"DESAHUCIADO" Por José Domingo Blanco (Mingo)
¿La gente del gobierno se enfermará
alguna vez? Me refiero a dolencias más serias que una otitis o un resfriadito común,
de esos que se curan con infusiones preparadas con la “planta de acetaminofén”
(sic) -como sugirió la candidata a diputada del PSUV. ¿Sabrá la gente del
gobierno lo que es tener que peregrinar de farmacia en farmacia buscando
medicamentos? Y cuándo tienen alguna molestia ¿a dónde van? ¿Al Domingo
Luciani, a los Magallanes de Catia o al Clínico Universitario? ¿Dónde nacen los
hijos de los funcionarios oficialistas: en la Concepción Palacios o en el
Materno Infantil de Caricuao? ¿Sufrirá la gente del gobierno la angustia que
viven los padres con hijos diabéticos o con cáncer? ¿Se les habrán acabado las
pastillas con las que se controlan la hipertensión? ¿Quién de ellos necesitará
diálisis o tratamiento contra el VIH o quimioterapia o resonancias magnéticas? ¿Quién
fue el primero de los miembros del gobierno en registrarse en el Siamed para
garantizarse el tratamiento? ¿Hay en las listas de espera –por cama o por
intervenciones- el nombre de algún notable prócer oficialista? ¿Puede la cúpula
chavista-cubano-madurista dormir en paz –a pierna suelta- sabiendo que cada
día, condenan a muerte a centenares de venezolanos, por falta medicamentos e insumos?
No, la gente del desgobierno no
debe enfermarse nunca. Porque entre los enfermos surge siempre una solidaridad
inmediata. Una compasión tácita que une en la desgracia. Pero, por la manera
como maltratan a la población venezolana, presumo que ni siquiera padecen de vergüenza.
Tal vez por carencia de moral. Es lo único que podría justificar tanta
indolencia. Ni siquiera la pérdida de su máximo líder por culpa del cáncer los
ha conmovido para, en su nombre, emprender una épica lucha contra cualquier
enfermedad que pueda poner en riesgo la vida de ese pueblo que su comandante
fingió haber amado. Porque cuando se pierde a un ser querido –como puede haber
significado para ellos la muerte de Chávez- la sensibilidad aflora y la
solidaridad con todos los enfermos del país –sin distingo de dolencias ni color
político- es inmediata.
La gente del
desgobierno no debe saber ni de llanto, ni de angustias ante la posibilidad de
ver a un hijo morir por no recibir el tratamiento a tiempo. No deben saber del
desgaste emocional y físico al que se somete una familia que no logra conseguir
los medicamentos. Porque el cáncer, la diabetes, el VIH, las enfermedades
coronarias, renales y pare usted de contar, no se curan con infusiones de
acetaminofén. Se curan con unas medicinas que no se encuentran porque el
régimen no termina de liquidar los benditos dólares que necesitan los
laboratorios farmacéuticos. Porque la falta de fármacos y de insumos no se le
puede achacar a la guerra económica, ni a los gringos, ni a los bachaqueros. Aquí,
los únicos responsables son los indolentes que han ocupado en seguidilla el
Ministerio de la Salud. Ex ministros como Eugenia Sader, que salió del despacho
con las tablas en la cabeza, la reputación mancillada, los bolsillos abultados
e imputada por tres delitos: peculado doloso propio, sobregiro presupuestario y
asociación para delinquir. Porque, ese ha sido nuestro mal mayor, la peor
enfermedad con la que parecieran contagiarse quienes en algún momento tienen
que administrar los dineros de la nación: la corrupción. Y contra la corrupción
aún no han inventado vacunas, que yo sepa. Es un mal que infecta hasta a los
más honestos funcionarios al servicio del Estado, por más que lleguen a sus
despachos preñados de buenas intenciones, excelentes ideas y el firme propósito
de “no caer en la tentación”.
Porque nuestros médicos, los
criollitos, a pesar de sus salarios mínimos, las precarias condiciones de los
hospitales y la total ausencia de materiales, siguen trabajando con mística
para salvar las vidas de sus pacientes, sin discriminaciones políticas. Pero
recuerde ministro Ventura que nuestros médicos, son humanos: no son magos, ni
brujos, mucho menos papá Dios. Y para salvar vidas se requiere algo más que la
voluntad de salvarla y la ética por cumplir con la misión para la cual se
consagraron. Sacúdase el cargo, arremánguese las mangas de la bata, coja su
estetoscopio, reúnase con todos los galenos que tengan soluciones a la crisis
de su sector y comience a salvar la vida de ese pueblo –chavista y opositor-
que no puede ir a las clínicas privadas o al extranjero para cuidarse la salud.
Por cierto: ¿a cuál hospital iría
Maduro cuando le dio la otitis que le impidió montarse en un avión cubano para
ir a ver al Papa Francisco? ¿Conseguiría Nicolás el antibiótico o se curaría
con unas goticas de aceite de orégano orejón?
@mingo_1
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