"Contra la apología a las dictaduras"
Por Alfredo Alejandro Cabrera
ES CURIOSO CONSTATAR COMO LA HISTORIA NO SIEMPRE LA ESCRIBEN
LOS VENCEDORES. Esta, sin embargo, pareciera estar a disposición de quien
decida domarla y moldearla a su conveniencia, y si los vencedores no se cuidan,
la escribirán los vencidos. Este fenómeno se ve reflejado en nuestra historia.
Muchos de nuestros jóvenes bachilleres, universitarios, e incluso nuestros
profesores, viven hoy defendiendo es historia de los vencidos escrita por las
dictaduras.
El periodo de nuestra historia comprendido entre 1900 y 1958
está plagado de apologías a la autocracia y el personalismo, acompañado con una
notable dosis de descrédito hacia los ideales democráticos. La simpatía
inculcada y la desinformación no han llevado a elevar a pedestales
inverosímiles a los exponentes de nuestra tragedia histórica.
Y en tiempos de crisis, de duda, de pena, que revuelven las
aguas para estos pescadores del totalitarismo, las ideas sembradas por sus
corrientes resuenan con más fuerza. Los nombres de los tiranos son murmurados
por nuestros jóvenes como evocación sombría de progreso. Cual cultores
imperiales, los césares democráticos
de Venezuela son alabados por los nietos de los que derramaron sangre por
nuestra libertad.
El presente ensayo pretende, esperando no pecar de ambicioso
y con las modestas herramientas que dispone, desmontar estos mitos, basándose
en las tres principales muestras de la historia de los vencidos.
El primer caso notable, para entrar en detalle, es el del
general Marcos Evangelista Pérez Jiménez. El nacido en Michelena, estado
Táchira, gobernó nuestro país entre 1950 y 1958, primero interinamente y luego electo por el Congreso. Su gobierno
acabó abruptamente con su huida del país, la madrugada del 23 de enero de 1928.
Estos son los hechos, que, para nuestro análisis, tomamos como indiscutibles.
Nuestros libros de historia aun cuentan aquella mañana de
enero como triunfo de la democracia, califican su gobierno de dictadura, y
celebran la actuación de la enorme coalición nacional que se unió en contra del
absolutismo republicano de Pérez Jiménez. En este caso, la culpa no la carga
nuestro sistema educativo, si no los mismos ciudadanos amnésicos.
En nuestros días, los actos del general son enteramente perdonados,
al contado y sin miramientos por un sector creciente de la población. La
asociación más frecuente que encontramos a su régimen, al preguntar al
ciudadano corriente, es un recuerdo nublado de seguridad, progreso y obras
públicas. Se esgrimen argumentos como el buen funcionamiento del país y hasta
de paridad cambiaria producto de buena gestión económica.
No falta, para cubrirnos de ejemplos, aquel que camina por
las calles de Caracas diciendo que tal o cual obra, monumento, edificio o
similar, son obra del militar tachirense. Nuestros jóvenes se agrupan para
discutir sus ideas y deciden añorar un pasado que nunca vivieron, contado
mediante la distorsión de la memoria de los hijos decepcionados de la
democracia.
A continuación, se tratará de contrarrestar dos
afirmaciones, que pesan como el plomo sobre nuestra honesta conciencia
histórica. La primera es aquella que dice: Marcos
Pérez Jiménez hizo muchas obras públicas. Esta tiene singular relevancia en
la mente de nuestros ciudadanos, que asocian un buen gobierno directamente con
el número de obras que realiza o inaugura, y viceversa.
Pérez Jiménez no tiene en su haber, no se aproxima siquiera,
el número de obras que se le atribuye. Y para comenzar, estudiemos la más
famosa y monumental construcción que le ha impuesto como propia, la autopista
Caracas-La Guaira. Muchos son los que la exhiben como logro de la dictadura.
Incluso la revista norteamericana Mecánica
Popular, en su edición de noviembre de 1952, lo reseña así: Venezuela construye la autopista más costosa
del mundo.
Hay quien dice, y no hacemos eco a esos rumores por falta de
pruebas, que el gobierno venezolano pagó por ese titular, como propaganda de
talla mundial para su gestión. Pero podemos basarnos en la verdad, que está
plenamente documentada. La autopista Caracas-La Guaira fue proyectada en el
primer Plan Nacional de Vialidad de
1947. Y fue el gobierno de ese año, presidido por Rómulo Betancourt, quien
inicio las obras.
Esta obra fue fruto de la planificación
del régimen nacido por la revolución de octubre, que fue germen de la
democracia venezolana. Y de esta manera podemos notar que todas las arterias
viales y las grandes obras de este tipo, fueron proyectadas y concluida por los
gobiernos de la República Civil (1959-1999) Esta información fue recabada
extensivamente por dos fuentes.
La primera, la obra de José Curiel
(2014) titulada Del pacto de Punto Fijo
al pacto de La Habana. En un amplio recuento en el que cita las obras del
periodo 1945-1947 como base de una comparación entre sus obras y las de otros
gobiernos. Y segundo, basándose y ampliando mucho el trabajo de Curiel, la
Asociación civil Primer Poder, en su fiel documental Los hechos son tercos, del año 2016 en su última revisión.
Podemos adjudicarle al andino algunas
obras simbólicas, como el sistema del teleférico, el paseo Los Próceres, el
hotel Humboldt, entre contados otros, sin embargo, esto no escapaba de un
número reducido de obras en aun menor número de localidades selectas.
La segunda de estas afirmaciones dice: Marcos Pérez Jiménez tuvo una excelente
gestión, sobre todo en materia de seguridad. En las últimas dos décadas, la
crisis iniciada a finales de los años ochenta ha vigorizado esta especie de recuerdo
implantado. El ansia natural de nuestros ciudadanos de buena calidad de vida,
les hace buscar desesperadamente un modelo que copiar que les produzca
bienestar. Pero en este caso es aferrarse al humo, pues es un fantasma lo que
creen ver.
El gobierno de Marcos Pérez Jiménez
ejecutaba sus políticas sobre un país completamente distinto. En 1950, según
datos de la ULA, nuestra población alcanzaba tímidamente los cinco millones de
habitantes. Según Primer Poder A.C. (2016) el servicio efectivo del gobierno se
resumía al equivalente de quince municipios, esto es, las grandes ciudades y
algunas zonas rurales de interés, principalmente militar.
Nuestra industria petrolera empezaba a
disfrutar de las alzas de ingresos promovidas en 1958 y el apoyo de la comunidad
ante un régimen decididamente anticomunista era palpable. Además, si nos
fijamos en lo que establece Eric Hobsbawm en su Historia del Siglo XX (1991), el periodo 1945-1974 fue una edad de
resurgimiento económico global que inyecto progreso y desarrollo a casi todas
las naciones.
La conjunción de estos factores hace
creer, todo esto apuntalado por el exceso de cobertura de las estratégicas
obras construidas, así como del engrasado aparato de propaganda institucional
del régimen, que, en esos ocho años de gobierno, los venezolanos verdaderamente
vivíamos mejor que ahora.
Esto no es así. Carlos Oteyza, en su
producción documental Tiempos de
dictadura (2012), en la voz del aclamado Laureano Márquez, nos cuenta otra
historia. De esos casi cinco millones de venezolanos, tres estaban en condición
de pobreza. Esto representa el 60% de la población. Los estudiantes, la
oposición política y cualquiera que no siguiera la línea oficial era
fuertemente reprimido.
Una de sus más pregonadas obras, la
Ciudad Universitaria de Caracas (también empezada en la década de 1940) sirvió
de cascaron vacío, pues la universidad fue cerrada durante su periodo.
Agustín Catalá recoge en un libro
(1958) los nombres de las víctimas a manos del régimen. La mayoría de estas
personas fueron procesadas y perseguidas por la guardia pretoriana del
emperador de Michelena, dirigida por Pedro Estada. Estos a su vez también se
aseguraban de censurar la prensa libre, la libertad de pensamiento y de
opinión.
¿Podemos entonces afirmar que hubo
progreso, cuando tres quintas partes de la población vivía en miseria? ¿con
centenares de presos políticos, exiliados o asesinados por el régimen? ¿Con las
universidades cerradas o perseguidas? ¿Con un total abandono del interior del
país, sumido en la desidia y el abandono? Nos atrevemos a afirmar que estas
preguntas se responden solas.
El segundo y tercer caso a analizar son
los de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. Por ser cronológica y
políticamente secuenciales, dedicaremos el resto del presente ensayo al estudio
conjunto de ambos gobiernos.
Eleazar
López Contreras gobernó Venezuela desde el 17 de diciembre de 1935 hasta 1941,
e Isaías Medina Angarita lo sigue desde 1941 hasta el 18 de octubre de 1945,
derrocado por un golpe militar (indudablemente lo fue) propulsado por los
partidos políticos clandestinos, en conjunto con elementos militares.
Generalmente, la muerte de Juan Vicente
Gómez se toma como el despertar democrático. Se considera como el inicio de una
era de transición, guiada por dos
hombres excepcionales en su tiempo, y con claros ideales democráticos. Esto es,
a efectos de este trabajo, otro mito.
Es cierto que los periodos de López y
Medina fueron tiempos de grandes cambios. Vemos el surgimiento de los partidos
políticos, la libertad de prensa, el nacimiento de los movimientos obreros y
sindicales y el inicio de la modernización del estado venezolano. Pero, ¿fueron
estos cambios impulsados por el gobierno, en ambos casos?
Tras revisar a fondo la situación, podemos concluir que no.
Muchos de estos cambios, especialmente los referentes al sistema político,
fueron aceptados a regañadientes por los autócratas andinos. Y no se dieron los
cambios sustanciales de fondo que exigían el tiempo y los sectores organizados
de la sociedad, como las elecciones libres, la limpieza en la administración y
las reformas petroleras sustanciales.
Un buen testigo de los hechos, aunque
severamente parcializado, fue Rómulo Betancourt, que en su obra: Venezuela, Política y Petróleo de 1956,
hace una dura crítica a unos regímenes que permitían solo cambios cosméticos.
Denuncia el futuro presidente como el sistema seguía siendo restringido a los
seguidores del gobierno, y todavía daba la potestad virtual al presidente de
escoger a su sucesor.
Esto ocurrió en las transiciones de
1935, 1941 y 1945. En los tres casos, los gobernantes anteriores escogían a los
entrantes. Gómez nombró a López su albacea, López a su vez, nombró a Medina, y
el general Medina pretendía nombrar a Angel Biaggini cuando lo alcanzo la
revolución del octubre venezolana.
¿Los presidentes de mentalidad
democrática pueden escoger libremente a sus sucesores? ¿No estaba, acaso, en
sus manos, el poder de convocar a elecciones libres, directas, universales y
secretas? Pues la obstinada postura del régimen de mantener el sistema de
segundo grado (un congreso de individuos escogidos nombraba al presidente) nos
revela el verdadero carácter democrático
de ambos gobiernos.
La legalización de los partidos
políticos surge después de el gran poder de presión que estos ejercieron,
basados en el respaldo granjeado en la opinión pública, después de aquella
famosa marcha de febrero de 1936. Aunque luego mostrase clemencia, la respuesta
del general López fue sacar a La Sagrada a la calle y encerrar a los
estudiantes.
No tardo en poner en tela de juicio la
legalidad de los partidos, y en recoger la cabuya de la recién estrenada prensa
libre. Y en ese juego de permitir y denegar se mantuvo su régimen por cinco
largos años. Esto finaliza en otro acto que le sirve de apoyadero a sus
defensores, que el general López entregara la silla a los cinco años y
prohibiera la relección.
Esto se debió más a las presiones
externas e internas que exigían cambios visibles en el gobierno, y a la
seguridad de que sería el quien designara a su heredero, decisión que
ratificaría sin meditarlo el congreso de adeptos al régimen. Todo esto lo
relata el historiador Manuel Caballero, en Historia
de los venezolanos en el siglo XX (2010)
Isaías Medina asume el poder aquel
cinco de mayo, para iniciar un novedoso periodo de más de lo mismo. Con un continuismo calcado, el régimen seguía sin
mutar hacia la democracia o nada que se le pareciera. El flamante presidente
permitió la legalización definitiva de los partidos, quienes ya agitaban todo
el territorio nacional, pero los condenó a una oposición ahogada desde una
minoría parlamentaria. Todo el aparato del estado seguía en manos de Medina,
quien también se negó rotundamente a la celebración de elecciones y a la
democratización de la política.
Modernizó
su gobierno, al fundar el Partido Democrático Venezolano. Pero esta idea le
aborrecía. Como a todo el estamento militar, la idea de partidos políticos y de
civiles organizados políticamente le parecía una obra inspirada en el
bolchevismo. Solo accedió a darle una cara institucional a sus partidarios por
insistencia de la cabeza política del régimen, el doctor Arturo Uslar Pietri,
Su política petrolera, tan aborrecible
como la de Gómez (que consistía en el regalo del producto nacional a las
grandes multinacionales, sin un gramo de inversión en el país) consistió en
emanar una ley (reforma de 1943) que no tuvo impacto real en las ganancias del
estado. Aunque esto podría ser tildado de tendencioso, pues lo expone
Betancourt (1956), basta con ver las memorias y cuentas oficiales y las
ganancias históricas de las trasnacionales para darse cuenta del desfalco.
Los presupuestos adjudicados a los
ramos civiles (salud, educación, vivienda) fueron ínfimos en comparación a los
militares, y su inversión y sus obras fueron escasas. Todo esto lo relata
igualmente Primer Poder A.C. (2016) Y el entreguismo de la industria petrolera
permaneció intacto entre 1922 y 1945.
En resumen, estos gobiernos no fueron
que la fase terminal de un conjunto de dictaduras que Germán Carrera Damas
llama la Dictadura Liberal Regionalista
(2013). Todos los cambios sociales que se originaron en sus periodos fueron
productos de grandes luchas internas, promovidas por las organizaciones
democráticas. No hubo un real interés ni conciencia democrática en ambos
presidentes, quienes cedieron lo menos que pudieron en un esfuerzo de aferrarse
al naufragio de un sistema dictatorial y opresivo.
Siendo esto así ¿Es Medina Angarita el
mejor presidente de Venezuela, como muchos afirman? ¿Fue verdaderamente el
período 1935-1945 una época de transición liderada por dos hombres de ideales
democráticos? ¿Apuntaban los dos presidentes a la democratización y apertura de
la política, la prensa y la sociedad? Una vez más, estas preguntas se responden
solas…
Caracas,
mayo de 2016.
- Sarnelli. J. (director) Pantaleo F. (coordinador) (2016) Los hechos son tercos. Primer Poder A. C.
- Curiel J. (2010) Del pacto de Punto Fijo al Pacto de la Habana. Hoja del Norte, Caracas, Venezuela.
- Hobsbawm E. (1991) Historia del siglo XX. Michael Josep Ed. Londres, Reino Unido.
- Caballero M. (2010) Historia de los venezolanos en el siglo XX. Editorial Alfa. Caracas, Venezuela.
- Oteyza C. (director) (2012) Tiempos de Dictadura. Siboney Films. Caracas Venezuela.
- Carrera G. (2013) Rómulo Historico. Editorial Alfa. Caracas, Venezuela.
- Betancourt R. (1956) Venezuela, política y petróleo. Editorial Alfa. Caracas, Venezuela.
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