“Venezuela entre demagogos y
populistas”
Por Armando Martini
Pietri
La gran mayoría está de acuerdo que el país está hecho una ruina, y los
culpables son los chavistas y chavismos que sentaron las bases del desastre,
los maduristas y el madurismo que no sólo tratan de continuar porque no saben
lo que hacen, sino que ni entienden ni pueden por eso adaptarlas, menos aun, se
atreven a cambiarlas. Porque, tampoco tienen ni la experiencia, ni el talento,
ni la formación para saber qué y hacia dónde cambiar.
A Nicolás Maduro –y a sus ministros, que repiten necedades como loros
domesticados- lo único que se les ocurre es modificar los nombres de los
errores cometidos y poner nuevas denominaciones para que parezca que están
innovando. Entre esos derroches de adjetivos alguna verdad se cuela, como lo de
Estado de Excepción y Emergencia Económica; aunque las medidas maduristas, casi
sin alteración, no sólo no mejoran sino que empeoran y se profundizan, no saben
qué hacer, creen que la televisión hace milagros y que la paciencia de la gente
es infinita. Aún peor, sueñan con que el aguante sea resignación, adaptación,
tejen sin saberlo una tela de araña cada día más densa, y confunden densidad
con fuerza, creen (se auto convencen, como el alcohólico que siempre encuentra justificación
para beber cada vez más fuerte), que no se romperá porque es tupida, no
quieren pensar que el agua es densa pero el que cae dentro y lejos de la costa
se agota, se ahoga o se lo engulle un tiburón, no quieren pensar que el agua
del Guri es espesa pero si no es nutrida por lluvias y ríos, se la van consumiendo
las turbinas y lo que ellos no podrán nunca controlar, el sol.
Pero la particularidad real es que el país está en una situación y un
camino que sólo Venezuela aplica en el mundo, a contramano de la lógica y de
las acciones de cualquier nación más o menos exitosa, que
nadie puede disfrutar del día ni de la noche porque se juega la vida, que los
niños, los ancianos y los enfermos se mueren por falta de medicinas, que la
verdadera gran motivación de miles de funcionarios y de amigos del Gobierno –camaradas
por conveniencia, no por afecto- es la corrupción, el “cuánto me toca a mí”, que
los policías están mal pagados y peor dotados, y que los maestros tienen
ingresos inferiores a cualquier obrero pico y pala, para sólo citar unos pocos
ejemplos que en este país ya no son anormalidad sino regularidad.
La emergencia económica todos sabemos que viene de años atrás, que
Maduro no la provocó pero sí la empeoró gravemente. Maduro y colaboradores se
refugian en estupideces a las cuales se les ven hasta las más recónditas
costuras, como la tan cacareada guerra económica, concepto según el cual
cualquier empresario es tan enemigo del pueblo y tan bruto que prefiere
producir y vender –y ganar- menos, prefiere perder e incluso arruinarse, con
tal de amargarle y complicarle la vida al Gobierno y poner a los pobres contra
la pared.
Lo de la excepción es la ya vieja bandera, ahora en manos de Maduro, que
indica que todos nos atacan, que Estados Unidos tiene toda una flota con
portaaviones, bombas y misiles, para invadirnos, para hacer bajar en paracaídas
su infantería y desembarcar en las playas a los “marines”, violar nuestros
aires con los feroces F-18 y bombarderos “stealth”, y que serían frenados por
el pueblo en armas y los militares herederos del Libertador –no de Páez, al
general más exitoso de la Independencia al que Chávez echó a un lado con la
misma tranquilidad y similar ignorancia con la que borró el descubrimiento por
Colón en su tercer viaje, un siglo de conquista y dos de colonización
españolas, sin dar explicación alguna de cómo pasamos de tribus indígenas que
vivían la mayoría en la edad de piedra, a la Venezuela de 1810.
Militares y milicianos barrigones se preparan a soportar la arremetida
del imperialismo yanqui con su flota del Caribe mientras llega el ejército
cubano, cuya última batalla fue el fusilamiento de Ochoa, a defender la patria.
La excepción agravada por la emergencia económica pero que se va a resolver
sembrando zanahorias en los techos de los edificios, distribuyendo miles de
millones de bolívares entre militantes maduristas para que sean ellos los que
se encarguen de la producción de alimentos y su distribución casa por casa.
Militantes que saben aún menos que el Gobierno de producción y distribución de
productos de cualquier tipo.
Es la mezcla de populismo filtrado por el limitado e ignorante sentido
revolucionario y madurista, haciendo ofertas cada dos días por los medios y en
cadena prometiendo un país potencia que ni ellos mismos saben definir y
programas para defender al pueblo que ya no puede esperar ni entender porque
está en todo el país haciendo largas colas para conseguir dos o tres productos
elementales y asomados a ventanas mientras regresa la luz, bañándose con totumas
porque el agua tampoco llega. Ofertas, promesas, programas grandiosos
rápidamente sustituidos por otros aún más delirantes, grandiosos e
inaplicables, populismo como fijación de estrategias.
Demagogia en programas que se ofrecen y ya todos sabemos que no se
cumplirán porque ni son prácticos ni hay maduristas capaces de ejecutar nada
que vaya más allá de palabrerío florido pero nacido muerto.
Pero por si algo faltaba en esta Venezuela agobiada, en crisis,
empobrecida, destruida y saturada de problemas, la oposición, cuyos méritos no
se le pueden negar –el sostenimiento de la unión en la MUD a pesar de claras
diferencias en ideologías y estilos, su contundente triunfo en las elecciones
parlamentarias, por ejemplo- utiliza con excesiva frecuencia la demagogia
incluso majadera y consecuencia de la ignorancia, como la propuesta de
dolarizar los salarios y prestaciones, o compromisos que sus dirigentes -salvo
que sean imbéciles, que no lo son-, saben perfectamente que son imposibles de
cumplir.
De manera que para mayor frustración la ciudadanía, sumida en graves dificultades,
aplastada, sin esperanza ni alternativa, tiene además que aguantarse ser tiro
al blanco de mentiras disparadas al mismo tiempo desde el Gobierno, el
revolucionarismo, y oposición multi-polar. Desde ambos lados han convertido al
pueblo en escupidera común de falsedades y revoltillo de mentiras.
Algunos consideran que analizar, criticar los hechos
sociales y políticos, son germen para el anti partidismo o anti política que
nos trajo a esta situación. Ese chantaje ideológico no solamente es chocante,
vil y cruel sino absurdo. Son algunos políticos descarados, mentirosos y
sinvergüenzas que actúan a conveniencia propia de sus intereses y partidos,
quienes han llevado la noble profesión de la política al deterioro y desgracia
que hoy vive y sufre.
Esos politiqueros deben asumir sin cobardía sus errores
–no culpen a otros- y corregirlos, nunca es tarde para enmendar. La gente, que
ya no es boba ni ingenua, respetará mucho más a un político que confiesa sus
errores y hace propósito público y creíble de enmienda, que al que sigue
disimulando y tratando de engañar con promesas y propuestas etéreas y no
confiables.
Casi todos los partidos políticos se ubican en la cómoda
posición de centro izquierda. Siempre les ha causado escozor y hasta miedo,
ubicarse en el centro o centro derecha. Por ese temor tonto de ser catalogados
derechistas u oligarcas, y terminan no siendo nada en realidad. Hace ya
demasiado tiempo que en Venezuela pasaron aquellos tiempos de ofertas socialistas
y pro populares.
En un país entre demagogos y populistas como principal
atractivo para hacer política el éxito no tiene buen futuro. La competencia
entre quienes aspiran conquistar las grandes mayorías populares con la mentira
y ofertas engañosas, deben ser erradicados de la política, ya es hora, ya ese
modelo está agotado, hecho polvo. Los políticos, tanto del gobiernismo
enceguecido, como de la oposición atragantada por su éxito, deberían tener
siempre presente que los hechos no dejan de existir porque se ignoren.
@ArmandoMartini
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