A LA NACIÓN VENEZOLANA
"DE LA CERTIDUMBRE Y LA
ASERTIVIDAD EN LA POLÍTICA"
Comunicado del “GRUPO TERTULIA DE LOS MARTES” (Grupo
ciudadano merideño promovido por exRectores de la ULA)
MERIDA JUNIO 2015
Los venezolanos que en Mérida y desde hace diez años hemos mantenido en
La Tertulia de los Martes una luz encendida por la democracia, sometemos a la
opinión de nuestros compatriotas esta
reflexión sobre la situación política nacional, sus antecedentes y su
perspectiva:
1.- El régimen de la llamada
revolución bolivariana ha llegado a los dieciséis años y medio de haber sido
instaurado. Varios indicadores del
tablero de observación de la dinámica social del país señalan hoy su agotamiento
político. Comienza a correr su etapa terminal. Esta última no es una frase de
ocasión. La experiencia histórica muestra que cuando el inmanente espíritu
represivo de todo régimen autoritario se exacerba, se descubre y pasa a ocupar
el primer plano de la escena política bajo la forma de diversos tipos de
violencia, es porque los argumentos democráticos o pseudodemocráticos que
acostumbraba emplear se le han acabado y la capacidad de compensarlos mediante
las manipulaciones administrativas del gobierno y las dádivas se han hecho más difíciles.
Ha llegado entonces la hora de pensar con la más grande seriedad en su relevo.
En la transición, podríamos decir apelando a un término de la politología que el
lenguaje coloquial ha puesto de moda en los últimos tiempos. Este esfuerzo
recae directamente de manera inexcusable en las personas, grupos y organizaciones
que constituyen la dirigencia nacional. Estamos hablando, en Venezuela, de una
responsabilidad que toca ya a las puertas de la oposición democrática.
A lo largo de estos últimos dieciséis años y medio, los distintos
sectores democráticos del país han tratado de articular una oposición
efectivamente unida capaz de lograr el cambio de la situación política nacional. No ha sido fácil cumplir
esta tarea pero hoy puede decirse que, en medio de diferencias conceptuales
(que algunos llaman estratégicas) y desacuerdos tácticos de personas y de
organizaciones partidistas, se ha logrado materializar una alianza electoral
estable. Esta coalición ha llegado
incluso a acordarse, al menos en el papel, en la caracterización de la vía para
el cambio que está planteado en Venezuela. Ha anunciado que la ruta para el
restablecimiento de la institucionalidad democrática debe ser pacífica,
democrática, constitucional y electoral. No es inoportuno ni exagerado sostener
que, en buena medida, los tropiezos y desvaríos de la oposición en la
construcción de esta unidad electoral que se ha mantenido desde el año 2006,
tuvo mucho que ver con las dificultades
de los sectores democráticos para identificar con precisión la naturaleza
política del régimen actual, más allá de llamarlo autoritario de manera
genérica. Reconocer este hecho nos permite afirmar que la unidad electoral es
indispensable para derrotar democrática y electoralmente al régimen, pero
resulta insuficiente a la hora de determinar lo que corresponde hacer a partir
del momento en que la oposición empiece a ocupar una parcela de poder que vaya
más allá del ámbito de las alcaldías y de las gobernaciones de estado que
actualmente controla.
A estas alturas del juego político estamos pensando, obviamente, en la
posibilidad real de que la oposición obtenga la mayoría en las próximas
elecciones para renovar la Asamblea Nacional. La Asamblea Nacional es el Poder
Legislativo de la República. Puede decirse que es el segundo de los tres
poderes fundamentales del Estado y el marcador del sistema de pesos y
contrapesos característico de un verdadero sistema democrático. Ante tal
hipótesis se impone la obligación de tener
claro, desde ahora, lo que se puede y se debe hacer en el parlamento de un
régimen que a partir de enero de 2016 podría expresar la grave contradicción
entre un Poder Ejecutivo que fundamenta sus actuaciones y su conducta en
cartabones ideológicos y políticos no
democráticos y un Poder Legislativo cuya mayoría habría recibido el mandato
electoral de restituirle al Parlamento Nacional su majestad constitucional, de allanar
el camino para restablecer la democracia
en el país y al mismo tiempo promover las condiciones para que se pueda
desarrollar un verdadero diálogo nacional en torno a los graves problemas que
tienen en ascuas a nuestra sociedad. Sólo parece haber, o nosotros solo vemos
un hilo conductor que apunte hacia el logro de esta posibilidad, actuar de
conformidad con y respetar la letra de la Constitución. Y es que ganar la
mayoría de la Asamblea Nacional como importante paso para acceder a los demás
poderes del Estado y hacerlo pacífica, democrática, constitucional y
electoralmente plantea, entre otros asuntos y así sea por poco tiempo, la
cohabitación del nuevo Poder Legislativo
con el actual Poder Ejecutivo, es decir de la oposición democrática con el
oficialismo.
Sobre lo que queremos llamar la atención es que para enfrentar esta
nueva categoría de problemas no es suficiente con la preservación de la unidad
electoral. Creemos necesario dar el paso hacia la unidad política, vale decir hacia
un acuerdo entre las fuerzas democráticas sobre lo que deberían hacer en el
Parlamento controlado por ellas, incluyendo en ese acuerdo a los sectores de la
alianza que no están representadas en la nueva Asamblea Nacional. Esto
significa trabajar en dos planos interrelacionados. Primero, discutir y formular
un programa político legislativo común, y segundo acordarse en la orientación
de las acciones políticas que limpiarán
y abonarán el terreno para el advenimiento de un gobierno democrático. Dicho de
otra manera, vemos con seria preocupación que en una Asamblea Nacional mayoritariamente
democrática se repitan los desencuentros de la bancada opositora puestos de
manifiesto en el período legislativo que está por concluir, o que se desaten,
sin control, las contradicciones personales y grupales que hemos visto en los
últimos tiempos en el seno de la oposición democrática. Lo que estamos
planteando no significa que se renuncie a legítimas aspiraciones personales de
los dirigentes ni que las organizaciones partidistas integrantes de la alianza pierdan su autonomía organizativa sino,
simplemente, que la natural competencia democrática se produzca dentro de los
linderos convenidos y en función de la necesidad de favorecer el
restablecimiento de la normalidad democrática. De lo que se trata es de no
arriesgar el logro de este objetivo.
Ahora bien, en nuestra opinión hay otra cuestión que añade más razones sobre la necesidad de pasar de la
alianza electoral que es en la actualidad la MUD hasta convertirla en una
alianza política verdadera. Venezuela se encuentra en medio del pantano de una
crisis histórica y para superarla es preciso tomar consciencia de ella, de su
profundidad y de sus alcances. Se requerirá de tiempo, constancia y de algo más
importante que revisaremos de seguidas para colocar de nuevo a Venezuela en el
camino del progreso y a los venezolanos a mirar el futuro con optimismo.
2.- El Término crisis tiene una
definición precisa en la lengua castellana. En la última edición del
diccionario de nuestra lengua (1), se define a la crisis como el “cambio
profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la
manera en que estos son apreciados”. El desarrollo de las ciencias ha permitido
alcanzar esta precisión. Ellas han ido alimentando una tradición en virtud de
la cual las disciplinas más viejas y desarrolladas les prestan a las nuevas y
en proceso de consolidación parte de la terminología que ya ha sido probada en
sus respectivos campos de estudio e investigación. Hay especialistas, por
ejemplo, que sostienen que “el término crisis pertenece originalmente al
lenguaje médico. Designa la fase decisiva en la evolución de una enfermedad,
durante la cual el organismo ha de soportar agudos dolores o sostener una
arriesgada lucha. Esta fase suele ser de corta duración pero angustiosa. Según
la etimología (griega), se trata de elegir, y en esa elección puede resultar lo
mejor o lo peor” (2).
A pesar de la claridad de las
definiciones muchas veces resulta imposible evitar las confusiones, Por
ejemplo, cuando hoy se habla de la crisis de Venezuela mucha gente homologa
pura y simplemente esta expresión con la “revolución bolivariana” o el
“socialismo del siglo XXI”, incurriendo
de esta manera en una desproporción que no valora debidamente el contenido del
tiempo político. Para que nadie se alarme con lo que afirmamos apresurémonos a
decir que la crisis de Venezuela ha adquirido características dramáticas en lo
político, en lo institucional, en lo económico, en lo ético, en lo social, en
lo administrativo y en lo material por las acciones y omisiones del régimen que
nació en 1999, pero la crisis que padece Venezuela viene de más atrás y todo
parece indicar que todavía seguiremos con ella por un tiempo después que
nuestra sociedad haya superado la pesadilla del régimen bolivariano. Esta no es
una exageración, es que el conjunto de nuestros males constituyen una crisis histórica o sistémica como algunos
especialistas prefieren llamarla.
La expansión y el perfeccionamiento de las ciencias sociales nos han
acostumbrado a oír hablar de crisis sociales, crisis políticas, crisis
económicas y de crisis de las múltiples variaciones y variedades de cada una de
ellas. Ahora bien, las crisis históricas son todas esas crisis juntas y más que
ellas. Son conmociones profundas y
prolongadas que terminan cerrando épocas y abriendo nuevos tiempos. Pero estos
procesos no son espontáneos ni están sometidos a leyes o tendencias fatales. Si
los venezolanos de hoy no somos capaces de identificar la verdadera naturaleza
de la crisis nacional que atravesamos estaremos condenados a vivir, durante
unos cuantos años más, en medio de la mediocridad que poco a poco nos ha ido
colocando a la cola de los países de Suramérica, sumidos en esa violencia
crónica que es un ácido disolvente de nuestra sociedad y probablemente
recorriendo otra vez nuestra trágica historia del siglo XIX con gobiernos que
se sucederán de cualquier manera empeñados en exprimir aún más, para beneficio
personal, los recursos de la riqueza
nacional. En nuestra opinión el asunto es así de preciso: en Venezuela estamos
asistiendo a la terminación de un tiempo histórico. Hay una Venezuela que se
acabó.
Vamos a decirlo de otra manera. La crisis económica que tiene postrada a
nuestra sociedad descubrió crudamente su nudo causal a finales de los años
setenta del siglo pasado, cuando terminaba su primer mandato el presidente
Carlos Andrés Pérez. El rostro más visible de la crisis política que nos tiene
atrapados se hizo inocultable cuando los partidos políticos ejes del sistema
democrático no supieron que hacer después del estallido social del caracazo, de los
intentos de golpe de estado militares de 1992 y del enjuiciamiento y
destitución del presidente Carlos Andrés Pérez al término de su segundo
mandato. La otra cara de la crisis política estuvo representada por las
ambiciones de poder de grupos empresariales, la obcecación de dirigir al país de
connotados dueños de medios de comunicación,
los rencores y facturas de algunas viudas dejadas por el 18 de octubre
de 1945 y las aspiraciones políticas de la alta tecnocracia petrolera. Pero la
razón más honda de la crisis histórica, como fenómeno de múltiples rostros y de
larga duración ha sido el vacío de liderazgo nacional que se ha instalado en Venezuela.
Cuando hablamos del liderazgo nacional estamos hablando de hombres y mujeres
con nombre y apellido así como de las ideas políticas de esos hombres y de esas
mujeres, es decir de su proyecto político. El liderazgo nacional que condujo a
nuestra sociedad a la democracia y a su modernización, nacido
de las luchas contra el gomecismo y de las repercusiones del establecimiento de
la economía petrolera cumplió su cometido histórico hasta después del restablecimiento
del sistema democrático en 1958 pero las estructuras políticas que quedaron no
pudieron formar la generación de relevo ni el proyecto requerido por el país
para los nuevos tiempos. La clase política que estaba al frente de los partidos
y del Estado fue languideciendo junto con la democracia representativa de
partidos hasta que se creó el vacío que nadie ha podido llenar todavía. Y los
que creyeron a la brava, que mediante el uso de las armas y quitando prestada
una ideología que el paso del tiempo había convertido en un anacronismo
intelectual podían llegar a ser el relevo histórico del viejo liderazgo están
terminando su pasantía al frente del Estado con un fracaso estentóreo. Ya están
convertidos en parte del pasado.
Estos
son los alcances del reto mayor que
tiene que superar un liderazgo nacional verdadero que debe ser encarnado por
las nuevas generaciones de venezolanos. La diferencia entre salir del actual
régimen pura y simplemente a como dé lugar o de hacerlo por la necesidad de
levantar en Venezuela una democracia ejemplar, superior a la que teníamos,
depende de que un nuevo liderazgo sea capaz de movilizar a la sociedad
venezolana alrededor de un proyecto de país para el siglo XXI, íntimamente sentido
por la mayoría de nuestros compatriotas.
(1) Real Academia Española: Diccionario de la lengua española, Madrid, Espasa, 2014, vigesimotercera edición, edición del tricentenario.
(2) Henri Guitton: “Crisis”, en Jean Romeuf: Diccionario de Ciencias Económicas, Barcelona (Esp.), Labor, 1966.
Mérida, junio de 2015
José Mendoza Angulo Néstor López Rodríguez
Miguel
Rodríguez V Genry Vargas
Contreras
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