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jueves, 5 de mayo de 2016

"Contra la apología a las dictaduras" Por Alfredo Alejandro Cabrera


"Contra la apología a las dictaduras" 
Por Alfredo Alejandro Cabrera


ES CURIOSO CONSTATAR COMO LA HISTORIA NO SIEMPRE LA ESCRIBEN LOS VENCEDORES. Esta, sin embargo, pareciera estar a disposición de quien decida domarla y moldearla a su conveniencia, y si los vencedores no se cuidan, la escribirán los vencidos. Este fenómeno se ve reflejado en nuestra historia. Muchos de nuestros jóvenes bachilleres, universitarios, e incluso nuestros profesores, viven hoy defendiendo es historia de los vencidos escrita por las dictaduras.

El periodo de nuestra historia comprendido entre 1900 y 1958 está plagado de apologías a la autocracia y el personalismo, acompañado con una notable dosis de descrédito hacia los ideales democráticos. La simpatía inculcada y la desinformación no han llevado a elevar a pedestales inverosímiles a los exponentes de nuestra tragedia histórica.

Y en tiempos de crisis, de duda, de pena, que revuelven las aguas para estos pescadores del totalitarismo, las ideas sembradas por sus corrientes resuenan con más fuerza. Los nombres de los tiranos son murmurados por nuestros jóvenes como evocación sombría de progreso. Cual cultores imperiales, los césares democráticos de Venezuela son alabados por los nietos de los que derramaron sangre por nuestra libertad.

El presente ensayo pretende, esperando no pecar de ambicioso y con las modestas herramientas que dispone, desmontar estos mitos, basándose en las tres principales muestras de la historia de los vencidos.

El primer caso notable, para entrar en detalle, es el del general Marcos Evangelista Pérez Jiménez. El nacido en Michelena, estado Táchira, gobernó nuestro país entre 1950 y 1958, primero interinamente y luego electo por el Congreso. Su gobierno acabó abruptamente con su huida del país, la madrugada del 23 de enero de 1928. Estos son los hechos, que, para nuestro análisis, tomamos como indiscutibles.

Nuestros libros de historia aun cuentan aquella mañana de enero como triunfo de la democracia, califican su gobierno de dictadura, y celebran la actuación de la enorme coalición nacional que se unió en contra del absolutismo republicano de Pérez Jiménez. En este caso, la culpa no la carga nuestro sistema educativo, si no los mismos ciudadanos amnésicos.

En nuestros días, los actos del general son enteramente perdonados, al contado y sin miramientos por un sector creciente de la población. La asociación más frecuente que encontramos a su régimen, al preguntar al ciudadano corriente, es un recuerdo nublado de seguridad, progreso y obras públicas. Se esgrimen argumentos como el buen funcionamiento del país y hasta de paridad cambiaria producto de buena gestión económica.

No falta, para cubrirnos de ejemplos, aquel que camina por las calles de Caracas diciendo que tal o cual obra, monumento, edificio o similar, son obra del militar tachirense. Nuestros jóvenes se agrupan para discutir sus ideas y deciden añorar un pasado que nunca vivieron, contado mediante la distorsión de la memoria de los hijos decepcionados de la democracia.

A continuación, se tratará de contrarrestar dos afirmaciones, que pesan como el plomo sobre nuestra honesta conciencia histórica. La primera es aquella que dice: Marcos Pérez Jiménez hizo muchas obras públicas. Esta tiene singular relevancia en la mente de nuestros ciudadanos, que asocian un buen gobierno directamente con el número de obras que realiza o inaugura, y viceversa.

Pérez Jiménez no tiene en su haber, no se aproxima siquiera, el número de obras que se le atribuye. Y para comenzar, estudiemos la más famosa y monumental construcción que le ha impuesto como propia, la autopista Caracas-La Guaira. Muchos son los que la exhiben como logro de la dictadura. Incluso la revista norteamericana Mecánica Popular, en su edición de noviembre de 1952, lo reseña así: Venezuela construye la autopista más costosa del mundo.

Hay quien dice, y no hacemos eco a esos rumores por falta de pruebas, que el gobierno venezolano pagó por ese titular, como propaganda de talla mundial para su gestión. Pero podemos basarnos en la verdad, que está plenamente documentada. La autopista Caracas-La Guaira fue proyectada en el primer Plan Nacional de Vialidad de 1947. Y fue el gobierno de ese año, presidido por Rómulo Betancourt, quien inicio las obras.

         Esta obra fue fruto de la planificación del régimen nacido por la revolución de octubre, que fue germen de la democracia venezolana. Y de esta manera podemos notar que todas las arterias viales y las grandes obras de este tipo, fueron proyectadas y concluida por los gobiernos de la República Civil (1959-1999) Esta información fue recabada extensivamente por dos fuentes.

         La primera, la obra de José Curiel (2014) titulada Del pacto de Punto Fijo al pacto de La Habana. En un amplio recuento en el que cita las obras del periodo 1945-1947 como base de una comparación entre sus obras y las de otros gobiernos. Y segundo, basándose y ampliando mucho el trabajo de Curiel, la Asociación civil Primer Poder, en su fiel documental Los hechos son tercos, del año 2016 en su última revisión.

         Podemos adjudicarle al andino algunas obras simbólicas, como el sistema del teleférico, el paseo Los Próceres, el hotel Humboldt, entre contados otros, sin embargo, esto no escapaba de un número reducido de obras en aun menor número de localidades selectas.

         La segunda de estas afirmaciones dice: Marcos Pérez Jiménez tuvo una excelente gestión, sobre todo en materia de seguridad. En las últimas dos décadas, la crisis iniciada a finales de los años ochenta ha vigorizado esta especie de recuerdo implantado. El ansia natural de nuestros ciudadanos de buena calidad de vida, les hace buscar desesperadamente un modelo que copiar que les produzca bienestar. Pero en este caso es aferrarse al humo, pues es un fantasma lo que creen ver.

         El gobierno de Marcos Pérez Jiménez ejecutaba sus políticas sobre un país completamente distinto. En 1950, según datos de la ULA, nuestra población alcanzaba tímidamente los cinco millones de habitantes. Según Primer Poder A.C. (2016) el servicio efectivo del gobierno se resumía al equivalente de quince municipios, esto es, las grandes ciudades y algunas zonas rurales de interés, principalmente militar.

         Nuestra industria petrolera empezaba a disfrutar de las alzas de ingresos promovidas en 1958 y el apoyo de la comunidad ante un régimen decididamente anticomunista era palpable. Además, si nos fijamos en lo que establece Eric Hobsbawm en su Historia del Siglo XX (1991), el periodo 1945-1974 fue una edad de resurgimiento económico global que inyecto progreso y desarrollo a casi todas las naciones.

         La conjunción de estos factores hace creer, todo esto apuntalado por el exceso de cobertura de las estratégicas obras construidas, así como del engrasado aparato de propaganda institucional del régimen, que, en esos ocho años de gobierno, los venezolanos verdaderamente vivíamos mejor que ahora.

         Esto no es así. Carlos Oteyza, en su producción documental Tiempos de dictadura (2012), en la voz del aclamado Laureano Márquez, nos cuenta otra historia. De esos casi cinco millones de venezolanos, tres estaban en condición de pobreza. Esto representa el 60% de la población. Los estudiantes, la oposición política y cualquiera que no siguiera la línea oficial era fuertemente reprimido.

         Una de sus más pregonadas obras, la Ciudad Universitaria de Caracas (también empezada en la década de 1940) sirvió de cascaron vacío, pues la universidad fue cerrada durante su periodo.

         Agustín Catalá recoge en un libro (1958) los nombres de las víctimas a manos del régimen. La mayoría de estas personas fueron procesadas y perseguidas por la guardia pretoriana del emperador de Michelena, dirigida por Pedro Estada. Estos a su vez también se aseguraban de censurar la prensa libre, la libertad de pensamiento y de opinión.

         ¿Podemos entonces afirmar que hubo progreso, cuando tres quintas partes de la población vivía en miseria? ¿con centenares de presos políticos, exiliados o asesinados por el régimen? ¿Con las universidades cerradas o perseguidas? ¿Con un total abandono del interior del país, sumido en la desidia y el abandono? Nos atrevemos a afirmar que estas preguntas se responden solas.

         El segundo y tercer caso a analizar son los de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. Por ser cronológica y políticamente secuenciales, dedicaremos el resto del presente ensayo al estudio conjunto de ambos gobiernos.

Eleazar López Contreras gobernó Venezuela desde el 17 de diciembre de 1935 hasta 1941, e Isaías Medina Angarita lo sigue desde 1941 hasta el 18 de octubre de 1945, derrocado por un golpe militar (indudablemente lo fue) propulsado por los partidos políticos clandestinos, en conjunto con elementos militares.

         Generalmente, la muerte de Juan Vicente Gómez se toma como el despertar democrático. Se considera como el inicio de una era de transición, guiada por dos hombres excepcionales en su tiempo, y con claros ideales democráticos. Esto es, a efectos de este trabajo, otro mito.

         Es cierto que los periodos de López y Medina fueron tiempos de grandes cambios. Vemos el surgimiento de los partidos políticos, la libertad de prensa, el nacimiento de los movimientos obreros y sindicales y el inicio de la modernización del estado venezolano. Pero, ¿fueron estos cambios impulsados por el gobierno, en ambos casos?

Tras revisar a fondo la situación, podemos concluir que no. Muchos de estos cambios, especialmente los referentes al sistema político, fueron aceptados a regañadientes por los autócratas andinos. Y no se dieron los cambios sustanciales de fondo que exigían el tiempo y los sectores organizados de la sociedad, como las elecciones libres, la limpieza en la administración y las reformas petroleras sustanciales.

         Un buen testigo de los hechos, aunque severamente parcializado, fue Rómulo Betancourt, que en su obra: Venezuela, Política y Petróleo de 1956, hace una dura crítica a unos regímenes que permitían solo cambios cosméticos. Denuncia el futuro presidente como el sistema seguía siendo restringido a los seguidores del gobierno, y todavía daba la potestad virtual al presidente de escoger a su sucesor.

         Esto ocurrió en las transiciones de 1935, 1941 y 1945. En los tres casos, los gobernantes anteriores escogían a los entrantes. Gómez nombró a López su albacea, López a su vez, nombró a Medina, y el general Medina pretendía nombrar a Angel Biaggini cuando lo alcanzo la revolución del octubre venezolana.

         ¿Los presidentes de mentalidad democrática pueden escoger libremente a sus sucesores? ¿No estaba, acaso, en sus manos, el poder de convocar a elecciones libres, directas, universales y secretas? Pues la obstinada postura del régimen de mantener el sistema de segundo grado (un congreso de individuos escogidos nombraba al presidente) nos revela el verdadero carácter democrático de ambos gobiernos.

         La legalización de los partidos políticos surge después de el gran poder de presión que estos ejercieron, basados en el respaldo granjeado en la opinión pública, después de aquella famosa marcha de febrero de 1936. Aunque luego mostrase clemencia, la respuesta del general López fue sacar a La Sagrada a la calle y encerrar a los estudiantes.

         No tardo en poner en tela de juicio la legalidad de los partidos, y en recoger la cabuya de la recién estrenada prensa libre. Y en ese juego de permitir y denegar se mantuvo su régimen por cinco largos años. Esto finaliza en otro acto que le sirve de apoyadero a sus defensores, que el general López entregara la silla a los cinco años y prohibiera la relección.

         Esto se debió más a las presiones externas e internas que exigían cambios visibles en el gobierno, y a la seguridad de que sería el quien designara a su heredero, decisión que ratificaría sin meditarlo el congreso de adeptos al régimen. Todo esto lo relata el historiador Manuel Caballero, en Historia de los venezolanos en el siglo XX (2010)

         Isaías Medina asume el poder aquel cinco de mayo, para iniciar un novedoso periodo de más de lo mismo. Con un continuismo calcado, el régimen seguía sin mutar hacia la democracia o nada que se le pareciera. El flamante presidente permitió la legalización definitiva de los partidos, quienes ya agitaban todo el territorio nacional, pero los condenó a una oposición ahogada desde una minoría parlamentaria. Todo el aparato del estado seguía en manos de Medina, quien también se negó rotundamente a la celebración de elecciones y a la democratización de la política.

         Modernizó su gobierno, al fundar el Partido Democrático Venezolano. Pero esta idea le aborrecía. Como a todo el estamento militar, la idea de partidos políticos y de civiles organizados políticamente le parecía una obra inspirada en el bolchevismo. Solo accedió a darle una cara institucional a sus partidarios por insistencia de la cabeza política del régimen, el doctor Arturo Uslar Pietri,

         Su política petrolera, tan aborrecible como la de Gómez (que consistía en el regalo del producto nacional a las grandes multinacionales, sin un gramo de inversión en el país) consistió en emanar una ley (reforma de 1943) que no tuvo impacto real en las ganancias del estado. Aunque esto podría ser tildado de tendencioso, pues lo expone Betancourt (1956), basta con ver las memorias y cuentas oficiales y las ganancias históricas de las trasnacionales para darse cuenta del desfalco.

         Los presupuestos adjudicados a los ramos civiles (salud, educación, vivienda) fueron ínfimos en comparación a los militares, y su inversión y sus obras fueron escasas. Todo esto lo relata igualmente Primer Poder A.C. (2016) Y el entreguismo de la industria petrolera permaneció intacto entre 1922 y 1945.

         En resumen, estos gobiernos no fueron que la fase terminal de un conjunto de dictaduras que Germán Carrera Damas llama la Dictadura Liberal Regionalista (2013). Todos los cambios sociales que se originaron en sus periodos fueron productos de grandes luchas internas, promovidas por las organizaciones democráticas. No hubo un real interés ni conciencia democrática en ambos presidentes, quienes cedieron lo menos que pudieron en un esfuerzo de aferrarse al naufragio de un sistema dictatorial y opresivo.

         Siendo esto así ¿Es Medina Angarita el mejor presidente de Venezuela, como muchos afirman? ¿Fue verdaderamente el período 1935-1945 una época de transición liderada por dos hombres de ideales democráticos? ¿Apuntaban los dos presidentes a la democratización y apertura de la política, la prensa y la sociedad? Una vez más, estas preguntas se responden solas…

Caracas, mayo de 2016.

  • Sarnelli. J. (director) Pantaleo F. (coordinador) (2016) Los hechos son tercos. Primer Poder A. C.
  • Curiel J. (2010) Del pacto de Punto Fijo al Pacto de la Habana. Hoja del Norte, Caracas, Venezuela.
  • Hobsbawm E. (1991) Historia del siglo XX. Michael Josep Ed. Londres, Reino Unido.
  • Caballero M. (2010) Historia de los venezolanos en el siglo XX. Editorial Alfa. Caracas, Venezuela.
  • Oteyza C. (director) (2012) Tiempos de Dictadura. Siboney Films. Caracas Venezuela.
  • Carrera G. (2013) Rómulo Historico. Editorial Alfa. Caracas, Venezuela.
  • Betancourt R. (1956) Venezuela, política y petróleo. Editorial Alfa. Caracas, Venezuela.



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