“UN CRIMEN
PERFECTO”
Por Robert Gilles Redondo
Oliver Sánchez tenía diez años y falleció este 25 de mayo de 2016 sin
saber lo que era vivir en libertad, en democracia, bajo el imperio de la Ley y
con respeto pleno a sus derechos humanos. Padecía de cáncer y no pudo conseguir
los medicamentos necesarios para enfrentar la enfermedad y no perder la vida.
Esto es lo que resta de la Venezuela del Socialismo del Siglo XXI. Pero Oliver
es sólo el nombre de una tragedia que continua realizándose.
Han pasado diecisiete años desde la llegada del chavismo al poder por la
vía agrietada de la democracia, vía que el mismo grupo –y otros- había
agrietado con su insurrección golpista y apenas son tres años desde que Nicolás
Maduro usurpó el poder en elecciones fraudulentas tras la muerte del líder. Es
desolador lo sucedido en este tiempo si sólo hablamos en cifras y doloroso,
deprimente, cruel, si hacemos un resumen abreviado de lo que es hoy cada calle
de Venezuela.
El delirio populista e izquierdoso de Hugo Chávez y sus aliados del Foro
de Sao Paulo engendraron estos monstruos del hambre, de la miseria, de la
violencia y enfermedad. La razón con la cual lograron asaltar el poder dejó de
ser y ahora es la pesadilla de todos nosotros. Venezuela se suicidó al permitir
que Nicolás Maduro avanzara. Fue un gravísimo error histórico haber dejado
pasar por alto el fraude de 2013, que luego fue convalidado por todos los
actores; el precio de entonces era más bajo que el de ahora.
Y es que no basta con decirlo. En el exterior poco se sabe de la
realidad verdadera, todo es más grave de lo que se transmite en los medios. El
panorama es cruento, quizá similar a los caminos que dejó ensangrentados Boves
alguna vez. Venezuela ha sido convertida en un campo de concentración, nadie
vaya a dudarlo. Y aunque aquí no acabará la historia de la Tierra de
Gracia, los venezolanos se sienten atrapados en la sensación de que el
reloj se ha detenido, que caminamos hacia atrás, puede que hasta hacia la
auto-destrucción. El desaliento, la fatiga y la irritación comienzan a pasar
factura y el costo puede ser muy alto, dejando heridas profundas en nuestra
nación, algo que realmente no merecemos.
Y tan atrapados nos vemos que no podemos siquiera reclamar un poco de
sentido común a Nicolás Maduro para que renuncie o se someta a un referéndum
revocatorio, un hecho común en este mundo globalizado en el que se supone que
es injustificable la existencia de regímenes totalitarios y asesinos como el
chavismo. Pero no, Maduro carece de sentido común y parece estar enajenado
mentalmente. Y es que basta ya que el régimen siga siendo adornado con la
fachada democrática con la que peligrosamente se sigue jugando desde algunos
sectores opositores. La democracia en Venezuela no agoniza, dejó de existir.
Tampoco se puede seguir reclamando la preeminencia del Estado de Derecho que
establece la Constitución Nacional. La Constitución ha sido reducida a las
sentencias de la Sala Constitucional y los dictámenes emanados desde Miraflores
y que de forma muy diligente acatan los supuestos Poderes, los cuales sólo son
en la realidad oficinas anexas del Despacho Presidencial.
Pero sí podemos y estamos obligados a reclamar sentido común a nosotros
mismos y a la dirigencia opositora. Sentido común para entender que no podemos
vacilar el camino con la promesa de cambiar. La promesa no basta. Hay que
plantarle cara a la historia y salvar a Venezuela. Este camino no puede
engendrar otro mesías, que se arrogue el derecho exclusivo de la verdad y de la
razón. La unidad no puede seguir siendo sacrificada por los intereses mezquinos
y ególatras de una persona a la que en su momento se le presentó la oportunidad
de ejercer un liderazgo excepcional. Permitir que eso suceda sería permitir que
la semilla del fracaso siguiera sembrada en el provenir. El momento llama a
mayor madurez en los actores que están a la vanguardia.
La libertad de Venezuela hace falta ya mismo, no para mañana ni para
pasado mañana. El sacrificio del pueblo puede ser dramático en cualquier
momento ante el desespero del hambre y la enfermedad. Porque al pueblo es al
que se le está sacrificando a cada hora que transcurre. Maduro sólo espera el
momento final, él sabe que nada tiene que hacer y que está totalmente perdido.
Mientras tanto ¿qué debemos hacer? ¿Acaso debemos resignarnos a ser sujetos
pasivos, incapaces de reaccionar ante la pesadilla y condenados a repetir el
canto del Julio Cesar de Shakespeare?: «El sol de Roma se ha puesto/ Nuestro
día murió/Nubes, rocío y peligros, se acercan/ Hemos cumplido nuestra labor».
El sol de Venezuela hay que empujarlo para que alumbre el futuro y
permita que nunca más se repita este crimen. Este crimen perfecto que lo vimos
y oímos con el nombre de Oliver tiene una víctima que es Venezuela y estamos en
la obligación de hacer justicia. Porque echar a Maduro y a todos sus
colaboradores es un acto de justicia que nos reclama la historia.
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