaba al frente de los partidos y del Estado fue languideciendo junto con la democracia representativa de partidos hasta que se creó el vacío que nadie ha podido llenar todavía. Y los que creyeron a la brava, que mediante el uso de las armas y quitando prestada una ideología que el paso del tiempo había convertido en un anacronismo intelectual podían llegar a ser el relevo histórico del viejo liderazgo están terminando su pasantía al frente del Estado con un fracaso estentóreo. Ya están convertidos en parte del pasado.
      Estos son los alcances del  reto mayor que tiene que superar un liderazgo nacional verdadero que debe ser encarnado por las nuevas generaciones de venezolanos. La diferencia entre salir del actual régimen pura y simplemente a como dé lugar o de hacerlo por la necesidad de levantar en Venezuela una democracia ejemplar, superior a la que teníamos, depende de que un nuevo liderazgo sea capaz de movilizar a la sociedad venezolana alrededor de un proyecto de país para el siglo XXI, íntimamente sentido por la mayoría de nuestros compatriotas.

(1)   Real Academia Española: Diccionario de la lengua española, Madrid, Espasa, 2014, vigesimotercera edición, edición del tricentenario.

(2)   Henri Guitton: “Crisis”, en Jean Romeuf: Diccionario de Ciencias Económicas, Barcelona (Esp.), Labor, 1966.


Mérida, junio de 2015

                                                                                      
          José Mendoza Angulo          Néstor López Rodríguez
        
           Miguel Rodríguez V             Genry Vargas Contreras



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