Un mensaje en la Venezuela del Siglo XX para la del Siglo XXI
Discurso de: Alfredo Coronil Hartmann (1)
Prefacio de Francisco Pantaleo-Gandais / Presidente de "Primer Poder" A.C.: Un trabajo de investigación gerencial iniciado en el año 2002, por "Primer
Poder" A.C. ubica los principales factores positivos y negativos del
Estado venezolano entre 1958 y 1998. Impacta reconocer la transformación de aquel país de
carreta y trocha, maquillado con la vitrina caraqueña del dictador
Marcos Pérez Jiménez; en contraste con el país democrático y auténticamente
moderno que se construyó entre 1958 y 1978. Durante los primeros 20 años de la República civil, Caracas
creció a más del triple y 23 regiones se encontraron con la masificación de la civilización. Este
desarrollo redujo la miseria y creó una inmensa clase media, que fue capaz de formar a
sus hijos y nietos como los mejores técnicos y profesionales. Hablo de quienes hoy por el caos castro-chavista, están forzados trágicamente a sobrevivir a la miseria como bachaqueros o a irse al extranjero.
Sin embargo este desarrollo para los años 80, demostró que los derechos democráticos no pueden ser llevados
hasta el más humilde ciudadano, sin que existan estructuras y sistemas que
permitan su concreción práctica. // El historiador Germán Carrera Damas, en 1974
acusó la incompatibilidad de la estructura estatal filo-monárquica versus el modelo
liberal democrático que operaba desde 1959. // Las complejas funciones gerenciales de
la democracia, no pueden ser manejadas eficientemente con la primitiva estructura centro-personalista del totalitarismo. Exige pluralidad la muy compleja gerencia de un sistema democrático destinado a beneficiar a 325 municipios - todo lo opuesto a las demandas de la docena privilegiada de urbanismos que el Estado "nacional" atendía hasta el 23 de enero de 1958 // El 5 de julio del
año 1984, en Sesión Solemne del Congreso Nacional, transmitida en cadena nacional, Alfredo Coronil Hartmann, cara abierta a la cogollocracia y con inmensa valentía, expuso aquella incompatibilidad, alertando sobre los vicios que creaban tal
descontrol. El mensaje fue para los
partidos que emulaban a los personalismos y clientelismos del atrasado modelo caudillista y en especial para su partido AD, que ya daba muestras de abandono de sus bases y de los grandes beneficios colectivos que había construido en todo el país desde el 58, al degenerar en una banal máquinaria electoralista obcecada con el Poder oficial para el beneficio clientelar // 1984 fue un año muy importante, ya que otros hombres valiosos como Ramón J. Velásquez, Germán Carrera
Damas, Carlos Blanco trabajaron en la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE),
atendiendo -en parte- los problemas que Coronil denunciaba ante el Congreso y proponiendo muchas soluciones. Algo lograron durante CAP-II, pero Caldera 2 comenzó el retroceso que el chavismo exponenció // Desde 1999 hasta esta fecha, los problemas advertidos por
personas como Carrera y Coronil, se agravan hasta llegar a dimensiones que dejan en “pre-escolar" al peor de los problemas del Siglo XX. Como lo cita Coronil: "Toda revolución debe ser moral o no es revolución" // Este
no es un artículo de opinión sobre una circunstancia. Este es un documento que merece un
puesto fundamental en la literatura para la formación democrática
de todo ciudadano. Quien lo escribió, demuestra ser un verdadero gerente de los
beneficios de la polis llamada Venezuela. Es decir. Este es un documento
escrito por un POLÍTICO, quien históricamente ha demostrado ser un luchador social y democrático. No podía esperarse menos de quien tuvo como maestros a Alfredo Coronil Ravelo, Rene Hartmann Viso y Rómulo Betancourt. Todas personas de profundos valores y compromisos humanos. // Ese 5 de julio de 1984 Coronil hizo escuchar a toda la audiencia nacional, esta sentencia: "El
enemigo está en casa, el enemigo somos nosotros mismos."
SUGERENCIA: Nuestro presente y futuro imponen nuestra participación ciudadana. Para cambiar, para no repetir errores es muy útil la lectura del documento adjunto y entre otras referencias les invito a conocer el trabajo de "Primer Poder" A.C. "Proyecto Grifo. El Estado Plural" donde se analizan causas (poco conocidas) y se exponen propuestas que en buena parte representan los análisis y las ideas que la COPRE, Carrera Damas y Coronil han manifestado desde hace más de 30 años. Descargar: https://es.scribd.com/document/318726151/Resumen-Proyecto-Grifo-El-ESTADO-PLURAL-R-2006-Primer-Poder-A-C-V-Julio-2016
5 de julio,
fecha cimera en los anales de la República, hito histórico que marca el
nacimiento formal del gentilicio y de la nacionalidad. Punto de partida de
nuestro itinerario de hombres libres.
Tales
connotaciones, han hecho de esta fecha ocasión propicia, para que el ciudadano
designado como orador de orden, muestre su mayor o menor erudición histórica,
tratando de aportar enfoques originales o simplemente novedosos, sobre los
hechos que, a partir del 19 de abril de 1810, fueron gestando el clima que
llevara, a los ilustres miembros del Primer Congreso de la República, a la
declaración solemne del 5 de julio de 1811.
Igualmente,
la entidad de la audiencia de estos actos, constituye muchas veces tentación
irresistible para hacer demostraciones de elocuencia y dominio de la escena y
de los recursos del idioma.
No ocurrirá
así en esta oportunidad, nada me hará sucumbir a la cómoda alternativa de hacer
un discurso de corte académico, cuidadosamente cincelado, burilado, hasta
eliminar la más mínima incomodidad o el brillo amenazante de una arista.
Tampoco serán las palabras del militante político. Aspiro simplemente, a dar el
testimonio, sincero y descarnado de la generación a la cual pertenezco, una
generación a la que corresponde, de pleno derecho, asumir su responsabilidad
histórica, en un momento crucial e irreversible de nuestra trayectoria de
pueblo, en el cual va a decidirse — por muchos años— el destino colectivo.
Podríamos
decir que, por una cruel paradoja, a escasos días de concluir el año
bicentenario de Bolívar —tan bulliciosamente conmemorado— estamos celebrando
los ciento setenta y tres años de La Declaración de Independencia, en
circunstancias de dependencia, que hubiesen sido simplemente impensables
algunos años atrás. En otras palabras, se nos ha puesto retadoramente de
manifiesto, el hecho de que la obra está inconclusa, y de que la única manera
digna de rendirle homenaje a los libertadores, es recuperando y afianzando para
el porvenir, la plenitud, la globalidad, la universalidad de una soberanía que
vaya más allá de los signos exteriores y formales del concepto, una dimensión
de la soberanía que, no podrá alcanzarse aplicando fórmulas de mera cosmética, tratamientos
de superficie, afeites para disimular la real magnitud de los problemas, sino
tomando por los cuernos al toro de la historia, haciéndonos verdaderos dueños
de nuestro destino, venciendo, si es preciso, a la naturaleza misma, como en la
admirable afirmación bolivariana.
Coyunturas
como la presente son las grandes parteras de la Historia, no es en el pacífico
transcurrir de la vida de las naciones, ni en los momentos de bonanza y de
facilidad económica, ni en los prolegómenos auspiciosos de nuevos sistemas
políticos, cuando surgen los verdaderos liderazgos y se afianza de manera
permanente y duradera la impronta de un núcleo dirigente.
La
descomposición acelerada del imperio colonial español, el desprestigio de la
casa reinante y por último, la invasión armada y la entronización de un
extranjero, en el Palacio Real de Madrid, fueron los elementos que catalizaron
el movimiento emancipador de 1810.
La
intolerable pervivencia de una dictadura oscurantista, la necesidad
impostergable de abrir cauces a la expresión de la voluntad popular, los
coletazos agónicos de un régimen anti histórico, produjeron la generación
política de 1928, de cuyos logros y realizaciones aún estamos viviendo los
venezolanos.
La
situación actual, aparentemente menos dramática que las anteriores, exige, con
igual imperatividad, un nuevo liderazgo y un nuevo enfoque. Nuestra democracia
política, joven, apenas pasados los cinco lustros de su existencia, muestra
inquietantes e inocultables síntomas de resquebrajamiento. Por vez primera, en
las pasadas elecciones municipales, se observó un nivel de abstención, que,
sumados los votos nulos emitidos, representa un innegable rechazo, una concreta
protesta o, en el mejor de los casos, una desidentificación palpable entre los
dirigentes y los supuestos dirigidos.
En
reiteradas oportunidades, he insistido en señalar que en Venezuela se ha
operado un desfase entre el país real y profundo y su dirigencia política; pero
si vamos a ser más rigurosos en el análisis, habría que decir que la brecha se
ha abierto, también, fuera del ámbito de la acción política y que afecta por
igual a la dirigencia empresarial. Unos y otros, condicionados por el facilismo
que genera la abundancia, reblandecidos, típicos exponentes de la que se ha
dado en llama la “Venezuela Saudita”, parecen no haber tenido nunca, verdadera
capacidad de lucha y visión de futuro, o haberlos perdido en el camino.
Venezuela
vive hoy una de las crisis más extensas y profundas de su historia. Es,
ciertamente, el fin de un modo de crecimiento económico, que se ha fundado en
la obtención fácil de un ingreso, que ha pervertido la relación entre la
riqueza y el trabajo, y que ha generado hábitos, estilos y formas de conciencia
pocos proclives al esfuerzo y a la constancia. El Estado venezolano es, en
buena medida, producto de esta manera de vivir, pues lejos de esforzarse, por
asociar la dedicación a los resultados, y de requerir niveles mínimos de
eficiencia, ha pretendido resolver, bajo el expediente de los “realazos”, todos
y cada uno de los problemas, que afectan a una colectividad que, espera y
demanda, ya sin ilusión, la resolución de situaciones que, en un cuarto de
siglo democrático, no han hecho, en algunos casos, más que agravarse.
El Estilo
Petrolero
Créditos
fáciles, proteccionismo arancelario excesivo, ausencia de control de calidad y
el Estado como benévolo, cuando no complaciente acreedor, han dejado como
secuela una clase empresarial enmohecida, poltrona y gemebunda, incapaz de
comprender y de aceptar, los retos de una realidad distinta, donde siguen
existiendo excelentes posibilidades de inversión, pero en la cual los márgenes
de ganancia, serán los normales en cualquier lugar del orbe, pero ya nunca más
los trescientos y los mil por ciento, a que estaban tan acostumbrados gran número
de nuestros “Capitanes de Empresa”.
El estilo
petrolero de crecimiento económico ha producido —salvo los casos de excepción—
un poderoso sector empresarial, hijo mimado del fisco, que muy distante del
modo clásico en que se construyeron las grandes fortunas —al rescoldo de la
brega sostenida y diaria— se ha dedicado a exigirle a un Estado dispendioso,
recursos abundantes y crecientes, mientras le critica las deficientes y tímidas
medidas, que adopta en función de los intereses de las mayorías. Este empresariado
pedigüeño y parasitario, al mismo tiempo que es producto, es también causa de
la situación en la que nos encontramos, mientras hay decenas de miles de otros
empresarios, no favorecidos por buenos resortes e influencias dentro del
aparato administrativo del Estado, que se ven constreñidos a una existencia
precaria, siempre al borde de la ruina y en los límites de la esperanza.
Apetitos
razonables y capacidad de adaptación, son premisas insalvables para el
desenvolvimiento de un aparato productivo, competitivo e independiente del
cordón umbilical oficial. La libre empresa, para serlo realmente, debe salir
del período de la lactancia, sólo así podrá, sin ser acusada de impudor o de
inconsciencia, señalar acusadoramente a gobernantes y políticos. Mientras sea
hija de los mismos pecados que señala, sería más respetable que guardara
silencio.Los sentimientos de solidaridad social, de responsabilidad para con el
país, están seriamente disminuidos. Los patrones éticos —si es que existen— han
sido totalmente falseados, se ve, se aplaude y se premia, a aquellos que han
tenido la habilidad de amasar inmensas fortunas, sin poner ningún reparo a los
medios por los cuales hayan alcanzado esa situación privilegiada. La propia
familia, núcleo y base de toda sociedad, se encuentra seriamente resquebrajada
en sus valores. El oportunismo, el diletantismo, la capacidad de trepar, se han
convertido en virtudes admiradas en nuestros días. Pensar que la actividad
política, que —por su propia naturaleza— es de las más permeables al medio
ambiente y a su vez de las que más influyen en él, pudiera permanecer incólume,
incontaminada dentro de este cuadro general de descomposición, hubiese sido
“panglosiano”, para adjetivar el nombre de aquel personaje de Voltaire que,
ocurriese lo que ocurriese, siempre decía que “estamos en el mejor de los
mundos posibles”.
Al abrigo
de esta desviación oportunista, se está creando una clase dirigente sin
mensaje, sin sentido de la Historia y sin ninguna posibilidad de futuro. Son
aquellos que han hecho del halago, de la adulancia, del servilismo más abyecto,
su pasaporte para escalar las alturas del poder, la preeminencia política, la
privanza. Estos arquetipos humanos, pululan igualmente dentro de las grandes
empresas privadas, son el producto, la excrecencia de la nueva realidad social,
que ha minado los resortes profundos del venezolano, Venezuela siempre fue un
país rebelde, orgulloso de su rebeldía casi anárquica, por ello, —muchas veces—
se nos tildaba de ásperos, dábamos con facilidad y recibíamos con reserva, si
algún pecado teníamos era el de la soberbia, ahora, dentro de este
reblandecimiento creciente, parece haberse generalizado un fenómeno, que en
nuestro pasado dictatorial era frecuente, sólo que ya las camarillas de
adulantes, los corifeos de la adoración perpetua, no son los cuatro plumarios
obsequiosos de siempre, sino un número cada vez mayor de cortesanos que, no
pareciera posible, hayan sido paridos por la entraña de una tierra que dio tan
buenos frutos de valor y dignidad.
El estilo
petrolero, ha venido generando, una perversión progresiva de la política y de
las instituciones. Ya la política no pareciera ser la ciencia y el arte de
dirigir a los hombres, para las grandes tareas de la historia, sino el recurso
mezquino, para hacerse de un lugar en el cual medrar para el provecho personal
y grupal. Al margen de las excepciones, que indican que no todo es podredumbre,
el pragmatismo, la ausencia de ideologías transformadoras, el arribismo y la
adulancia, son los signos visibles de una clase política, que considera la
sobrevivencia un éxito y el acomodo oportunista un trampolín para el festín.
Nunca, como en estos tiempos de asombro, la política pareciera haberse
transmutado en sinónimo de negocios y ocasión de miserables victorias personales,
sin repercusión alguna sobre aquellos postulados que se supone son la base de
su sentido.
Los
sentimientos de solidaridad social, de responsabilidad para con el país, están
seriamente disminuidos. Los patrones éticos —si es que existen— han sido totalmente
falseados, se ve, se aplaude y se premia, a aquellos que han tenido la
habilidad de amasar inmensas fortunas, sin poner ningún reparo a los medios por
los cuales hayan alcanzado esa situación privilegiada. La propia familia,
núcleo y base de toda sociedad, se encuentra seriamente resquebrajada en sus
valores. El oportunismo, el diletantismo, la capacidad de trepar, se han
convertido en virtudes admiradas en nuestros días. Pensar que la actividad
política, que —por su propia naturaleza— es de las más permeables al medio
ambiente y a su vez de las que más influyen en él, pudiera permanecer incólume,
incontaminada dentro de este cuadro general de descomposición, hubiese sido
“panglosiano”, para adjetivar el nombre de aquel personaje de Voltaire que, ocurriese
lo que ocurriese, siempre decía que “estamos en el mejor de los mundos
posibles”.
Al abrigo
de esta desviación oportunista, se está creando una clase dirigente sin
mensaje, sin sentido de la Historia y sin ninguna posibilidad de futuro. Son
aquellos que han hecho del halago, de la adulancia, del servilismo más abyecto,
su pasaporte para escalar las alturas del poder, la preeminencia política, la
privanza. Estos arquetipos humanos, pululan igualmente dentro de las grandes
empresas privadas, son el producto, la excrecencia de la nueva realidad social,
que ha minado los resortes profundos del venezolano, Venezuela siempre fue un
país rebelde, orgulloso de su rebeldía casi anárquica, por ello, —muchas veces—
se nos tildaba de ásperos, dábamos con facilidad y recibíamos con reserva, si
algún pecado teníamos era el de la soberbia, ahora, dentro de este
reblandecimiento creciente, parece haberse generalizado un fenómeno, que en
nuestro pasado dictatorial era frecuente, sólo que ya las camarillas de
adulantes, los corifeos de la adoración perpetua, no son los cuatro plumarios
obsequiosos de siempre, sino un número cada vez mayor de cortesanos que, no
pareciera posible, hayan sido paridos por la entraña de una tierra que dio tan
buenos frutos de valor y dignidad.
El estilo
petrolero, ha venido generando, una perversión progresiva de la política y de
las instituciones. Ya la política no pareciera ser la ciencia y el arte de
dirigir a los hombres, para las grandes tareas de la historia, sino el recurso
mezquino, para hacerse de un lugar en el cual medrar para el provecho personal
y grupal. Al margen de las excepciones, que indican que no todo es podredumbre,
el pragmatismo, la ausencia de ideologías transformadoras, el arribismo y la
adulancia, son los signos visibles de una clase política, que considera la
sobrevivencia un éxito y el acomodo oportunista un trampolín para el festín.
Nunca, como en estos tiempos de asombro, la política pareciera haberse
transmutado en sinónimo de negocios y ocasión de miserables victorias
personales, sin repercusión alguna sobre aquellos postulados que se supone son
la base de su sentido.
Los
Engranajes Partidistas
Su
materialización institucional, los partidos políticos, pilares esenciales del
sistema, a los que mucho le debe la evolución del país, se han quedado a la
zaga de su propia obra, se han extraviado en la maraña de un pragmatismo de
vuelo corto, en el ejercicio del cual han perdido de vista sus reales metas, su
razón de ser, sus hondas motivaciones, es decir su ideología. Hoy por hoy,
pareciera que es exactamente igual, pertenecer a una u otra organización, tan
indiferenciados son sus procedimientos y el lenguaje de sus líderes.
Mimetismo
de país minero, inmadurez del núcleo dirigente, se nota una tendencia creciente
a permitir que los partidos políticos se conviertan en simples maquinarias
electorales, al estilo norteamericano, cuyos engranajes se mueven,
episódicamente, para llevar a un hombre o a un grupo de hombres al gobierno o
al parlamento, pero en las cuales está totalmente ausente el aliento y la
preocupación ideológica, lo que se traduce en el hecho de que, muchas veces,
las nuevas promociones de militantes o de dirigentes, ni siquiera conocen con
propiedad la trayectoria de sus propios movimientos y no ven en estos, sino el
instrumento práctico y rápido de hacer carrera, de alcanzar figuración y en
algunos lamentables casos, simplemente de enriquecerse. Avidez pecuniaria que
ha creado un arquetipo contranatura, un monstruoso híbrido, el
político-negociante, que parece haber adquirido carta de legitimidad dentro de
la confusión de valores en que vivimos.
Este
personaje execrable, sinuoso, corrompido y corruptor, encuentra estímulo y
aplauso en nuestra sociedad mercantilizada, por ello de nada valdrán leyes
draconianas, ni poses inquisitoriales, mientras no se opere una marcada repulsa
de la colectividad, una verdadera vindicta pública, que haga de ellos basura
desprendida, apestosa presencia, indeseable contacto para todo ciudadano que
aprecie y practique la integridad. Más aún —y reconocerlo duele— nuestros
partidos han devenido, en mayor o menor grado, en equipos de gestoría que,
ganan o conservan adhesiones por las ventajas que procuran, sin que las grandes
tareas de hoy o de ayer tengan fuerza motivante para la militancia.
Son
partidos, que —lejos de encarnar el ideal democrático de activa participación
de importantes sectores de la población— en la elaboración de sus políticas y
sus decisiones, se han convertido en novedosas formas dictatoriales que
concentran de manera desmedida el poder interno, que alejan a los que no
participan ciegamente de las facciones dirigentes, que aplastan la disidencia
so pretexto de oficiar en los altares de la disciplina. Son partidos en los que
el debate se concentra en las ambiciones personales de algunos y que han venido
suplantando las diferencias conceptuales y programáticas —lógicas y necesarias
en la democracia— por una malsana competencia burocrática, sin aliento y sin
destino.
A tal punto
se ha llegado que, en rigor, no más de una treintena de personas decide como si
fuera la Divina Providencia el destino de nuestro pueblo.
Esta
concentración del poder político y económico, no sólo niega los postulados
democráticos, sino que se convierte en fundamento, para la destrucción de un
sistema, que aspira más que a la representación, a la directa participación
ciudadana. No puede restringirse la acción de los venezolanos al periódico acto
comicial, sin que la desesperanza se instale en el alma de nuestros
compatriotas. Es esta democracia restrictiva la que tiene que ser modificada,
porque los pueblos tienen una capacidad casi infinita de espera, pero cuando se
constituye en su seno el escepticismo, como una forma de existencia, sólo la
rebelión absoluta reconstruye los caminos.
Esta
desviación, oportunista y pragmática, de los movimientos políticos venezolanos,
lleva en sí misma la promesa de destrucción del sistema democrático, con mucha
mayor seguridad que otros, supuestos o reales peligros, que con frecuencia se
invocan, más con la intención de asustar, que porque se crea realmente en
ellos. El enemigo está en casa, el enemigo somos nosotros mismos.
Entre el
Dispendio y la Carestía
No son
estos, juicios meramente críticos, sino que también tienen carácter
autocritico, pues soy militante del partido de gobierno, pero sería indecoroso
el que no denunciara con claridad este tipo de carcoma que está menguando el
cuerpo de la Nación.
A esta
pérdida de representatividad de la élite dirigente, viene a sumarse, como
elemento descalificador, como carencia injustificable, como pecado original no
redimido, el hecho de que los gigantescos recursos dilapidados o destinados a
enriquecer a unos pocos, no han llegado, en las cantidades requeridas, a los
sectores menos favorecidos de la población. Resulta vergonzoso e inexplicable,
el que en un país, que hasta hace nada, hizo el papel de vecino rico y
dispendioso, carezcamos de las cosas más esenciales, que en nuestros hospitales
falte desde una simple vacuna antitetánica, hasta equipos que han entregado su
alma en manos del óxido y la ausencia de mantenimiento, que nuestros maestros
tengan que gastar más energía, en luchar por alcanzar una remuneración de
subsistencia, que para enseñar a sus discípulos, en fin —para no abundar en
hechos que todos conocemos—en el que, o morimos de sed o somos pasto de las
inundaciones. Esta realidad social, inaceptable, no puede ser por más tiempo
permitida, poca o ninguna justificación tendría un sistema que, fueran cuales
fuesen sus virtudes, no sea capaz de resolverle al hombre, de garantizarle al
ciudadano una existencia digna. Mal podríamos hablar de independencia, ni
concurrir jubilosos a celebrar cada 5 de julio, mientras nuestros conciudadanos
sigan siendo esclavos de su miseria.
Las manifestaciones más dramáticas de descomposición, se hacen presentes en
todas las instituciones. El Parlamento, la Judicatura, la administración
pública central y descentralizada, son una expresión concreta de una inercia
ineficaz, que, -que a lo largo de los años- se ha venido profundizando,
llevando al Estado al límite de la inacción. Por ello se hace propicia la
iniciativa del Presidente de la República, Dr.Jaime Lusinchi, de promover la
Reforma del Estado, sin la cual, el gigantismo no hará sino potenciar las
incapacidades que aquejan al sector público en Venezuela.
Esta
concentración del poder político y económico, no sólo niega los postulados
democráticos, sino que se convierte en fundamento, para la destrucción de un
sistema, que aspira más que a la representación, a la directa participación
ciudadana. No puede restringirse la acción de los venezolanos al periódico acto
comicial, sin que la desesperanza se instale en el alma de nuestros
compatriotas. Es esta democracia restrictiva la que tiene qu ser modificada,
porque los pueblos tienen una capacidad casi infinita de espera, pero cuando se
constituye en su seno el escepticismo, como una forma de existencia, sólo la
rebelión absoluta reconstruye los caminos.
Esta
desviación, oportunista y pragmática, de los movimientos políticos venezolanos,
lleva en sí misma la promesa de destrucción del sistema democrático, con mucha
mayor seguridad que otros, supuestos o reales peligros, que con frecuencia se
invocan, más con la intención de asustar, que porque se crea realmente en
ellos. El enemigo está en casa, el enemigo somos nosotros mismos.
Entre el
Dispendio y la Carestía
No son
estos, juicios meramente críticos, sino que también tienen carácter
autocrftico, pues soy militante del partido de gobierno, pero sería indecoroso
el que no denunciara con claridad este tipo de carcoma que está menguando el
cuerpo de la Nación.
A esta
pérdida de representatividad de la élite dirigente, viene a sumar- se, como
elemento descalificador, como carencia injustificable, como pecado original no
redimido, el hecho de que los gigantescos recursos dilapidados o destinados a
enriquecer a unos pocos, no han llegado, en las cantidades requeridas, a los
sectores menos favorecidos de la población. Resulta vergonzoso e inexplicable,
el que en un país, que hasta hace nada, hizo el papel de vecino rico y
dispendioso, carezcamos de las cosas más esenciales, que en nuestros hospitales
falte desde una simple vacuna antitetánica, hasta equipos que han entregado su
alma en manos del óxido y la ausencia de mantenimiento, que nuestros maestros
tengan que gastar más energía, en luchar por alcanzar una remuneración de
subsistencia, que para enseñar a sus discípulos, en fin —para no abundar en
hechos que todos conocemos— en el que, o morimos de sed o somos pasto de las
inundaciones. Esta realidad social, inaceptable, no puede ser por más tiempo
permitida, poca o ninguna justificación tendría un sistema que, fueran cuales
fuesen sus virtudes, no sea capaz de resolverle al hombre, de garantizarle al
ciudadano una existencia digna. Mal podríamos hablar de independencia, ni
concurrir jubilosos a celebrar cada 5 de julio, mientras nuestros conciudadanos
sigan siendo esclavos de su miseria.
Las
manifestaciones más dramáticas de descomposición, se hacen presentes en todas
las instituciones. El Parlamento, la Judicatura, la administración pública
central y descentralizada, son una expresión concreta de una inercia ineficaz,
que —a lo largo de los años— se ha venido profundizando, llevando al Estado al
límite de la inacción. Por ello se hace propicia la iniciativa del Presidente
de la República, Doctor Jaime Lusinchi, de promover la Reforma del Estado, sin
la cual, el gigantismo no hará sino potenciar las incapacidades que aquejan al
sector público en Venezuela.
Pero, al
lado de la Reforma del Estado, es indispensable una transformación del modo de
funcionamiento de los partidos políticos. El reto fundamental que estos tienen,
es el de propiciar la emergencia de las nuevas generaciones dirigentes a la
conducción de la República. No es, desde luego, una cuestión que atiende a
razones meramente cronológicas, sino que es un hecho social: Venezuela ha
venido produciendo, en este cuarto de siglo, una riada de venezolanos jóvenes,
preparados en las distintas disciplinas, no comprometidos con los usos del país
que se disuelve, aptos para la conducción, dispuestos al diseño de una sociedad
moderna y progresista, que tienen el derecho y sienten el deber de asumir el
porvenir.
Quiero que
estas palabras, en la solemne ocasión que nos reúne, sean tomadas como la
exigencia de una generación que, más allá de diferencias ideológicas y
partidistas, está en capacidad de asumir en el futuro inmediato la dirección
del país.
Sería
desproporcionado pensar que la crisis es exclusivamente nacional. Hoy el
desvarío es una característica planetaria y como país y como continente, somos
víctimas de las desandanzas en otras latitudes. El problema de la deuda pública
de América Latina, es cierto que ha sido producto de incapacidad de previsión,
por parte de nuestros dirigentes, pero no menos verdadero es que, la dimensión
que ha adquirido, es responsabilidad de un sistema financiero internacional
rapaz y de los gobiernos de los países desarrollados, que adoptan políticas
económicas a costa de la recesión y la depresión en nuestros países. Ha
resultado ilustrativo el hecho, de que luego del “Consenso de Cartagena”, paso
significativo en la concepción de la deuda externa como problema político, la
reacción de la banca norteamericana haya sido la insolente elevación de las
tasas de interés. Por tal razón, ya no se trata de una cuestión meramente
económica, la justa repulsa de la opinión pública, a las condiciones expoliadoras
del Fondo Monetario Internacional, sino que hoy se ha convertido tal posición
en un elemento consustancial a la dignidad de Venezuela como Nación.
También le
duele a nuestro país el conflicto centroamericano. Sus causas tienen que ver,
principalmente, con décadas interminables de explotación y miseria, por ello se
hace necesario que una política audaz, dirigida hacia una paz digna, brinde
salidas adecuadas a una situación que lacera el espíritu de solidaridad
continental. No es admisible, que los pueblos olvidados de siempre, sean
convertidos en piezas de un juego internacional que ni buscan ni controlan, ni
tampoco es tolerable que la intervención descarada, el asedio de fuerzas
extranjeras, decidan el destino de esta parte sufriente del continente. Hoy como
nunca, la solidaridad de los pueblos del Tercer Mundo, tiene la posibilidad de
revertir formas obscenas de intervención, en salidas negociadas que enaltezcan
la patria Latinoamericana. Es el tiempo de fortalecer las iniciativas del Grupo
de Contadora, que es la única y precaria posibilidad de una paz creadora, que
no se imponga por la infamia de las invasiones.
El Reto
Magnífico
Crisis
internacional, crisis económica, crisis social, crisis de liderazgo, no parecen
ser la mejor compañía para empezar a transitar el período post-petrolero, en
cuyo umbral nos encontramos. Pero no debemos amilanarnos, cada nuevo tiempo
histórico produce los elementos para domeñarlo, la enseñanza de Bolívar nunca
fue más elocuente que cuando en Pativilca, derrotado y enfermo respondiera con
aquel único vocablo: Vencer. Venezuela está lejos de haber sido derrotada, si
acaso la aqueja una enfermedad curable y pasajera, que más nos incomoda porque
teníamos el hábito de la salud y el menosprecio de la mesura y de la
continencia.
Para
nuestra generación se trata de un reto magnífico. Venimos del momento de las
viejas ilusiones, que se debatían entre las bondades de un capitalismo
presuntamente avanzado y el espejismo de un teórico paraíso socialista que
naufragó en manos del autoritarismo. El tiempo nuestro es el de la osadía de
pensar y construir un sistema social, anclado profundamente en las
posibilidades creadoras del pueblo, que haga de la libertad no la simple
ausencia de represión abierta y que haga de la justicia no el otro nombre de
las migajas mal repartidas. Lo que nos toca construir es una sociedad de
ciudadanos reales, que se hagan a sí mismos en —y por medio de— la
participación.
Hemos de
renunciar al estilo, que usa al ciudadano para legitimar un poder que, las más
de las veces, le es ajeno, pero que lo condena a la desaparición civil
sistemática. Es, entonces, el tiempo de los hombres.
El camino
que tenemos que transitar, es definido y visible, para todo aquel que anteponga
el patriotismo y la sensibilidad, a deleznables intereses subalternos mas no es
corto ni es terso. La coyuntura, no por compleja deja de ser propicia, los
venezolanos, en una proporción nunca vista, en los veintiséis años de
ininterrumpida vida democrática, otorgaron su confianza y su mandato al Dr.
Jaime Lusinchi, cuya trayectoria y méritos es innecesario destacar, tampoco voy
a caer en el fácil artilugio, de valerme de una oportunidad como esta, para
resaltar con motivaciones partidistas fuera de lugar, a la organización que resultara
victoriosa en esos y los subsiguientes comicios, tal empeño desmerecería la
responsabilidad y la distinción que la representación nacional me ha deferido,
al escogerme para pronunciar estas palabras. Lo que quiero enfatizar es lo
inequívoco del pronunciamiento colectivo, nos permite afirmar, en contra de
quienes se inclinan por explicaciones puramente casuísticas, que la magnitud
del triunfo, si no el triunfo mismo, obedeció a que se presentó a la
consideración del país, el esbozo de un nuevo proyecto político, que rescataba
y actualizaba el sentido revolucionario, transformador y popular, que esperamos
informe los mejores logros de este quinquenio. Proyecto político que, asumiendo
la esencia profunda de la crisis, propone una concertación nacional, concertación
que nada podría lograr, en las circunstancias que vivimos, si toma la
forma de un simple acuerdo de generales, de un arreglo por arriba, a nivel de
las cúpulas institucionales, sean estas políticas o gremiales, empresariales o
sindicales.
Venezuela
requiere hoy, del concurso de todos y cada uno de los individuos, que sobre su
suelo viven y laboran, poco importa donde hayan venido al mundo, cada voluntad
y cada conciencia debe estar al servicio de la meta común: superar la crisis,
afianzar sobre bases sólidas nuestra soberanía. Ninguna gran empresa colectiva
ha sido hija de un solo hombre, ni siquiera de un grupo de ellos, la grandiosa
epopeya de nuestra Guerra de Independencia no la hicieron sólo los generales y
los próceres civiles de la aristocracia criolla.
Ninguna
clase social tiene derechos de autor sobre, lo que para bien o para mal, hoy
somos. Cada llanero “pata en el suelo”, que fue a blanquear con sus huesos el
helado suelo del altiplano, sin que importe que hubiese sido libre, liberto o esclavo,
es tan libertador de Venezuela como el marqués del Toro y ha hecho más por su
patria que el marqués de Casa León y tantos Casa-Leones que ha habido en todos
los tiempos.
Por ello,
debemos tener nítida la idea de que, ningún gobierno, por perfecto que pudiese
hipotéticamente ser, podrá por si sólo sacarnos adelante. Cada ciudadano tiene
que poner su esfuerzo, trabajando más, rindiendo mejor, educando a sus hijos,
cumpliendo las leyes, predicando con el ejemplo. La batalla se gana o se
pierde, día a día, en cada hogar, en cada fábrica, en cada aula y en cada
pedazo de tierra de nuestra geografía.
Los cambios
acaecidos sin nuestro concurso y los que a nosotros nos toca propiciar, hacen
imperativo un proceso de transformación de los patrones de conducta del
venezolano, una toma de conciencia colectiva, de que estamos viviendo una etapa
de transición hacia un nuevo tiempo histórico, una nueva actitud ante la vida
tendrá que imponerse. Todo esto supone una revolución cultural, en la cual la
sociedad venezolana deberá encontrar o reencontrar sus valores esenciales,
porque creo como Charles Peguy que: “La revolución será moral o no será
revolución”, a la masa amorfa, sin identidad y desorientada de hoy, deberá
sustituirla un país consciente y orgulloso de su destino, deslastrado de ripio
retórico, firmemente afincado en la realidad de nuestro tiempo, pero con ánimo
y voluntad de moldearla para provecho colectivo, un país que, sin sacrificar la
libertad, le dé a cada uno de sus hijos la posibilidad de su plena realización,
un país consecuente con el legado histórico, de los egregios varones que, a
pocos metros de este lugar, hace hoy ciento setenta y tres años, proclamaron al
mundo el advenimiento de Venezuela.
(1) Discurso de Orden
Pronunciado por el Diputado, Dr. Alfredo Coronil Hartmann en la Sesión
Solemne del Congreso Nacional, el 5 de julio de 1984 que conmemoraba el 173
Aniversario de la
Declaración de la
Independencia
Copia
fiel del original > http://pararescatarelporvenir.blogspot.com/2014/01/discurso-de-orden-del-diputado-dr.html
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